En la literatura, desde la obra de Homero y la Biblia hasta la actualidad, siempre han existido los personajes malvados. No obstante, hasta un tiempo relativamente reciente, eran la justicia natural o el destino los que determinaban la caída final del malhechor; los detectives como Holmes no existían.
Orígenes de la ficción criminal
A finales del siglo XVIII, la mayoría de las novelas europeas podían clasificarse en dos grupos: comedias sociales y novelas góticas. La ficción criminal surgió a partir de este último género. Entre los primeros exponentes de este tipo de literatura se incluyen el marqués de Sade (1740–1814), quien retrató a crueles criminales de las décadas de 1780 y 1790 con un deleite considerable, y Matthew Lewis, que escribió novelas de misterio góticas más populares, como El monje (1796). Algunas novelas, como Las amistades peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Laclos, traspasaron las fronteras entre estas categorías. Ahora bien, pese a que todas estas obras contienen actividad criminal, no hay detectives que resuelvan los crímenes.
Sin embargo, en la primera mitad del siglo XIX, la narrativa criminal se internó por una senda distinta. El escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809–1849) y sus contemporáneos franceses Honoré de Balzac (1799–1850), Victor Hugo (1802– 1885), Alexandre Dumas (1802–1870) y Émile Gaboriau (1832–1873) dieron forma en sus historias a la figura del detective tenaz y establecieron así el tipo de ficción criminal que posteriormente daría fama a Conan Doyle.
Entre mediados y finales del siglo XIX, los escritores naturalistas, que creían que tanto la genética como los factores sociales determinaban la personalidad, examinaron la condición criminal. Algunas novelas notables en este sentido son Thérèse Raquin (1867), del francés Émile Zola, acerca de la asesina epónima, y Crimen y castigo (1866), del ruso Fiodor Dostoyevski, que analiza la mente de un psicópata. Veinte años después, Conan Doyle inventó a Sherlock Holmes, probablemente el detective con una repercusión e influencia más duraderas.
Predecesores de Holmes
En ciertos aspectos, las raíces de la ficción criminal se hallan en la carrera de Eugène François Vidocq. Inspiración directa para muchos escritores franceses, desde Balzac hasta Gaboriau, Vidocq fue un criminal y espía que posteriormente canalizó sus habilidades hacia la legalidad y fundó la secreta Sûreté Nationale en París. Balzac entabló una íntima amistad con Vidocq y lo utilizó como modelo para los detectives de novelas como El padre Goriot (1835), Ilusiones perdidas (1837) y La prima Bette (1846). El detective más célebre de Balzac fue Jacques Collin, también conocido por su apodo, Vautrin. Dumas, asimismo, se inspiró en Vidocq para el ficticio monsieur Jackal de Los mohicanos de París (1854). Y en Los miserables (1862), Hugo basó ciertos aspectos de los personajes, tanto del delincuente reformado Jean Valjean como del inspector de policía Javert, en la asombrosa carrera de Vidocq, que para entonces se había publicado ampliamente, aunque de modo poco fidedigno, tanto por escrito como en los escenarios. Émile Gaboriau, por su parte, escribió acerca de las aventuras de Vidocq en novelas populares, como su serie de monsieur Lecoq, publicada a partir de 1866.
La fama de Vidocq se extendió hasta EEUU y, al parecer, Poe se inspiró en él para escribir la que muchos consideran la primera historia detectivesca pura. Poe también usó los términos «deducción» y «raciocinación» para describir los métodos de su detective C. Auguste Dupin, cuyo rasgo clave para resolver los casos es el pensamiento lateral. De hecho, Doyle reconoció que las historias de Poe fueron un modelo para la ficción criminal posterior y afirmó que, en particular, los tres relatos protagonizados por Dupin proporcionaron «una raíz a partir de la cual se desarrolló toda una literatura». El primero de estos relatos, «Los crímenes de la calle Morgue» (1841), es un ejemplo de historia de caso de «habitación cerrada», en la que se comete un delito, normalmente un asesinato, en condiciones en apariencia imposibles. En el segundo relato, «El misterio de Marie Roget» (1842), inspirado en un caso de homicidio real acaecido en Nueva York, Dupin debe reconstruir los últimos días de la vida de una misteriosa víctima. La tercera historia, «La carta robada» (1844), combina un duelo psicológico entre el detective y un chantajista con el problema «oculto a simple vista».
La mayoría de los escritores mencionados más arriba se leían en Gran Bretaña e influyeron en el desarrollo del género que se convertiría en una de las líneas más importantes de la edición popular.
Ficción criminal británica
El primer escritor británico importante de este género fue Wilkie Collins (1824–1889), autor de La dama de blanco (1860) y La piedra lunar (1868), publicadas unas dos décadas antes de que Doyle presentara a Holmes al mundo. Como muchas novelas de la época, aparecieron originalmente por entregas, y siguen siendo magníficos ejemplos de novelas de misterios y conspiraciones desvelados por una investigación ingeniosa.
El gigante de las novelas por entregas inglés, Charles Dickens (1812– 1870), también experimentó con las historias de misterio e introdujo elementos del género en novelas como Oliver Twist (1838) y Nuestro común amigo (1865). Dos de sus historias de detectives más importantes son Casa desolada (1853), con el inspector Bucket, y El misterio de Edwin Drood (1870), que quedó inacabada a su muerte, protagonizada por el detective privado Dick Datchery.
Hacia la misma época escribía el autor irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1814–1873), autor de novelas de misterio góticas con elementos mágicos y sobrenaturales. Le Fanu también escribió novelas que contienen rasgos de la ficción detectivesca clásica, como La mano fantasma (1864), The Wyvern Mystery (1869) y En un vidrio misterioso (1872), que se presentan como recuerdos de un detective «oculto», el doctor Hesselius.
La llegada de Holmes
En 1887, Conan Doyle publicó su primera historia sobre Sherlock Holmes, Estudio en escarlata. En esta novela incluía ya ciencia forense, una investigación detallada en la escena del crimen y un meticuloso análisis de los personajes. Consolidado como un personaje clave en los relatos de The Strand, Holmes se convirtió en un éxito, con un público lector cada vez más culto y entusiasta. Así resulta comprensible que la decisión de Doyle de matar a su mayor creación ficticia en 1893 provocara un escándalo. Al parecer, Doyle no era del todo consciente del atractivo de sus historias. Pero incluso sin Holmes, la ficción criminal se había afianzado en el mercado y, en sus muchas variantes, seguiría vigente durante todo el siglo XX y hasta hoy.
Contemporáneos de Holmes
Aparte de Holmes, otros detectives de ficción cobraron popularidad en la época. Uno de ellos fue Sexton Blake, descrito como el «Sherlock Holmes de los pobres». Las primeras aventuras de Blake aparecieron por entregas en diarios y revistas a partir de 1893, y estaban escritas por diversos autores. La primera de ellas fue «The Missing Millionaire», de Harry Blyth. Al igual que Holmes, Blake vivía en Baker Street y tenía una casera tolerante. Se escribieron más de 4 000 aventuras de Blake, que continuaron hasta 1978 y se adaptaron para los escenarios, la radio y la televisión.
Otro autor contemporáneo de ficción detectivesca fue G. K. Chesterton (1874–1936), quien, además de escribir la brillante y oscura novela de suspense El hombre que fue jueves (1908), en la que la policía se enfrentaba a los anarquistas, creó al modesto padre Brown, sacerdote católico detective. Brown resuelve problemas aplicando métodos similares a los de Holmes, si bien, en tanto que sacerdote, recurre a sus conocimientos sobre la condición humana recabados en el confesionario. A lo largo de cinco volúmenes escritos entre 1911 y 1935, Brown se convirtió en un ingrediente básico de la dieta de ficción criminal de los británicos.
Hubo otros escritores notables que escribieron bajo la larga sombra de Holmes. El cuñado de Doyle, E. W. Hornung, presentó a Raffles, el caballero ladrón, en The Amateur Cracksman (1899); y E. F. Bentley escribió la popular novela Trent’s Last Case (1913), en la que su caballeroso detective Philip Trent se enamora de una de las sospechosas e incurre en varias conclusiones equivocadas.
Subgéneros de la ficción criminal
A principios del siglo XX, la narrativa criminal podía dividirse claramente en tres subgéneros principales: las historias de sabuesos, como las de Sherlock Holmes; la ficción criminal pulp; y los thrillers de espías, que a menudo implicaban siniestras conspiraciones. Un abismo separaba la clase de historias escritas por Conan Doyle y las populares y sensacionalistas narraciones tipificadas por los otros dos subgéneros.
La edad de oro británica
La época de entreguerras vino a conocerse como la edad de oro de la ficción detectivesca británica. Inspirados en las aventuras de Holmes, los relatos de esta época tienden a adoptar la forma de la narración criminal clásica, protagonizados por detectives aficionados más astutos que la policía y ambientados a menudo en el mundo de la clase alta británica. Agatha Christie fue sin duda la autora más célebre y con más éxito de dicho periodo, pero hubo muchos otros.
Entre ellos figuran Dorothy L. Sayers, con sus historias de lord Peter Wimsey, la primera de ellas El cadáver con lentes (1923); Margery Allingham, con sus relatos de Albert Campion, iniciados con The Crime at Black Dudley (1929); Ngaio Marsh, con los misterios del inspector Alleyn, como A Man Lay Dead (1934); y Leslie Charteris, con las historias de Simon Templar, que más tarde se convirtieron en la popular serie televisiva y la película El Santo. Presentado en 1928, Templar era un detective aficionado que vivía ligeramente al margen de la ley y tenía un gran instinto para la investigación y la justicia.
Otro autor de historias detectivescas fue John Dickson Carr (1906– 1977). Pese a ser de EE UU, ambientó la mayor parte de sus historias en Inglaterra, donde vivió muchos años, así que su obra suele considerarse dentro del ámbito británico. Entre sus investigadores figuran el decadente, encantador y desordenado doctor Gideon Fell (posiblemente inspirado en G. K. Chesterton) y el aristócrata sir Henry Merrivale. The Hollow Man (1935), titulada The Three Coffins en EE UU, incluye un capítulo en el que Fell imparte una conferencia de manual acerca de su metodología para resolver crímenes aparentemente imposibles. Carr escribió también una biografía temprana de Doyle.
Edgar Wallace (1875–1932), prolífico escritor inglés que vivió un tiempo en EE UU, donde ejerció con éxito como guionista, se convirtió en todo un fenómeno de la ficción detectivesca. En la cima de su fama, en la década de 1920, vendía más de un millón de ejemplares al año. Entre sus obras más destacadas figuran Los cuatro hombres justos (1905), El arquero verde (1923) y las historias de J. G. Reeder (recopiladas en 1925).
Agatha Christie. La reina del género
La reina de la ficción detectivesca del siglo XX fue Agatha Christie (1890– 1976). Se la considera la novelista con más ventas a nivel mundial, con cifras que se sitúan tan solo por debajo de las de la Biblia y las obras de Shakespeare, y sus libros se han traducido a 103 idiomas. Pese a su elevado estatus social, escribía obras «de cultura media» con las que atrajo al público general de todo el mundo.
Durante su dilatada carrera, publicó 66 novelas y 14 relatos, y escribió además la obra teatral representada durante más tiempo de la historia: La ratonera (1952). Entre sus títulos más destacados se cuentan El asesinato de Roger Ackroyd (1926), un candidato habitual al premio a la mejor novela criminal de la historia concedido por la Crime Writers’ Association, y Diez negritos (1939), con más de 100 millones de ejemplares vendidos.
Christie, dotada de una gran capacidad inventiva, concibió a dos detectives: el ex inspector de policía belga Hércules Poirot, al estilo de Holmes, y la aficionada pero brillante Miss Jane Marple, sagaz observadora de la naturaleza humana. Ambos realizan agudos análisis psicológicos de los protagonistas de cada historia y observan los detalles disponibles que se suelen pasar por alto por considerarse insignificantes, una lección que habían aprendido de Holmes. Poirot hizo su aparición en El misterioso caso de Styles (1920), que también lanzó la carrera de Christie, y protagonizó 33 novelas. Marple debutó en un relato breve, «El club de los martes» (1926), y la primera novela que protagonizó fue Muerte en la vicaría (1930); apareció en otras 11 novelas y en más de 20 relatos. Como el padre Brown de Chesterton, Marple es un personaje reservado y contemplativo que hurga modestamente en los misterios que ha de resolver. Tanto Poirot como Marple han protagonizado numerosas películas y series.
La edad de oro en EE UU
Philo Vance, el esteta y sabueso de S. S. Van Dine (pseudónimo de Willard Huntingdon Wright, 1888–1939), fue uno de los primeros grandes detectives de ficción estadounidenses al estilo de Holmes. Van Dine presentó a Vance tras escribir un estudio exhaustivo sobre el género, el cual dio lugar a El misterioso asesinato de Benson (1926) y otras 11 obras maestras de la novela detectivesca.
Los primos Frederic Dannay (1905–1982) y Manfred Bennington Lee (1905–1971) inventaron a Ellery Queen, su pseudónimo y su personaje. Investigador talentoso, presentado a menudo como el «autor» de sus libros, Queen se hizo popular tras la publicación de su primera novela, El misterio del sombrero de copa (1929). Hoy día, Ellery Queen se ha convertido en una marca, que aparece como personaje en revistas y adaptaciones para el teatro, la televisión y el cine.
Con todo, el más claro heredero de la capa y la gorra de cazador de Holmes en EE UU es el detective de Rex Stout, Nero Wolfe. Wolfe vive en una casa típica de la zona alta de Manhattan, donde cuenta con la asistencia de su cocinero, Fritz, y de un ayudante, Archie Goodwin, quien, al igual que Watson, hace de narrador. Las deducciones de Wolfe, como las de Holmes, se basan en sus conocimientos y su experiencia y exigen la suspensión de la incredulidad. Los orígenes de Nero Wolfe son un misterio. Algunos holmesianos sitúan sus raíces en Europa del Este; otros sugieren que es el hijo ilegítimo de Irene Adler y Holmes.
La novela negra
En las décadas de 1930 y 1940 surgió en EE UU otro tipo de narrativa criminal. Se trataba de novelas despojadas de sentimentalismo, realistas y descarnadas, protagonizadas por cínicos detectives antiheroicos muy diferentes de Holmes. Este nuevo estilo vino a conocerse como novela negra o hard-boiled. Dashiell Hammett (1894–1961) y Raymond Chandler (1888–1959) se consideran los fundadores de este subgénero.
Los tres personajes más destacados de Hammett, el agente sin nombre de la Continental de Cosecha roja (1929), Sam Spade de El halcón maltés (1930) y Nick Charles de El hombre delgado (1934), se encuentran inmersos en misterios que solo pueden resolverse mediante una sagaz labor detectivesca. En cambio, el sabueso de Raymond Chandler, Philip Marlowe, es menos ingenioso y a menudo se limita a seguir un rastro de cadáveres y a glamurosas mujeres fatales que lo conducen a conclusiones a menudo inescrutables y violentas, en obras como El sueño eterno (1939) y Adiós, muñeca (1940).
El legado británico de Holmes
Más de un siglo después de Holmes, el auténtico legado de la invención de Doyle puede apreciarse en varios autores de ficción criminal británicos.
P. D. James (1920–2014) escribió ingeniosas historias ambientadas a menudo en lugares remotos. Presentó a la investigadora privada Cordelia Gray en No apto para mujeres (1972), y posteriormente publicó una serie de novelas protagonizadas por el comandante Adam Dalgliesh, comenzando por Sabor a muerte (1986). Gracias a su magnífica prosa, las novelas de James no tardaron en considerarse obras de literatura seria.
Por su parte, Ruth Rendell (1930– 2015), que también publicó bajo el pseudónimo de Barbara Vine, destacó como creadora de novelas criminales psicológicas. Su principal serie de novelas está protagonizada por el meticuloso y analítico inspector jefe Wexford; la serie empezó en 1964 con Dedicatoria mortal y se prolongó en otras 12 novelas hasta 1983.
Colin Dexter (n. 1930) creó al irascible inspector Morse y a Lewis, su compañero a lo Watson. En efecto, el formato de Dexter es similar al de Doyle, pues Lewis suele ocuparse del trabajo preliminar mientras que Morse resuelve el misterio. Iniciada con Último bus a Woodstock (1975), la serie se prolongó en 13 novelas hasta 1999.
Ian Rankin (n. 1960) jamás concibió sus libros como novelas de género, pero su serie del inspector Rebus, iniciada con Nudos y cruces (1987), ha continuado en otros 18 títulos y lo ha afianzado como uno de los principales autores de narrativa criminal modernos. Rebus, un personaje que genera pocas simpatías, se mueve por instinto, usando una combinación de lógica holmesiana y tácticas intimidatorias a lo Philip Marlowe.
Como ya se apunta en los relatos criminales de Poe y se hace explícito en Holmes, con sus brotes depresivos y su consumo de drogas, muchos de estos sabuesos viven atormentados por asuntos románticos o familiares, por el alcoholismo y por fantasmas del pasado, entre otras cosas.
Ficción criminal reciente
El legado de Sherlock Holmes tiene continuidad en autores de ficción criminal de todo el mundo, pero sobre todo de EE UU.
El estadounidense John D. Macdonald (1916–1986) inventó a Travis McGee, un detective independiente propietario de un barco en Florida que asume casos que le intrigan o indignan. El lector, situado en el papel de observador, se ve obligado a interpretar las averiguaciones de McGee hasta que este resuelve los casos. McGee recopila pruebas y cavila sobre los problemas, va conectando las pistas y, como Holmes, las utiliza para dar caza a los villanos.
El estadounidense-canadiense Ross Macdonald (pseudónimo de Kenneth Millar, 1915–1983) escribió una serie de aventuras acerca del detective privado californiano Lew Archer. Pese a emplear esporádicamente tácticas violentas, Archer realiza una labor detectivesca excelente.
Así como Holmes fue un pionero en el uso de la ciencia, la estadounidense Patricia Cornwell (n. 1956) ha sobresalido describiendo la ciencia forense moderna con un grado de detalle que revuelve el estómago. Su protagonista, Kay Scarpetta, utiliza sus habilidades culinarias para examinar los restos mortales y se enfrenta a criminales en novelas como La granja de cuerpos (1994). Otra estadounidense, Karin Slaughter (n. 1971), que debutó con la novela Ceguera en 2001, también describe investigaciones forenses con pelos y detalles.
La ficción criminal es ya un género consolidado, sobre todo en Francia, España, Rusia, Japón y Escandinavia, y muchos autores de habla no inglesa como Stieg Larsson y Pierre Lemaitre han logrado una gran popularidad en todo el mundo. Al margen de los orígenes y el estilo de cada autor, no cabe duda de que todos han bebido del legado del indomable Sherlock Holmes de Conan Doyle
El texto y las imágenes de esta entrada son un fragmento de: “El libro de Sherlock Holmes”
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