Fragmentos de ‘También nos roban el fútbol:
El fútbol nació en las calles. No tiene padre ni madre. Nadie lo inventó. Fue una creación colectiva de principio difuso en el tiempo y que fue evolucionando con los siglos hasta convertirse en el juego que es hoy. Se dice que comenzó en China o en Japón, tal vez en Egipto, hace tres milenios. Desde entonces, jugar con una pelota y con los pies cautivó a las masas y perturbó al poder, que veía en esa actividad lúdica algo rebelde, violento y perturbador. Tan es así, que fueron varios los reyes que prohibieron esas manifestaciones populares multitudinarias. En 1314, Eduardo II de Inglaterra promulgó un decreto para «condenar ese juego plebeyo y alborotador», según cuenta Eduardo Galeano. Le siguieron Eduardo III en 1349, Enrique IV en 1410 o Enrique VI en 1447, que coincidieron en calificarlo de juego estúpido sin ninguna utilidad.
Como hecho cultural de profundo arraigo, el fútbol siguió su camino sin atender al desprecio de la alta burguesía ni a medidas represivas. Poco a poco se fue expandiendo en el mapa y ganando más adhesiones. Y así como nació en las calles, sigue emergiendo en los suburbios de todas las ciudades del mundo. Tal vez, al ser un juego muy barato que 20 o 25 niños pueden practicar en cualquier lugar hasta con una pelota de trapo, resulte una elección natural. Lo cierto es que cuando llegó a los barrios, después de que los ingleses lo distribuyeran por todas partes, se convirtió en una fiesta que los pobres se daban a sí mismos y que, como veremos, el negocio les arrebató para hacer de ella otro producto de consumo más (…)
Del placer al deber, de jugar a producir
En la década de los 60 del siglo pasado, más o menos, el negocio «descubrió» en el fútbol una fuente de ingresos abundante e inagotable. Las clases dominantes dejaron de mirarlo con la nariz fruncida y, donde hasta ese momento solo veían a 22 hombres en pantalón corto, sudorosos, dándole patadas a una pelota, comienzan a vislumbrar que el asunto podía aumentar su riqueza considerablemente. Su mirada se torna entonces comprensiva y hasta cariñosa.
Al principio se va introduciendo lentamente, como apoyo, para darle un impulso de progreso a las condiciones que se necesitaban mejorar: estadios, vestimenta de los jugadores, organización, etc. Inadvertidamente, con mucha inteligencia y sutileza, va desplazando los valores esenciales del juego para incorporar los suyos; especialmente el de ganar a cualquier precio. Se deja de jugar para jugar, buscando el triunfo, por supuesto, como una recompensa, y se compite exclusivamente para ganar, que deja de ser lo más importante para convertirse en lo único importante. El placer de jugar es reemplazado por la teoría del esfuerzo; la diversión deja lugar a la ética de la penuria; hay que sufrir. Ya no se entrena, se trabaja. Los jugadores dejan de crear para obedecer a un plan previo (…)
Si solo vale ganar, nos arrebatan el placer de jugar. Si solo sirve el resultado final, nos quitan el «mientras tanto». El presente ya no vale por sí mismo, sino solo si nos lleva a alguna parte. Y ese final es el que dictará el éxito o el fracaso. Éxito es ganar y todo lo demás es fracaso, porque ganar, solo ganar, vende. Y ahí tenemos al fútbol, convertido totalmente en un objeto de consumo. A los clubes les importan cada vez menos los hinchas o simpatizantes; la gente a la que le interesa el juego. Prefieren a los clientes, los que compran todo lo relativo a los ídolos que fabrican los medios de comunicación y sus oficinas de marketing.
También nos roban el fútbol
Este libro aspira a ser una celebración del carácter lúdico y popular del fútbol, pero también a denunciar el valor comercial y lucrativo al que ha acabado reducido. Un deporte cuyo nacimiento no puede atribuírsele a nadie, dado que fue fruto del ingenio colectivo y que, precisamente por su capacidad para conmover a tanta gente, ha acabado transformado en un producto de mercado, en un objeto más de consumo.
Como sucede con todo lo que toca el capitalismo, este cambio radical se ha traducido en desigualdad; desigualdad entre jugadores de un mismo club, entre clubes, entre competiciones e, incluso, entre categorías, como la del fútbol masculino frente al femenino. Y en una maquinaria de enriquecer a los hombres de negocios que tomaron el control de los clubes; con el concurso imprescindible de Gobiernos, eso sí, que legislan en su favor, condonan deudas o intervienen para que la relación fútbol-televisión mantenga su elevado índice de rentabilidad. Y, al fondo, una gran institución corrupta –a la luz de las últimas investigaciones judiciales–, la FIFA. Pero no todo estará perdido si volvemos a adueñarnos de los clubes y conseguimos devolver al fútbol su esencia como juego y su naturaleza popular o, como decía Eduardo Galeano, su condición de fiesta de los ojos.
Ángel Cappa
Entrenador de fútbol y licenciado en Filosofía y Psicopedagogía. Ha trabajado en diferentes clubes de España –como el Real Madrid o el Tenerife–, Argentina –como River, Racing de Avellaneda o Huracán–, Perú –Universitario de Lima–, México –Atlante– o Sudáfrica –Mamelodi Sundowns–. Tiene asimismo cuatro libros publicados en torno al mundo del fútbol: Fútbol sin trampa: en conversaciones con César Menotti, La intimidad del fútbol, Y el fútbol, ¿dónde está? y Hagan juego. Además, ha publicado diversos artículos en periódicos y revistas de México, Argentina y Perú. En España, ha colaborado con medios como El País, El Mundo, Marca o el blog de eldiario.es «Contrapoder». Actualmente, trabaja como comentarista en «Radioestadio» de Onda Cero.
María Cappa
Licenciada en Periodismo y posee un máster en Teatro y Artes Escénicas. Como periodista, comenzó haciendo prácticas en Onda Cero, El Mundo y TVE, además de colaborar con la revista deportiva Líbero. Ha trabajado en La Marea y ha escrito artículos para medios como la revista francesa de fotografía The Eyes, Europe & Photographie o eldiario.es. En su faceta teatral, ha sido profesora de Investigación Artística en Dramaturgia en la Universidad Internacional de La Rioja.