La localidad costera de Laguna Beach, a 80 kilómetros de Los Ángeles, vio en el estío de 1966 un curioso fenómeno: un basurero diciendo «¡Te quiero!» a todos aquellos que se cruzaban con él. Al día siguiente el superior le reprendió, preguntó si estaba borracho, y al abrir la boca del acusado no notó ningún hedor. No es difícil de entender que la sustancia era otra, todavía desconocida para el gran público, y que respondía al nombre de Orange Sunshine. Esta era una variedad del LSD potentísima, manufacturada en esa misma ciudad, y cuyo rastro sigue de manera afilada y jocosa el escritor y periodista Nicholas Schou.
La mayoría de los tipos que componían «La hermandad de Amor Eterno» hizo de esta localidad su madriguera. A no más de cuatro horas de México, de Tijuana, podían menudear con la marihuana y el ácido, aprovechando el escaso control que tenían las autoridades estadounidenses con el comercio de droga todavía a mediados de los años sesenta. En la película Easy Rider, obra clave de entre décadas en la cultura angelina, se ve al inicio de la historia cómo el gran viaje iniciático de los protagonistas se financiaba con una venta de farlopa a un dealer (Phil Spector interpretándose a sí mismo).
Según Schou, del año 1964 a 1965 la mayoría de los componentes de «La hermandad…» tomaron LSD por primera vez y sufrieron la llamada «muerte del ego». Se transformaron, así, de jactanciosos ladrones en hippies casi sacados de la serie Scooby Doo. Pero, no nos engañemos, este grupo fue sobre todo un cartel improvisado que monopolizó los estupefacientes en la zona a finales de esta década. Su líder indiscutible era John Griggs, chuleta medio tartamudo que con la ayuda del mestizo Edward Padilla fidelizaba a los clientes de cualquier manera. Recuerda Padilla que
[…] tenía un montón de clientes y les inducía meticulosamente a que consumieran hachís. Yo creía en la droga […] Tenía veinte años y me pareció que necesitaba ir a México y hacer algo que mereciera la pena. Al ser un adicto a la adrenalina, el contrabando era atrayente: no podía esperar a realizarlo.
A Griggs pronto le hablaron de una sustancia superior a la heroína –su medicación favorita por la cual enfermó de hepatitis– cuyo nombre era LSD. Las únicas dosis que conocían cerca le pertenecían a un productor de cine que las atesoraba en una mansión dentro de un jarrón. El relato fantasioso de Padilla, como salido de un thriller hippie con Peter Fonda como infiltrado, contiene unas máscaras de esquí y una pistola. Todos esto llevó al feliz suceso de esta empresa: Griggs tenía ya, al fin, su medicina para la acidez. No sabemos la fecha exacta del primer viaje de Griggs, pero sí el testimonio de cómo supuso una experiencia religiosa. El surfista Chuck Mundell, amigo de Griggs, decía que
[…] le había dicho un poder altísimo que iba hacer su labor, llevar a la gente a conocer la divinidad, porque era el tipo de persona que podía organizarlo todo. Y, además, todos éramos parte de ello.
Como a Marcelino pan y vino, Dios le hablaba a Griggs sin intermediarios comenzando así su conversión de camello de poca monta en gurú lisérgico de Laguna Beach. Hacia finales de esa década dorada, su grupo era sin discusión el mayor proveedor de LSD en la costa oeste gracias a su variedad Orange Sunshine. Schou llega a decir que este tipo de ácido se llegó a distribuir «de los conciertos de Grateful Dead y las comunas de California a las ciudades grandes y pequeñitas de Estados Unidos». La policía intentó alertar contra la sustancia, pero pronto fue tan ubicua que llegó a ser regalada por La hermandad. Los dividendos obtenidos, incluso, les permitieron escoltar la fuga de Leary a Argelia.
Estas actividades delictivas, todavía más funambulistas que truculentas, nos dan la otra cara de Los Ángeles: en la postal de los hippies felices en su comuna se oculta siempre en la foto a todos estos tipos subalternos, de dudosa reputación, que quizá no fueron advertidos por el colocón generalizado. A propósito de los crímenes de Manson, Gail Zappa –esposa del cantante– decía con bastante agudeza que:
[…] no creo que pudieras haberlos predicho, pero esa gente era peligrosa y todos lo sabían. Yo también. Ellos no tenían el mismo carácter o forma de vivir que veías en todos los lados. Creo que es también parte de la cultura de la droga: es un negocio muy explotador y la gente empezaba a deber mucho dinero, ya que las sustancias eran ubicuas en la escena. Incluso, si tomas drogas y enturbian tu percepción, entonces es cuando no te das cuenta de ellos. Pero ¿y los que no las tomábamos?
Oh sí, claro que nos dábamos cuenta…
Fue, precisamente, Orange Sunshine la droga que tomaron los acólitos de Charles Manson en marzo de 1969, a decir de Schou. Esta les convenció que las visiones apocalípticas del gurú bajito respecto a una guerra racial eran reales, y había que cometer los crímenes. El luctuoso suceso acabó con el juicio benefactor de la droga en esta costa oeste y ya en 1972 cientos de miembros de «La hermandad…» serían detenidos en Maui, California y Oregón.
Se acababa un tiempo, la ola se ahogaba en la playa, y esa «locura en cualquier dirección y cualquier hora», según Hunter S. Thompson, se esfumaba ante la realidad de un país tan cerrado como todavía republicano. Entre los ahogados quedarían los adictos a las sustancias, ricos y pobres.
- Extracto de ‘Los Ángeles de Charles Manson’ de Julio Tovar.