En la eterna derrota los problemas se agigantan. Las estrategias inteligentísimas, los liderazgos apabullantes y las ideas para la posteridad de los poco abundantes tiempos de progreso dejan paso ahora a las acusaciones de traición, de falta de miras y de torpeza política… Aunque –seamos justos– estas no cesan ni en vísperas de la revolución ni en el mismísimo día de la victoria.
Se ha dicho muchas veces desde que Zygmunt Bouman acuñara el término. Se seguirá diciendo. Son tiempos líquidos. Esto se percibe intensamente en la parcela izquierda del tablero. Hay ruido, hay caos, no hay ni una certeza, ni una línea a la que acogerse que fluya en la cresta de la ola del momento. Un mar de horizonte infinito entre cantos de sirena y sin tan solo un asidero al que aferrarse. Por lo menos así sería si ese océano se situara en el centro de nuestro ombligo, ya que, si atiendes a los vientos que llegan de otros continentes, hay que reconocer que traen un aroma refrescante desde Chile.
Pero volviendo a nuestro dilema. Resulta que lo que antaño fueran debates superados, resurgen ante la mirada atónita del intelectual y el entusiasmo juvenil de quien cree encontrar una clave innovadora ante la ceguera de los demás. Lo que podría ser un interesante intercambio de opiniones, se torna en intercambio de insultos. Cuando la miseria neoliberalizadora nos exige mirar a la I Internacional, todos se esconden en el subgrupo de la escisión que se fragmentó en aquella histórica ruptura de cuyos motivos y contextos ya pocos se acuerdan. Pues todos estamos más a gusto al calor de los que piensan y hablan exactamente como nosotros, mientras se acusa al que no comparte más del 98 por 100 de nuestro pensamiento.
El capitalismo sigue aquí
Y entre acusaciones de “posmo” y “rojipardo”, el sistema permanece inexpugnable. “La culpa es tuya, que estás equivocado”, se dicen unos a otros. “Capitalismo” ha pasado a ser un término que solo se utiliza para atacar al que suponemos que ha olvidado de qué iba el asunto. Del debate público sabemos que desapareció hace mucho. Tan pocas veces es el sistema la diana de nuestra crítica política que incluso hay quien dice que hemos estado luchando contra una fuerza de la naturaleza; contra nuestro propio instinto depredador. La caída del comunismo en 1991 parecía reafirmarlo: el capitalismo es el estado natural de la humanidad.
En fin, que sin objetivo en el horizonte, entre batallas sin fácil solución y una vez desvirtuado el motivo de nuestra propia existencia política, quizá es hora de pararse un momento a reflexionar.
Pese a que son malos tiempos para el conocimiento riguroso, hay autores (Anderson, Thompson, Wallerstein, Hobsbawm, Polanyi, Brenner…) cuyos trabajos sobre la transición del feudalismo al capitalismo iniciaron unos debates que, interpretados y mirados desde la perspectiva de Ellen Meiksins Wood, historiadora y politóloga marxista de prestigio internacional, nos ayudan a situarnos. Esta tarea, junto a la de exponer las coordenadas temporales y geográficas y las condiciones del surgimiento del capitalismo, se abordan en el que debe ser considerado un clásico sobre los fundamentos del sistema: El origen del capitalismo.
¿Por qué leer a Ellen Meiksins Wood?
¿Y por qué el texto mencionado debería ser ineludible? Precisamente por ofrecernos la máxima certeza que debemos recordar, por poner el foco en lo que nunca debió de desaparecer de la discusión, por centrar la crítica en lo que se nos ha olvidado entre tanto ruido: hay que desafiar la idea de que ese supuesto libre mercado nos beneficia a todos, pues sabemos que es mentira.
Su obra desmonta la idea de que el capitalismo es una consecuencia “natural e inevitable de la naturaleza humana” y parece querernos recordar que, ante la desorientación padecida, sabemos de la especificidad del capitalismo, de sus consecuencias destructivas para la mayoría, de su incapacidad para ofrecer una alternativa más humana y sostenible en el marco de sus premisas sistémicas.
Alguno podría pensar, ¡eso ya lo sabemos! Pero leyendo El origen del capitalismo te das cuenta de hasta qué punto se ha perdido el núcleo constitutivo de nuestra tradición política en los debates de ayer y de hoy, pese a que muchos apelen a la lucha de clases y al socialismo. Quizá se nos esté pasando lo más evidente: entender el nacimiento y fundamentos del capitalismo para no desubicarnos, para asumir y explicar que seguimos padeciendo el escenario de coacción del mercado. Nunca desapareció realmente, aunque lo hiciera, lo haga, en los discursos. Rescatar esa palabra caída en desgracia –“capitalismo”– nunca fue tan necesario, y no se me ocurre mejor forma para homenajear el legado de esta añorada y contundente pensadora.
El origen del capitalismo. Una mirada de largo plazo – Ellen Meiksins Wood