Las voces del estrecho. Uno de los escasos gritos no ahogados por la literatura de la frivolidad, literatura concebida como mercancía y envuelta en la publicidad para beneficio de sus aparentemente asépticos editores.
Cuando se necesitaría que centenares de escritores en todo el mundo, uno a uno, escribieran historias y relatos individualizados de cada una de estas voces silenciadas en el éxodo del genocidio, para que todos los lectores, ante ese único libro compuesto por miles de voces distintas, se sintieran asfixiados, atorados, por lo que todavía se llama literatura.
Pero, ¿quiénes pagarían la publicidad, lo introducirían en la lista de libros más vendidos? ¿Acaso las Academias, las galas culturales y los premios literarios, se volcarían en su proyección y contribuirían a despertar las conciencias de todos los dormidos y alienados consumidores de las obras que sólo buscan convertirse, al precio y con el engaño que sea, en best seller? (Del Prólogo a la nueva edición)
Fragmento:
El avión de la muerte
Me golpearon en el abdomen retorciéndome los brazos. Entonces caí al suelo dejando de rebelarme, de patalear. Ataron mis brazos a la espalda. Como gritaba, me amordazaron, sellando con esparadrapo mi boca. Apenas podía respirar. Luego me condujeron al avión. No subí a él con el resto de los viajeros: embarcaron éstos antes. Los cuatro últimos asientos del aparato se reservaban para nosotros: uno de los policías se situó a mi lado, los otros en los contiguos. Despegamos. No comprendía las palabras del comandante de la nave. Ignoro adónde volábamos. Tal vez a Casablanca. O a Mali. Bromeaban los agentes con las azafatas. Yo notaba la presión ejercida por el esparadrapo en mi boca. Las manos se amorataban del esfuerzo que realizaba por moverlas, por hablar con ellas. Al no conseguirlo, intenté golpear el asiento delantero con los pies. Sentí un dolor terrible en las espinillas. Me habían pateado. Comenzó a nublárseme la visión. Dejé de ver la ventanilla en la que apoyaba mi rostro. Todo daba vueltas. Incliné la cabeza, recostándola en mi pecho. Escuché decir al policía unas palabras: debió de pensar que me había dormido. Así entré en la muerte. Luego dijeron que producto de un ataque al corazón: yo sé que fue por asfixia.
Andrés Sorel
Nacido en Segovia durante la Guerra Civil, de padre castellano y madre andaluza, estudió Magisterio y Filosofía y Letras.
Durante el franquismo colaboró en la prensa clandestina del Partido Comunista y fue corresponsal de Radio España Independiente de 1962 a 1973. Durante su exilio en París dirigió la publicación Información Española, que se realizaba para los emigrantes españoles en Europa. En 1974 fue excluido del Partido Comunista por diferencias ideológicas y políticas. La censura de Fraga Iribarne prohibió la publicación de sus novelas en Seix Barral y Ciencia Nueva. Muerto el Dictador, colabora en periódicos y publicaciones de España y Europa. Fue fundador, presidente y responsable de Cultura del diario Liberación.
Galardonado en 2013 con el premio José Luis Sampedro, ha publicado 50 libros, entre novelas y ensayos, e impartido más de 1.000 conferencias en diversas ciudades el mundo.