¿Recuerdan qué relajados estábamos cuando al frente de Rusia había un borracho que pellizcaba a las secretarias? Con Yeltsin controlando el botón nuclear, nuestros dirigentes y medios de comunicación sí que estaban tranquilos. Ahora no, ahora hay un presidente en Rusia que es militarista, porque que no tolera que le sigan dando dentelladas alrededor (en Ucrania, en Siria…), que se le ocurre poner en el aire una televisión para contarnos las noticias a su manera y, encima, el muy tunante, ha logrado situar a «uno de los suyos» al frente de la presidencia de Estados Unidos. Y hasta está consiguiendo que se rompa España con su apoyo al procés.
Observando el discurso dominante en Occidente, esta caricatura podría ser la imagen de la situación rusa actual y de su presidente, Vladímir Putin. En la historia de la humanidad, los gobernantes han aplicado frecuentemente la clásica estrategia de señalar a sus ciudadanos que el enemigo estaba fuera para, así, desviar la atención de los problemas
interiores y sus responsabilidades. El agresor, el violador de derechos humanos, quien ponía en peligro la paz e incumplía las promesas y los tratados siempre era el otro. Excepto cuando el otro era una marioneta a nuestro servicio, como Yeltsin. De ahí que la imagen que siempre se nos ha transmitido de Rusia, y de la Unión Soviética anteriormente, estaba muy influida por los intereses occidentales. La realidad es que la evolución y los cambios desarrollados en Rusia en los últimos cincuenta años no los hubiera podido prever el más imaginativo de los escritores de ciencia ficción. De epicentro de una gran potenciamundial que contrapesaba el capitalismo y despertaba pasiones en los movimientos obreros de todo el planeta, pasó en pocos años a ser un Estado fallido y saqueado. De estar bajo el liderazgo de un símbolo del diálogo y de la paz mundial como era Gorbachov a estarlo de un patético borracho al que la comunidad internacional le permitió bombardear el Parlamento. Y cuando parecía que Rusia iba a terminar en el estercolero de la historia, se levanta de sus cenizas y acaba expulsando a Estados Unidos y sus amigos de Osetia del Sur, Crimea y Siria.
Es evidente que no se puede intentar descifrar la geopolítica internacional sin estudiar a Rusia y que no se puede conocer Rusia si nos limitamos a los grandes medios de comunicación. Por ello en la colección «A Fondo» de Akal hemos querido conocer ese país. Y para hacerlo hemos viajado a las raíces de la autocracia rusa, cinco o seis siglos atrás. Hemos recordado el derrumbe de la URSS, sus razones, su proceso y sus consecuencias. Y
así llegamos a la Rusia actual y a su presidente, Vladímir Putin. El hombre que, siendo anticomunista, ha terminado siendo más odiado y temido por los gobernantes occidentales que cualquier líder comunista ruso. Este libro se titula Entender la Rusia de Putin, y nuestro autor fue durante veinte años corresponsal en Moscú y Pekín, y otros nueve en Berlín y Europa del Este. Muchos estudiosos y periodistas nos explicaban en periódicos y libros los acontecimientos de la Rusia moderna, pero muy pocos vivían allí. Y Rafael Poch-de-Feliu era uno de esos pocos.
A lo largo de estas páginas, Poch analiza la geopolítica, pero también la historia de Rusia, porque sin ella no se puede entender nada. Y también nos debemos acercar a las ideologías y los valores que sacudieron a Rusia y a la Unión Soviética, porque tampoco podremos entender los acontecimientos y la actualidad si no desciframos las emociones que despertaron esas ideologías. Por cierto, algún mito sobre el pueblo ruso se nos puede caer leyendo este libro.
También se nos recordará algún dato que la historia ha sepultado. Como que ocho meses antes de que un contubernio palaciego entre los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia disolviera la URSS, en diciembre de 1991, 148 millones de soviéticos de los 185 con derecho a voto habían participado en un referéndum sobre el mantenimiento de una URSS renovada en el que el «sí» obtuvo el 76 por 100 de los votos. La Rusia de hoy nace de un golpe de Estado contra la URSS.
Poch nos dará su valioso testimonio sobre la desilusión de la promesa socialista entre la población soviética. Como dice nuestro autor, es el problema de las religiones laicas, que, a diferencia de las religiones normales que no precisan ni demostración ni verificación, llevan incluidas la promesa de resultados con fecha de cumplimiento. Y el socialismo no la cumplió. Recuerdo la arrogante pregunta que me hizo un líder de Hezbolá en el Líbano hace varios años: «¿Por qué tantos marxistas se están pasando al islam?». Mi respuesta no fue menos arrogante: «Porque el marxismo no puede competir con ustedes en el más allá. Ustedes prometen paraísos y mujeres vírgenes, el marxismo sólo polvo tras la muerte porque sus promesas son aquí y se pueden comprobar o desmentir. Ustedes son una competencia desleal».
Con el derrumbe de la URSS se nos prometió la paz que un mundo dividido en dos bloques y bajo la tensión de la denominada Guerra Fría nunca pudo disfrutar. Nos volvieron a engañar. Sin el contrapeso del socialismo real el neoliberalismo se desbocó, los derechos de los trabajadores (tanto los del Este como los del Oeste) se desplomaron gracias a que se disparó la demanda desesperada de trabajo. En la película Los lunes al sol, del director
Fernando León, un emigrante ruso, recién despedido de una empresa astillera española, cuenta un chiste que circula por su país: «Se ven dos viejos camaradas de partido y uno le dice al otro: “Ves, todo lo que nos contaban del comunismo era mentira”. Y responde el otro: “No, todavía es peor, todo lo que nos contaban del capitalismo era verdad”». Pero, además, como recuerda Poch-de-Feliu, el camino libre hacia las zonas de Oriente Medio que estaban vetadas por el poder de la Unión Soviética desencadenó una serie de intervenciones militares de Occidente en todos los países cuyos Gobiernos no eran del agrado de Estados Unidos (Iraq, Afganistán, Siria, Libia, Yemen) dejando atrás millones de muertos.
Lo señala nuestro autor, el simplismo occidental nos lleva a dividir el mundo entre dictaduras y democracias, olvidando que algunas democracias son responsables de
miles de crímenes fuera de sus fronteras y que algunos Gobiernos, poco o nada democráticos, han logrado con su diplomacia y tolerancia colaborar más por la paz en el
mundo que nuestras democracias.
Este libro se subtitula De la humillación al restablecimiento, y su lectura nos ayudará a comprender esa evolución. Un país donde un día, tras la caída de la Unión Soviética, los ahorros de un profesor de la universidad, que llegaban para un retiro holgado, pasaron a valer lo que un par de zapatos. Donde el primer Parlamento plenamente electo de la historia rusa se disuelve a cañonazos ante el asentimiento de la comunidad internacional. Donde el saqueo de sus recursos naturales fue tal que tres toneladas de petróleo ruso costaban lo que una cajetilla de cigarrillos norteamericanos. Partir de todo ello nos debe servir para comprender cómo recuperar un mínimo de dignidad en el tablero internacional era fundamental para el pueblo ruso, y la garantía de apoyo para quien lo lograra. Pero, ¿qué más hay detrás de Putin? ¿Cuán seguro y firme es su régimen? ¿Cuál es su papel en la tríada con Estados Unidos y China? ¿Cuál es esa relación de amor/odio con Trump? Pongámonos el abrigo y viajemos a Rusia, sólo allí, de la mano de Rafael Poch-de-Feliu,
encontraremos las respuestas.
Pascual Serrano
Entender la Rusia de Putin
La Rusia poscomunista y el particular régimen del presidente Putin, su nacionalismo, su crítico desdén y desconfianza hacia Occidente y su cínico escepticismo hacia los valores reclamados como «occidentales», así como el considerable consenso que todo ello tiene en la sociedad rusa, no se comprenden sin atender a los años noventa, a la forma y los motivos que llevaron a la autodisolución de la URSS por sus propios dirigentes, y al rasgo central que esa década imprimió en la conciencia social y nacional de los rusos: la humillación.
Aquel periodo no sólo supuso una gran y traumática depresión para millones de rusos, sino que ofreció también el medio ambiente idóneo para la reconversión social de una casta administrativa en clase propietaria. Una vez realizada esa crucial operación, en las elites rusas se planteó de nuevo la cuestión del Estado: recuperar su maltrecha función y restablecer su prestigio, tanto dentro como fuera del país.
Vladimir Putin, que, si concluye su actual mandato, habrá gobernado Rusia tanto tiempo como Stalin o Brezhnev, fue el encargado de esa restauración porque reunía tres características idóneas: era una persona «de orden» leal y obediente, no corrupta, con sentido de Estado y, al mismo tiempo, desengañado de las ideologías del antiguo régimen soviético y desmarcado de cualquier tentación de poner en cuestión la turbia privatización que acabó con la nivelación soviética y convirtió a Rusia en una sociedad de grandes desigualdades.
Pero todos estos sorprendentes vaivenes de la Rusia a caballo entre dos siglos se insertan también sobre un entramado histórico concreto, una impronta secular que explica no pocas inercias y regresos al régimen autocrático tradicional en Rusia desde su misma fundación como Estado.
Este libro aborda todos esos aspectos y es, de alguna forma, un epílogo y un regreso a la gran crónica que el autor realizó hace quince años sobre el fin de la URSS y el nacimiento de la Rusia poscomunista, La Gran Transición (Rusia 1985-2002), que Manuel Vázquez Montalbán consideró la mejor síntesis de aquel turbulento periodo.
Gracias Pascual Serrano por recordarnos el libro de Rafael Poch-de-Feliu