Estamos en el siglo XVII. Imaginen a una mujer que, con 17 años, y en unos tiempos en que el acceso a las Bellas Artes era exclusivo de los hombres, pinta un cuadro al óleo de 170 cm. de altura en el que se inspira en un pasaje bíblico para mostrar la escena de una joven acosada por unos viejos. De este modo rechaza la presión de su padre para hacerse monja y decide ser pintora.
Una mujer que, al año siguiente, denuncia la violación por parte de un colega de su padre, y que mantiene su acusación incluso bajo tortura. Declara en el juicio con precisión y valor todos los detalles de la agresión y consigue que su agresor fuera condenado. Recordemos, siglo XVII.
Una mujer que se quedó huérfana de madre a los once años y debió cuidar la casa y a sus hermanos. Que después de casarse se separa de su marido y debe criar sola a sus cinco hijos. Una pintora que fue amiga de Galileo Galilei y cuyas obras se encuentran en los museos de Bolonia, Detroit, en el Prado de Madrid, en El Escorial o el Metropolitan de Nueva York, entre otros. Recibió encargos de de Felipe IV de España y de Carlos I de Inglaterra.
Una artista que es su propia agente y administradora de su obra, en la que predominan las mujeres-símbolo, como por ejemplo Lucrecia, Betsabé, o Judit, enfocadas desde un punto de vista femenino. Con 22 años pintó un desnudo de mujer tan realista que su cliente se vio obligado más tarde a cubrirlo con unos paños. Con 23 años fue la primera mujer admitida en la Academia de las Artes del Dibujo. La calidad de su pintura se puede comparar con ladel mismísimo Caravaggio.
Su vida ha inspirado novelas, biografías, obras de teatro, una película y un documental.
Esa mujer se llama Artemisia Gentileschi, una mujer que hace cuatro siglos ya desafió sistemáticamente los valores patriarcales y que, como tantas figuras femeninas del arte y de la ciencia, sigue siendo desconocida para el gran público.
En el libro Artemisia Gentileschi y el feminismo en la Europa de la Edad Moderna, la investigadora Mary D. Garrard nos sitúa a la artista en el contexto histórico de las mujeres de esa época, analiza sus cuadros, y disecciona su feminismo.
Como señala Garrard, Artemisia abordó los mismos asuntos que ocupaban a las escritoras: violencia sexual, poder político, el mito de la inferioridad femenina y el silenciamiento cultural de las voces y logros de las mujeres. Y añade, “es verdad que las escritoras [y artistas] promujer y antimisóginas de la Edad Moderna no eran llamadas «feministas» en su época. Pero, para repetir una analogía que ya he utilizado con anterioridad, la obra de Galileo y Newton tampoco fue llamada ciencia en su tiempo; era filosofía natural. Hoy son considerados figuras fundacionales en la historia de la ciencia, es decir, científicos. Como la ciencia, el feminismo existió antes de que acertásemos a ponerle nombre”.
En la Europa de la Edad Moderna, las mujeres recibían constantes recomendaciones para ser «castas, obedientes y silentes». En realidad, no eran ni obedientes ni calladas, y quizá no tan castas. Como no se callaban, fueron silenciadas, una condición que sustituyeron por medio del discurso tanto literario como visual. Su discurso fue a su vez anulado con represión y desatención.
Todo lo que se haga hoy para recuperarlas será poco.
Magnífico texto