Max Weber es uno de los padres fundadores de la sociología, junto con Karl Marx y Émile Durkheim. Nacido en Erfurt en el seno de una familia intelectual de clase media alemana, se doctoró en 1888 y ejerció la docencia en las universidades de Berlín, Friburgo y Heidelberg. Sus conocimientos de economía, historia, política, religión y filosofía fueron el sustrato del que se nutrió su pensamiento sociológico.
Max Weber tuvo una vida difícil. En 1897, después de la muerte de su padre, sufrió una depresión y falleció de manera prematura en 1920, a los 56 años de edad. Con todo, su legado profesional es formidable y su análisis del papel de la religión en el auge del capitalismo sigue siendo un clásico de la sociología.
- Enfoque: Modernidad racional
- Fechas clave:
- 1845 Karl Marx redacta las once «Tesis sobre Feuerbach» e introduce la idea del materialismo histórico: es la economía, no las ideas, lo que impulsa el cambio social.
- 1903 El sociólogo alemán Georg Simmel estudia los efectos de la vida urbana moderna sobre el individuo en La metrópolis y la vida mental.
- 1937 Talcott Parsons expone su teoría de la acción en La estructura de la acción social, tratando de integrar los enfoques contrapuestos (subjetivo/objetivo) de Weber y Durkheim.
- 1956 En La élite del poder, Charles Wright Mills describe la emergencia de una clase dirigente militar e industrial como consecuencia de la racionalización.
Hasta la segunda mitad del siglo XIX, el crecimiento económico de los estados alemanes se basaba en el comercio más que en la producción. Sin embargo, cuando entró en escena una industria manufacturera a gran escala como la que había urbanizado Gran Bretaña y Francia, la situación dio un vuelco espectacular. Este fue el caso sobre todo de Prusia, donde la abundancia de recursos naturales y una tradición de organización militar propiciaron el nacimiento de una eficiente sociedad industrial en muy poco tiempo.
Al no conocerse aún en Alemania los efectos de la modernidad, no se había desarrollado allí una tradición de pensamiento sociológico. Aunque era alemán, Karl Marx basó sus teorías sociológicas y económicas en sus experiencias de la sociedad industrializada de otros países. Sin embargo, hacia finales de siglo, algunos pensadores alemanes volvieron su atención hacia la nueva sociedad emergente en Alemania. Uno de ellos fue Max Weber, destinado a convertirse en una de las figuras fundacionales de la sociología más influyentes. A Weber no le preocupaba asentar la sociología como disciplina a la manera de Auguste Comte y Émile Durkheim en Francia, que buscaron «leyes científicas» universales para la sociedad (convencidos, como positivistas, de que la ciencia podía construir un mundo mejor).
Weber aceptaba que el estudio de la sociedad debía ser riguroso, pero no que pudiera ser verdaderamente objetivo, por tratarse del estudio no tanto del comportamiento social como de la acción social, es decir, del modo en que interactúan los individuos. Esta acción es forzosamente subjetiva y debe ser interpretada centrándose en los valores subjetivos que los individuos asocian a sus actos.
El enfoque interpretativo, o sociología «comprensiva» (Verstehen), era casi la antítesis del estudio objetivo de la sociedad. Mientras que Durkheim estudió la estructura de la sociedad como un todo y el carácter «orgánico» de sus múltiples partes interdependientes, Weber se centró en la experiencia del individuo. A pesar de estar muy influido por Marx, principalmente por la idea de que la sociedad capitalista moderna es despersonalizadora y alienante, discrepaba de su enfoque materialista y su énfasis en lo económico en lugar de en la cultura y las ideas, así como de la inevitabilidad de la revolución proletaria. Weber sintetizó ideas tanto de Marx como de Durkheim para desarrollar un análisis sociológico propio, examinando los efectos de lo que consideraba el elemento decisivo de la modernidad: la racionalización.
La jaula de hierro
En su obra más conocida, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904–1905), Weber describe la evolución de Occidente desde una sociedad regida por costumbres tribales u obligaciones religiosas hacia una organización cada vez más laica y con el beneficio económico como meta.
La industrialización se había logrado gracias al progreso de la ciencia y la ingeniería, y el capitalismo que la acompañó exigía decisiones puramente racionales basadas en la eficacia y el análisis de costes y beneficios. El auge del capitalismo había reportado grandes beneficios materiales, pero también tenía numerosas desventajas sociales. Los valores culturales y espirituales tradicionales habían sido suplantados por la racionalización, que generó lo que Weber llamó «desencantamiento» del mundo, al ocupar el frío cálculo el lugar de la faceta mística, intangible, de la vida cotidiana de muchas personas.
Weber admitía los cambios positivos fruto del mayor conocimiento y la prosperidad resultante de la toma lógica de decisiones en lugar de seguir el dictado de autoridades religiosas obsoletas. Sin embargo, la racionalización también había modificado la administración de la sociedad, incrementando la importancia de la burocracia en todas las organizaciones. Al haberse criado en Prusia, donde la tradición de disciplina militar sirvió de modelo al estado recién industrializado, Weber era especialmente sensible a este fenómeno.
La burocracia, pensaba, es tan inevitable como necesaria en la sociedad industrial moderna. Su eficiencia y eficacia casi maquinal es lo que permite prosperar económicamente a la sociedad, por lo cual el crecimiento de su ámbito y su poder parecía imparable. No obstante, si bien el eclipse de la religión había liberado a las personas de normas sociales irracionales, la estructura burocrática imponía una nueva forma de control y amenazaba con ahogar el individualismo que había llevado al rechazo de la autoridad religiosa. En la sociedad moderna, muchos se sentían atrapados por las rígidas reglas de la burocracia como en una «jaula de hierro» de racionalización. Las burocracias tienden a producir organizaciones jerárquicas impersonales y procedimientos estandarizados que rechazan el individualismo.
Deshumanización
Weber se interesó por estos efectos sobre los individuos, los «engranajes de la máquina». El capitalismo, que había prometido una utopía tecnológica centrada en el individuo, había creado en su lugar una sociedad dominada por el trabajo y el dinero, supervisada por una burocracia inflexible. Esta sociedad rígida no solo oprime al individuo, sino que lo deshumaniza, al hacer que se sienta a merced de un sistema lógico, pero sin alma. El poder y la autoridad de una burocracia racional también afecta a las relaciones e interacciones entre los individuos, sus actos sociales. Estos ya no se basan en lazos familiares o comunitarios, ni en valores y creencias tradicionales, sino que se orientan a la eficacia y el logro de fines específicos.
Como el objetivo primordial de la racionalización es la eficiencia, los deseos del individuo quedan supeditados a los fines de la organización, con la consiguiente pérdida de autonomía individual. Aunque aumente la interdependencia de las personas con la progresiva especialización del trabajo, los individuos sienten que su valor en la sociedad no lo determinan sus aptitudes o sus conocimientos. El deseo de superación personal se ve sustituido por una ambición obsesiva por lograr un empleo mejor, más dinero o un estatus social superior, y la creatividad se valora menos que la productividad.
A juicio de Weber, el desencantamiento es el precio que paga la sociedad moderna por los beneficios materiales que aporta la racionalización burocrática. Los profundos cambios sociales que conlleva no solo afectan a nuestro sistema ético, sino también a nuestra constitución psicológica y cultural. La erosión de los valores espirituales hace que nuestros actos sociales se basen en cálculos de costes y beneficios, y sean más una cuestión administrativa que moral o social.
Acciones sociales y clases
Con todo, Weber no era completamente pesimista. Las burocracias pueden ser difíciles de destruir, pero al haber sido creadas por la sociedad, también podrían ser cambiadas por esta. Marx había predicho que la explotación y la alienación del proletariado por el capitalismo llevaría inevitablemente a la revolución, pero Weber creía que el comunismo desembocaría en un control burocrático aún mayor que el del capitalismo. Así, defendió que, en una democracia liberal, la burocracia solo debe tener la autoridad que los miembros de la sociedad estén dispuestos a concederle. Esto lo determinan las acciones sociales de los individuos en su afán por mejorar su existencia y lo que Weber llamó sus «oportunidades de vida».
Al igual que la sociedad había progresado desde la autoridad «carismática» de los lazos familiares y religiosos, pasando por la autoridad patriarcal de la sociedad feudal, hasta la moderna autoridad de la racionalización y la burocracia, también el comportamiento individual había evolucionado desde acciones sociales emocionales, tradicionales y basadas en valores hasta la «acción instrumental», basada en la estimación de costes y beneficios, que Weber consideraba la culminación de la conducta racional.
Weber identificó tres elementos de estratificación social en los que podrían darse estas acciones sociales y que afectan a diferentes aspectos de las oportunidades de vida de una persona. Además de la clase social determinada por la economía, existen una clase determinada por el estatus o la posición social basada en atributos menos tangibles, como el honor y el prestigio, y una clase de partido, basada en la afiliación política. Combinadas, estas contribuyen a que el individuo ocupe un lugar claro en la sociedad.
Reconocimiento tardío
La perspectiva innovadora de Weber generó una de las corrientes principales de la sociología del siglo XX. El estudio subjetivo e interpretativo de las acciones sociales del individuo supuso una alternativa al positivismo de Durkheim, al señalar que la metodología de las ciencias naturales no era adecuada para las ciencias sociales, y también al determinismo materialista de Marx, al subrayar la importancia de las ideas y la cultura por encima de las consideraciones económicas.
Aunque las ideas de Weber influyeron en sus contemporáneos alemanes, como Werner Sombart y Georg Simmel, no gozaron de aceptación general. En vida, Weber fue considerado historiador y economista más que sociólogo, y solo mucho más tarde su obra recibió la atención que merecía. Muchas de sus obras se publicaron póstumamente y algunas se tradujeron bastante después de su muerte. La aversión a su enfoque se debió en gran medida a que los sociólogos de principios del siglo XX estaban preocupados por acreditar a la sociología como ciencia, y la noción de Verstehen y el examen de la experiencia individual en lugar de la sociedad como un todo se percibieron como faltos del rigor y la objetividad necesarios. Por otra parte, algunos especialmente los partidarios del determinismo económico marxista, discrepaban del análisis de Weber sobre la evolución del capitalismo occidental.
Sin embargo, las ideas de Weber fueron aceptadas gradualmente, a medida que el positivismo de Durkheim perdía favor. Weber influyó, por ejemplo, en la teoría crítica de la llamada Escuela de Fráncfort, basada en la Universidad Goethe de dicha ciudad alemana. Los pensadores enmarcados en esta sostenían que la teoría marxista tradicional no explicaba satisfactoriamente el camino tomado por las sociedades capitalistas occidentales, y por ello recurrieron al enfoque sociológico antipositivista y el análisis de la racionalización de Weber. Huyendo del nazismo, algunos miembros de la Escuela de Fráncfort llevaron estas ideas a EE UU, donde las teorías de Weber fueron recibidas con entusiasmo y donde su influencia fue mayor en el periodo siguiente a la Segunda Guerra Mundial.
En particular, el sociólogo estadounidense Talcott Parsons trató de conciliar las ideas de Weber con la tradición positivista de Durkheim entonces dominante e incorporarlas a sus propias teorías. También contribuyó a popularizar a Weber e introducir sus ideas en la sociología estadounidense, pero fue Charles Wright Mills quien, junto con Hans Heinrich Gerth, atrajo la atención del mundo de habla inglesa sobre los escritos más relevantes de Weber con su traducción y comentario en 1946. Wright Mills estaba especialmente influido por la teoría de la «jaula de hierro» de la racionalidad, concepto que desarrolló en su propio análisis de las estructuras sociales, en el que mostró que las ideas de Weber tenían consecuencias de mayor calado de lo que se creía.
Lo racional se vuelve global
En la década de 1960, el enfoque interpretativo de Weber prácticamente había sustituido al positivismo dominante en la sociología desde Durkheim. En las últimas décadas del siglo XX, el hincapié de Weber en las acciones sociales de los individuos y su relación con el poder ejercido por una sociedad moderna racionalizada sirvió de marco a la sociología contemporánea.
Más recientemente, sociólogos como el teórico británico Anthony Giddens han recuperado la oposición entre el enfoque de Durkheim de la sociedad como un todo y el de Weber centrado en el individuo como unidad de estudio. Giddens señala que ninguno de los dos es totalmente correcto o erróneo, sino que ejemplifican dos perspectivas: la macrosociológica y la microsociológica. Otro aspecto del trabajo desarrollado por Weber, la idea de que son la cultura y la ideología las que modelan nuestras estructuras sociales más que las condiciones económicas, fue más tarde adoptado por una escuela de pensamiento británica de la que surgieron los estudios culturales.
Weber y Marx
Frente a la interpretación marxista de la inevitabilidad del cambio histórico, Weber previó que la economía capitalista sería duradera y se impondría en todo el mundo sobre los modelos tradicionales como resultado de la racionalización. Weber también predijo que una sociedad tecnológica moderna dependería de una burocracia eficaz y que los problemas no serían de estructura, sino de gestión y competencia: paradójicamente, una burocracia demasiado rígida redundaría en detrimento de la eficacia.
Más importante todavía fue su percepción de que el materialismo y la racionalización crean una «jaula de hierro» desalmada que, sin freno, conduce a la tiranía. Marx previó la emancipación de los trabajadores, la dictadura del proletariado y, en último término, la instauración de un comunismo utópico; por el contrario, Weber sostuvo que en la sociedad industrial moderna, la vida de todos –propietarios y trabajadores– depende del conflicto continuo entre la eficacia organizativa impersonal y las necesidades y los deseos individuales. La realidad de las últimas décadas parece darle la razón a este último: el cálculo económico «racional» ha llevado al declive del pequeño comercio de barrio en favor de supermercados y centros comerciales, así como a la exportación de los trabajos de manufactura y servicios de Occidente a países con los salarios más bajos del mundo. Las aspiraciones individuales de muchos se han visto frustradas por la jaula de hierro de la racionalización.
El texto y las imágenes de esta entrada son un fragmento de: “El libro de la sociología”
- Libros:
El libro de la sociología – Akal - La ética protestante y el espíritu del capitalismo – Max Weber
- Sociología de la religión – Max Weber
- Historia agraria romana – Max Weber
- La transición del esclavismo al feudalismo – Max Weber y otros autores
- Max Weber y la crisis de las ciencias sociales – Pedro Piedras Monroy
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