Hace cosa de un año, el 29 de marzo de 2017, publiqué en la revista La Marea el artículo «La trampa de la diversidad, una crítica al activismo». Lo que impulsó este texto fue la preocupación por la creciente influencia de la ultraderecha en nuestra sociedad, explicada comúnmente desde la izquierda por el menguante papel de lo que se conoció como socialdemocracia y la desarticulación del Estado del bienestar. Sin embargo, el texto añadía otro factor que no se suele tener en cuenta: cómo aquello que se entendió, en su ámbito institucional, como izquierda transformadora y, en su vertiente desregulada, como activismo, resultaba cada vez más hermético, autorreferencial y distanciado del ciudadano medio. «Mientras que los movimientos revolucionarios del siglo XX se esforzaron por buscar qué era lo que unía a personas diferentes, el activismo del siglo XXI se esfuerza por buscar la diferencia de las unidades», concluía tajante aquel texto.
También exponía que el activismo se movía en unas coordenadas problemáticas como «la falta de materialidad en los análisis, el relativismo cultural, la aceptación inconsciente de valores neoliberales y la sobrevaloración del lenguaje y lo simbólico. Si hay uno que manda sobre todos es la falta de crítica a las contradicciones e inconsistencias que se producen». Por desgracia, aquel artículo, por razones de espacio, quedaba cojo a la hora de explicar cómo se habían producido esos cambios. El texto, contrariamente a lo esperado, tuvo una gran acogida; posiblemente ha sido mi artículo más leído en los casi tres años que llevo semanalmente escribiendo en La Marea, rompiendo los límites de mi público habitual. Por suerte, una de las críticas que recibí me dio la clave para seguir profundizando en el asunto.
Una mujer joven, feminista, políticamente consciente, me vino a decir que, si bien estaba de acuerdo en las generalidades, no hacía falta montar aquella polémica para pedir más atención a los problemas de la clase trabajadora. Es decir, que estaban los gays, con sus cosas de gays, los inmigrantes, con sus cosas de inmigrantes, las mujeres, con sus cosas de mujeres, y luego los obreros, señores de 50 años, blancos, heterosexuales, cis, con chaquetillas de lana sobre el mono azul, comedores de carne y, presuntamente, aficionados al Real Madrid, con las suyas. Pese a la insistencia del activismo en lo transversal, la clase trabajadora, de la que forma parte la mayoría de la sociedad (sí, ese conjunto que engloba también a mujeres, LGTB, extranjeros, grupos raciales y religiosos minoritarios…), era contemplada como una esfera más, no como una categoría de la producción capitalista, sino como una identidad que excluía a los grupos susceptibles de ser englobados dentro de las políticas de representación de la identidad.
Y en esas me llegó, a mediados del pasado verano, un correo de Pascual Serrano preguntándome si me veía capaz de transformar aquel artículo en un libro para Akal. Permítanme un apunte personal antes de seguir. Llevo leyendo a Pascual desde hace 20 años, desde que era un chaval que descubrió, gracias al movimiento antiglobalización, que existía una izquierda más allá de la socialdemocracia, ya por entonces desdibujada. Que alguien a quien respetas tanto profesionalmente se interese por tu trabajo fue un gesto que, además de agradecer siempre, necesitaba para validar lo que hacía y hago. Cuando se escribe fuera de las murallas de la ciudad, no hay acomodos, escasea el reconocimiento de tus pares y sientes que tus trabajos periodísticos y culturales llevan siempre apellido, uno poco edificante, al menos para lo laboral: comprometidos estamos todos, salvo que algunos lo reconocemos abiertamente. Por otro lado, tener la oportunidad de publicar en Akal me hacía una ilusión parecida, pero a su vez me daba un poco de dolor de estómago: no todos, por supuesto también dentro de eso llamado izquierda, hemos tenido ni las mismas oportunidades ni la misma pericia en nuestra formación intelectual y periplos laborales. Uno, sinceramente, se pregunta si estará a la altura. Alegría y sudores fríos.
Volviendo al libro, al que por fin les puedo presentar por su nombre, La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora, desde el primer momento tuve claro que no podía ser un ensayo académico, un libro teórico, por una razón bien simple: no sería capaz de escribir en esas coordenadas. La trampa de la diversidad no es una investigación, es tan sólo una narración periodística sobre el gigantesco desbarajuste político y social del capitalismo tardío. Bebe de otros muchos libros, pero sobre todo de decenas de artículos de la prensa española e internacional (sobre todo inglesa y norteamericana) para entender cómo hemos llegado hasta aquí y, sobre todo, hacia dónde vamos. Adam Curtis, el documentalista televisivo británico, me dio con El siglo del yo algunas ideas valiosas, pero sobre todo una forma de contar casi inédita en este campo, la de aprovechar jugosas anécdotas históricas para desarrollar ideas más complejas. Terry Eagleton, y un pasaje de su libro Cultura, me proporcionaron la confirmación de mis temores: mientras que el capitalismo es escrupulosamente respetuoso con nuestras diferencias, nos arroja por la borda del barco de la historia.
Se podría decir que La trampa de la diversidad tiene dos partes. La primera es un viaje, los mapas para llegar a la Isla Calavera. ¿Por qué del San Francisco de Scott Mackenzie y las flores en el pelo hemos pasado a una ciudad donde crecen los trabajadores sin techo que tienen que hacer frente a la amenaza robótica de asociaciones animalistas? En esta parte descubrirán qué tiene que ver Obama con la película Están vivos de Carpenter, las relaciones del sufragismo con la industria tabaquera en el Nueva York de principios del siglo XX o cómo existen dos Frida Kahlo, la real y su reflejo adulterado. En este libro hay toneladas de cultura pop, porque a una época se la conoce mejor por sus telecomedias que por sus museos.
Pero sobre todo, en esta primera parte, viajaremos por la modernidad y sus proyectos ilustrado, socialista y liberal. Por supuesto, intentaremos explicar qué es ese comodín llamado posmodernismo y cómo, más que las teorías de los nouveaux philosophes, lo que nos interesa es cómo el neoliberalismo aprovechó el gran arrepentimiento posmoderno para crear una profecía autocumplida, aquella donde las certezas, la universalidad y lo colectivo del marxismo quedaban reducidas a dudas paralizantes, cuando no a cenizas. A menudo se piensa que hablar de neoliberalismo es una forma eufemística, reformista, de evitar hablar de capitalismo. En este libro intentaremos analizar cómo, más allá de lo económico, lo neoliberal es un proyecto cultural que abarca todas las facetas de la vida, que ha variado nuestra relación con la política, que llevamos ya inserto en nuestro adn intelectual.
Thatcher, en su discurso de aceptación del liderazgo del partido conservador del Reino Unido, en 1975, nos dio la clave. Unequal puede significar desigual, pero también diferente. Su unequal perseguía la desigualdad, volver a situar la relación capital-trabajo en un estado anterior a 1945, pero nos fue presentado como una amable diferencia. Mientras que los malvados socialistas conspiraban para homogeneizarnos, el capitalismo garantizaba nuestra diversidad. Enriquecerse bajo un sistema de explotación del trabajo empezó a verse como algo positivo. Gracias a la trampa que da título al libro, las desigualdades sociales empezaron a leerse como diferencias positivas que nacían del esfuerzo individual. Sin embargo, el verdadero cambio llegó un par de décadas más tarde, no a través de Thatcher y Reagan, sino paradójicamente a manos de sus supuestos antídotos, Clinton y Blair. No destripemos toda la historia, pero el uso perverso del actual big data ya se llevó a cabo, por otro medios, a mitad de los noventa. Y el debate no es si estas técnicas de análisis e influencia electoral son o no efectivas, sino que, como la magia negra, su poder reside en quien cree en ellas…
Si la primera parte del libro es un viaje por el tiempo, la segunda lo es por el espacio, por nuestro aquí y ahora, donde ese cambio al que hacíamos referencia ya es moneda común. Todos necesitamos competir en el mercado de la diversidad desde que, atrapados en la fantasmagoría de lo aspiracional, buscamos desesperadamente exagerar nuestras diferencias con el vecino. Nuestra relación con la política ha pasado de ser colectiva y de clase a individualista e identitaria: ya no actuamos de acuerdo a quien somos, sino que adquirimos un producto político de acuerdo a quien creemos ser.
Los humans of late capitalism vivimos en un mundo despiadado, pero también pueril. Quizá, describiendo este mercado de la diversidad, es donde las cotas de tragicomedia alcanzan su mayor nivel. Se echarán algunas risas leyendo La trampa, eso seguro, a costa de la clase media aspiracional y sus agobiantes y competitivos estilos de vida, descubrirán por qué los hippies, creyendo construir un mundo mejor, dieron paso a los yuppies, qué es una meatmare o por qué las recetas de cocina basadas en Juego de tronos pueden destruir su pareja. La mejor descripción del mercado de la diversidad ya había sido formulada, por cierto, antes de este libro en Modern Family.
Este no es un libro contra la diversidad real, ni mucho menos contra los grupos que la conforman. Las políticas de la representación de la identidad son necesarias, pero deben ser repensadas en un entorno muy diferente del que nacieron. Este libro se enfrenta también a esa izquierda osificada que, en un esperable movimiento de péndulo, reparte carnés de posmoderno siendo a su vez trágicamente posmoderna. Explicaremos que la contraposición entre luchas materiales e identitarias es absurda y contraproducente, tanto como apostar todo a cambios promovidos desde lo simbólico. Intentaremos aclarar también cómo el socioliberalismo ha sobreexplotado la diversidad en su propio beneficio o cómo la derecha, en su vertiente liberal y ultra, cada vez más similares, utiliza la diversidad como arma mediante lo políticamente incorrecto, pero también como parapeto, camuflándose tras ella. ¿Sabían ustedes que los hombres homosexuales alemanes son uno de los grupos sociales que vota cada vez más a la extrema derecha?
La trampa de la diversidad no es una guía de comportamiento, como esos artículos de las revistas de tendencias que nos dicen cómo se debe vivir. No es un análisis económico, un estudio sobre la composición de la clase trabajadora y sus nuevas formas laborales, no es un libro acerca del feminismo o sobre la lucha de los inmigrantes. Es un libro que aboga por una nueva coherencia para todo ellos. que tratará de explicar que no todo lo que parece política lo es, que afirmará la idea de que nuestras ideologías actuales, aun pensándose liberadoras, en muchas facetas trabajan silenciosamente en contra de los objetivos de quienes las enarbolan. La trampa será posiblemente un libro polémico, sin duda iconoclasta, ya que cargará, como la Brigada Ligera, contra los nuevos sacerdotes del activismo y eso que una vez se llamó izquierda, aquellos empeñados en buscar, más que lo que nos une, lo que nos separa. Esperemos que la carga obtenga mejores resultados, para quien les escribe, que los cosechados en Balaclava.
Ha llegado, pues, el momento de tener unas palabras con La trampa de la diversidad.
Daniel Bernabé
Artículos relacionados: