Pascual Serrano
Nuestras democracias están en peligro ante el avance de las ultraderechas en todo el mundo. Su plan es transformarlas desde dentro en autocracias eliminando muchos de nuestros derechos y libertades conquistadas. Anna Clua y Dardo Gómez lo analizaron con especial atención a los medios de comunicación en “De las fake news al poder. La ultraderecha ya está aquí”, y sobre ello les entrevistamos hace unos meses. Ahora, la advertencia es de Steven Forti, es profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Está especializado en la historia de los fascismos, los nacionalismos y las extremas derechas. En su libro “Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales”, se centra en las coyunturas internacionales de avance de la ultraderecha. De todo ello le preguntamos en esta entrevista.
En tu libro hablas de ola desdemocratizadora. ¿Están defraudando nuestras democracias?
Efectivamente, estamos viviendo la primera ola desdemocratizadora desde la Segunda Guerra Mundial. A partir de 2009 ha habido un claro cambio de rasante: si hasta aquel entonces había cada vez más países que se convertían en democracias, desde esa fecha hay cada vez más países que se están autocratizando. Es indudable que una parte de la ciudadanía se siente defraudada por nuestras instituciones.
En el mundo occidental, las desigualdades no paran de crecer desde hace más de dos décadas, los trabajos precarios e informales han ido en aumento, el Estado del bienestar se ha debilitado, el ascensor social se ha roto… obviamente, no todos los giros autoritarios que se han dado en el mundo en el siglo XXI cuentan con el apoyo electoral de una parte mayoritaria de la población.
Ha habido también procesos de autocratización fruto de golpes de Estado, intervenciones militares u otras variables. Es un fenómeno complejo.
Si este avance de la ultraderecha no es la causa del problema de nuestra democracia, sino el síntoma, ¿cuál es la causa?
Hay múltiples causas. En primer lugar, el aumento de las desigualdades que comentaba anteriormente, es decir una de las consecuencias a largo plazo de la imposición del modelo económico neoliberal.
En segundo lugar, la que se ha llamado “reacción cultural” a los cambios que han vivido nuestras sociedades en las últimas décadas: el aumento de la población extranjera, la conquista de derechos como el aborto, la igualdad de género…
En tercer lugar, un conjunto de factores de tipo político-institucional-social, como el aumento de la desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones, el debilitamiento de los cuerpos intermedios -es decir, partidos y sindicatos- o la atomización de nuestras sociedades, fruto tanto del individualismo neoliberal como del impacto de las nuevas tecnologías.
Por último, una percepción generalizada de desprotección, inseguridad e incluso miedo frente a los cambios que estamos viviendo. A su manera, la extrema derecha ofrece protección y seguridad, dando respuestas simplistas a problemas complejos.
¿Cómo entiendes que las extremas derechas se asocien en tres grupos políticos diferentes en el Parlamento europeo? ¿Qué les diferencia?
Hay tres razones. La primera es la geopolítica: hay formaciones atlantistas y otras rusófilas. Las primeras están esencialmente en los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), liderados por Giorgia Meloni; las segundas en Patriotas por Europa (PfE), capitaneado por Viktor Orbán y Marine Le Pen.
Podrá haber movimientos en futuro al respecto tras la victoria de Trump. No es casual que Vox, fuertemente atlantista, haya pasado de un grupo al otro el pasado verano.
El tercer grupo, Europa de las Naciones Soberanas (ESN), constituido por Alternativa para Alemania, es un grupo técnico en realidad, es decir necesario solo para obtener fondos y mayor visibilidad en el Parlamento.
La segunda razón tiene que ver con la formación de estos grupos: ECR fue creado en 2009 por los Tories británicos y poco a poco se fueron sumando más partidos de derecha más o menos extrema y euroescépticos. PfE, en cambio, acaba de crearse: es la renovación de Identidad y Democracia que había nacido en 2019, con la incorporación de algunos nuevos fichajes, como Fidesz y Vox. Antes, la mayoría de esos partidos, más débiles que ahora, estuvo creando y haciendo saltar por los aires continuamente grupos en el Europarlamento, dando muestras de una gran incapacidad para colaboraciones estables.
En el último lustro, si bien siguen divididos, las tornas han cambiado. La última razón tiene que ver con las ambiciones personales y viejas o nuevas rencillas: a Meloni, por ejemplo, hasta hace dos telediarios no le interesaba ir en el mismo grupo con Salvini, cuando el líder liguista era hegemónico en la ultraderecha italiana. En general, para muchos es siempre mejor ser el alcalde de su pueblo que el concejal de un gobierno autonómico.
Dicho todo esto, los tres grupos de extrema derecha en Estrasburgo comparten la mayoría de las cosas desde el punto de vista ideológico y programático. De hecho, colaboran frecuentemente, votan a menudo de la misma forma en el Parlamento Europeo y firman manifiestos conjuntamente.
Tus calificaciones de autocracia electoral pueden parecer arbitrarias. ¿Por qué lo es Hungría y no lo es EEUU? ¿Por qué lo es El Salvador y no Moldavia? ¿Puede ser que vean la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio?
Para que podamos considerar democrático un país es necesario que haya, como mínimo, unas elecciones libres y justas. A diferencia de Estados Unidos y Moldavia, en Hungría y El Salvador las elecciones no son justas y solo hasta un cierto punto son libres.
Lo mismo dígase por el sistema mediático: comparto las deficiencias existentes al respecto en la gran parte de las democracias liberales, pero en Hungría el gobierno controla directa o indirectamente más del 90% de los medios y en El Salvador, más de lo mismo. El pluralismo informativo brilla por su ausencia.
Por último, la separación de poderes ya no existe ni en Budapest ni en San Salvador: el poder ejecutivo controla el legislativo y el judicial. En Washington y en Chisinau, la situación es seguramente mejorable -¿dónde no lo es?-, pero no podemos compararlas con los modelos iliberales de Orbán y Bukele.
Si hay autocracias electorales, ¿podría haber democracias no electorales? Es decir, regímenes donde, quizás, su gobierno, sin un sistema electoral al uso, paradójicamente, puede tener más apoyos que algunas democracias electorales. Por ejemplo, Cuba o China. Empresas occidentales de encuestas han revelado que el apoyo al gobierno chino entre la población es muy alto, en cambio sabemos que en occidente hay presidentes que llegan al gobierno con el apoyo de tan solo un 20% de la población y se mantienen en el poder uno o dos años después con menos del 15%.
Depende de qué consideramos una democracia. Un sistema en que no hay elecciones ni libres ni justas, en que no hay pluralismo informativo y en que no hay separación de poderes no puede ser considerado una democracia. Que haya consenso de la población no quiere decir que un sistema sea democrático.
Si me permites una provocación, y sin tener datos de encuestas al respecto ya que en la época no se hacían, también los regímenes fascistas de la Europa de entreguerras, empezando por la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, tenían altos niveles de apoyo y consenso. Esto no los hacía más democráticos.
¿Cuándo se puede decir que existe una autarquía que ha secuestrado la democracia? Se afirma que ha sucedido en Hungría y casi en Polonia, pero algunos dirían que en España llevamos desde la transición con un bipartidismo que ha secuestrado la pluralidad.
Vuelvo a lo mismo: cuando no hay separación de poderes, no hay pluralismo informativo, no hay elecciones libres o justas. No confundamos un sistema democrático, por más deficiencias que pueda tener, con un sistema que no lo es. Luego, no cabe duda de que en España -y en todos los países, en realidad- hay cosas que mejorar en el funcionamiento de las instituciones, además de la necesidad de llenar nuevamente de contenido social unas democracias que han sido vaciadas de ese elemento basilar por parte de los adalides del neoliberalismo.
Si alguien cree que no hay diferencia alguna entre España y Hungría, le aconsejo que hable con algún activista social o militante de izquierdas húngaro o polaco.
Observo que los parámetros que utilizamos para medir las democracias (Instituto V-Dem) son los de las libertades públicas y electorales, no se contemplan los derechos sociales como vivienda, trabajo, salud, etc… ¿No puede ser que nuestras medidas de lo que es democracia olvida algo que para la gente puede que sea más importante que las elecciones o la libertad de expresión? Es decir, que los que miden, o medimos, la democracia ya hemos comido y tenemos techo.
Estoy de acuerdo. No se puede desvincular del concepto de democracia lo social y la igualdad. De hecho, como apuntó Sofia Näsström, en las revoluciones americana y francesa de finales del siglo XVIII el tema de la representación y el de la justicia social iban de la mano. Tenemos que superar la visión minimalista de la democracia que se ha impuesto en las últimas décadas. Ahora bien, una cosa no excluye la otra. Que un sistema político garantice los derechos sociales, pero no garantice la libertad de expresión y no convoque elecciones libres, pues, no me parece sinceramente un gran avance.
La pregunta obvia, ¿qué salida ves a la situación?
No nos engañemos: no va a ser fácil. Para frenar a la extrema derecha, hay que ir a las causas de fondo que han facilitado su avance. Y estas, como decíamos antes, tienen que ver con el aumento de las desigualdades, las consecuencias de la imposición del modelo neoliberal, la atomización de nuestras sociedades, el aumento de la desconfianza hacia las instituciones, el debilitamiento de los cuerpos intermedios… Es ahí donde se debe actuar.
Por otro lado, se deben ofrecer respuestas a las demandas, más que legítimas, de mayor protección por parte de los ciudadanos. Y aquí la izquierda, entendida en un sentido amplio, tiene que hacer autocrítica, arremangarse y picar piedra, empezando por dar la batalla cultural. Es también a partir de ahí, de esa batalla cultural, que podremos llenar nuevamente de contenido social nuestras democracias. El tiempo apremia, así que pongámonos ya manos a la obra. Luego será demasiado tarde.