Cuando las cosas no son lo que parecen…

Charo Ortuño

Hubo un tiempo en el que quisimos creer; un momento en el que soñamos con encontrar algo, una pista, un pequeño detalle, que nos llevara a confirmar la existencia, o su posibilidad, de todo lo mágico, de ese polvo de estrellas que configura la infancia. Luego crecimos, dejamos de querer creer y nos dedicamos a temas mucho más frívolos; nos entregamos a la vida, y ya nunca tuvimos la oportunidad de intimar con la magia. Se nos murieron los sueños y, con ellos, las ganas.

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Por suerte, no todo está perdido. Unos pocos consiguen no romper el fino hilo que los une a lo imposible, y esa cuerda fantástica, con el tiempo, se hace más y más sólida. Lewis Carroll logró conservarla y nos hizo partícipes de ese especial mundo suyo, nos invitó a entrar y a quedarnos en él a través de sus libros; páginas llenas de un universo en el que nada es lo que parece y cuyo animalario es siempre original y transgresor, cuerdo y demente al mismo tiempo. Y no todo se queda en el país de las Maravillas; el imaginario de Carroll da para mucho más. Hablemos de hadas; conozcamos a Silvia y Bruno: dos hermanos traviesos que se aman y se necesitan profundamente; dos magos que actúan como catalizadores del alma humana y la transforman en algo mejor, más inocente y más puro. Silvia y Bruno tienen la capacidad de cruzar del mundo real al país de las hadas y viceversa, y ofrecen la generosa oportunidad de dejar que ciertos humanos, de impresionante dicha, les acompañen. La obra comporta, de nuevo, un fiel retrato de las costumbres victorianas, de su lenguaje, sus vicios, virtudes y, por supuesto (y sin ánimo de ofender a los amantes de tal época), de todo el «merengue» y las toneladas de vaselina que embadurnan las grandes obras del siglo xix, sin cuyo brillo las creaciones de Carroll no serían tan maravillosas ni tan impactantes como son (¿Os imagináis el Petersburgo de Rodia sin la fiel descripción dostoievskiana del alma rusa? Yo no. Pues lo mismo pasa con los victorianos, su disciplina y su excesivo puritanismo.)

Los personajes que acompañan a Silvia y Bruno en esta especial aventura, casi al cien por cien producto original humano, se ven contagiados por las estelas mágicas que los niños dejan a su paso, y pueden percibir la esencia de cosas que pasarían absolutamente desapercibidas para ellos si las circunstancias fueran otras. El autor logra que nos hagamos con esa dicotomía; logra que la entendamos, a pesar de que debe de ser de las cosas más difíciles de reflejar en una obra literaria (al menos, yo me veo totalmente incapacitada. ¿Cómo hacer que el lector identifique mediante palabras cuándo estás aquí –en el mundo real– y cuándo allí –en el fantástico–?). Carroll consigue definir y dar forma a la confusión que siente el humano que «nota» (nota porque no lo sabe, pero sí lo siente) que está entre dos mundos, alejado de la normalidad y de lo común, y quien lo percibe todo mediante sutiles pistas, pequeñas migajas que le hacen saber que nada es lo que parece y que la vida está siempre llena de posibilidades.

De nuevo desde el lado de lo imposible, Carroll nos regala la bondad, la alegría y la inteligencia de estos dos curiosos y especiales niños que adiestran a los humanos para que se manejen con soltura Silvia y Bruno.indden el complicado arte de soñar; los enseñan a comportarse, a saltarse las reglas de la lógica mientras cometen travesuras con las que nunca se pierde el sentido de la moral; niños que ofrecen ayuda a otros que se encuentran necesitados y que lo hacen siempre desde el más absoluto y recto pudor. Silvia y Bruno es, por intentar definirla de alguna manera que se aproxime a lo que sentí con su lectura, un compendio divertido de «nonsenses» lógicos donde los perros hablan (o los niños entienden el idioma perruno), los zorros comen zorros y los jardineros están como regaderas. Esta joya mágica es un juego de palabras para curiosos. El lector cruza la frontera hacia el universo de maravillas de Carroll y acaba conociendo al insufrible niño Uggug y a su insoportable familia, al Otro Profesor y su nada lúcida demencia… todo un bestiario onírico acompañado de las casi cien geniales ilustraciones de Harry Furniss, que nos ayudan a ponerle cara al imaginario de Carroll.

Pasen y sueñen, queridos lectores, y respondan una pregunta: ¿están seguros de que lo que se posa en la hoja es sólo una mariposa? Ya saben que no todo es lo que parece… La próxima vez que vean un puntito rojo en una flor, no den por sentado que se trata de una mariquita; párense y miren

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