«La huelga de Anzin, la misteriosa huelga, continúa […] Son, ya, cinco semanas. Cada día, un comunicado de la Compañía, remitido al corresponsal de la agencia Havas, divulga, con una redacción lacónica y más bien oscura, la situación de las concesiones.» Le Figaro, 31 de marzo de 1884
Coetáneo de Rodin y de Monet, un año menor que su gran amigo, Paul Cézanne, Émile Zola, nacido en París pero italiano hasta sus veintidós años, cuando adopta la nacionalidad francesa, vivió plenamente la revolucionaria segunda mitad del siglo XIX.
El París en el que Zola nació –un 2 de abril de 1840– sería desmembrado, diseñado y reconstruido por el Barón Haussmann, a las órdenes de Napoleón III y según los gustos de su esposa, Eugenia de Montijo. Será el Segundo Imperio –el anterior fue el de su tío, el general revolucionario Bonaparte convertido luego en el sangriento Napoleón I–, una dictablanda que impone un modo de vida, un estilo de mobiliario, una corte que Zola desdeña pero a cuya sombra, por adhesión o por oposición, se desarrolla el impresionismo y nace ese naturalismo literario del que Zola será estandarte.
Los comienzos de Zola son los habituales para una persona que no tiene siquiera el título de bachiller: empleos precarios hasta que Louis Hachette, fundador de lo que será luego un imperio editorial, lo contrata en su librería, en 1862. Zola no tarda en escalar el organigrama hasta convertirse en un equivalente de lo que es hoy el responsable de prensa, capaz de convencer a los críticos de las bondades de cada libro estampillado en Hachette. Aquel puesto, además, será un escalón para entrar en la gran prensa de la época.
En 1868, Thérèse Raquin le otorga una primera fama. Polémica, como la de los pintores a los que defiende, porque su Teresa es al mismo tiempo novela y teoría de la novela. Es lo que aún no llama naturalismo pero bautiza, desafiante, como «escritura biológica». La crítica conservadora prefiere denominarla «escritura putrefacta» y Zola responde pluma en ristre, con el boceto de una teoría que será la de los naturalistas. Si la combatividad de su trabajo como crítico de arte le dio notoriedad, esta otra polémica y, sobre todo, la publicación de sus textos de ficción, en forma de folletones, en diarios muy leídos como La Presse, le dieron celebridad.
Germinal, un trabajo de investigación
Aun cuando el éxito le permite abandonar los artículos periodísticos, su formación de reportero reaparece, por ejemplo, en sus encuentros con los mineros para preparar Germinal (1885), novela de la miseria y de la lucha obrera.
Germinal fue redactado entre el 2 de abril de 1884 y el 23 de enero siguiente. Salió en folletón en el periódico Gil Blas, entre el 26 de noviembre de 1884 y el 25 de febrero de 1885. Un mes más tarde estaba en librerías. Francia vive momentos agitados. Son votadas leyes positivas (enseñanza primaria gratuita, laica y obligatoria; libertad de reunión y, casi total, de prensa; derecho sindical; restablecimiento del divorcio; inelegibilidad de familias que han reinado en Francia; gran programa de obras públicas y de transportes), la crisis económica, con el paro creciente de los obreros y carencia de verdaderas reformas sociales, enmarcan la chispa obrera revolucionaria de los mineros del norte, base de Germinal.
Hay que recordar que la represión de la Comuna había acabado con la política sindical. El renacimiento se afianza en 1879 con la reinstauración de la República y el desarrollo del movimiento socialista. Zola leyó seguramente, en 1883, les Cahiers des doléances des mineurs français (libro blanco de las quejas de los mineros franceses), con esa «lista de reformas que los mineros juzgan indispensables». Las huelgas mineras comenzaron en Anzin en 1878, seguidas por las de Denain (1880), Montceau-les-Mines (1882) y nuevamente Anzin, en 1884, cuando Zola preparaba Germinal.
En el verano de 1883, Alfred Giard, profesor de la Facultad de Ciencias de Lille y diputado –con asiento a la extrema izquierda– por Valenciennes, le brinda un material precioso. Zola decide abandonar el tema que había bosquejado (la propiedad de la tierra y los ferrocarriles) y tratar «un conflicto que opone patrones y asalariados en el marco de una mina». De su trabajo de investigación dan fe los dos voluminosos informes (500 y 453 folios) conservados en la Biblioteca Nacional de París. A los que hay que añadir el resultado de viajes, lecturas y entrevistas, incorporado directamente en la novela. Según las notas de Henri Mitterrand para la obra de Zola en la Pléiade, la prestigiosa colección de Gallimard, el trabajo preparatorio tiene tres vectores:
- Documentación técnica sobre la mina y la vida de los mineros.
- Información sobre el movimiento obrero.
- Recortes de periódicos y notas sacadas de la entrada «Huelga» del gran diccionario universal del siglo XIX de Pierre Laroussse.
Zola sitúa su novela en pleno Segundo Imperio, entre 1866 y 1869. Por eso habrá quienes le acusen de anacronismo, porque su documentación es veinte años posterior.
A libro político, título revolucionario:
«Germinal –escribe Zola en el informe preparatorio– es el séptimo mes, comienza el 21 o 22 de marzo y finaliza el 18 o 19 de abril. El 12 germinal del año III (1 de abril de 1795) el pueblo, hambriento, invade la Convención al grito de “¡Pan y la Constitución de 1793!”. Las mujeres son numerosas. La Guardia Nacional reprime».
Germinal, la novela
Germinal (1885), la decimotercera novela de la serie Rougon-Macquart que Émile Zola dedica al proletariado de la mina, narra la historia de Étienne Lantier, un maquinista en busca de trabajo, que llega a Montsou.
El escritor describe, de una forma descarnada, el mundo sombrío y mísero de la mina, retratando a un grupo de personas que vive ahogado en condiciones infrahumanas y por cuyas venas el escritor hace correr el odio y el rencor, seres humanos que se extenúan trabajando en medio de una terrible frustración. Los sueños de juventud, la búsqueda del amor, todo choca contra la realidad siniestra de la mina, que se cobra vidas y apenas permite vivir a los que logran salir de su oscuro pozo. Pero cuando falta el pan, los mineros inician una huelga hace brotar en todos y cada uno lo mejor y lo peor del ser humano, y aunque su desenlace puede dar la sensación de fracaso, el título de la novela lo dice todo, y es que no se puede perder la esperanza completamente porque queda una semilla que algún día germinará. Ellos no han hecho más que sembrarla.