PILAR ALIAGA
Siempre me ha resultado curioso el hecho de que la Historia como disciplina no goce de mucha simpatía entre la población, sobre todo la estudiantil, y que, sin embargo, el consumo de libros, películas, revistas y ahora series televisivas de temática histórica esté aumentando exponencialmente. Lo del libro histórico llevamos sufriéndolo muchos años, y digo sufriéndolo porque soy de las que se decepciona rápidamente en cuanto algún dato o hecho no cuadra. Lo mismo me ocurre con las películas supuestamente históricas que alteran los hechos en pro de un mayor efectismo, como si la vida misma, que eso es al fin y al cabo la historia, no pudiera ofrecer los suficientes argumentos al guionista para lograr enganchar al espectador. ¿Qué cuesta informarse un poco? Hay libros muy sencillitos y gráficos, con múltiples ilustraciones ideales para documentarse y que podrían aportar mucho a algún que otro escritor sin miedo a decepcionar.
Esta reflexión me surge ahora que cada vez que enciendo el televisor veo el anuncio de alguna serie de carácter histórico, un fenómeno en auge. Seguro que ustedes han consumido alguna. Yo misma me he tragado algún que otro capítulo de Los Tudor, que me pilló en verano, y todo para que al final me siga enfadando y preguntándome lo mismo: ¿dónde queda la Historia que nos quieren vender? De nada sirve que los historiadores se echen las manos a la cabeza y protesten, porque al final sus comentarios llegan a muy pocos espectadores, y porque las advertencias de los críticos no terminan de calar frente a tanto bombo y platillo.
Busque opiniones en internet y verá que hay quien considera Los Tudor como una de las mejores series históricas.
No crean que lo que trato de defender es que cada vez que se aborde un tema histórico haya que ser obligatoriamente riguroso; de lo que me quejo es de la búsqueda del impacto gratuito y de la pretensión de venderlo como verídico; o simplemente del deseo de subirse al carro de lo que está de moda y dar al espectador o al lector lo que quiere ver o leer a cualquier precio. Pudiera parecer que atenerse a la verdad histórica (con la dificultad que lograr eso entraña, lo reconozco) no es aconsejable porque no vende, y que no vende porque la dura realidad no entretiene.
En el caso de los libros, bien es cierto que no siempre los que saben de historia aciertan a contarla sin que el lector se vea abrumado por datos, fechas y una sucesión de acontecimientos que no transmiten emoción alguna, pero hemos de reconocer que hay quienes lo han hecho verdaderamente bien y han logrado captar a un público fiel al género histórico de carácter divulgativo. Philip Matyszak es un ejemplo claro de ello. Sus viajes al pasado son relatados con humor e ironía y todo ello sin desviarse de la verdad histórica. Pasar un buen rato y aprender no son términos antagónicos si cae en sus manos una de las obras de divulgación de este historiador.
En realidad, lo que más me asusta del tema es que al lector, o al espectador, le vendan la moto y no sea capaz de distinguir verdad de ficción hasta el punto de que no logre ser crítico con lo que esté leyendo, o viendo. Ante esta posibilidad, que a todos puede acaecer, una receta: leer y leer, o si no, leer más.