En su confrontación con otros pueblos, con independencia de que resultaran vencedores o vendidos, los chinos siempre se consideraron culturalmente superiores. Pero, después de la Guerra del Opio, entre 1840 y 1842, China se vio superada en una serie de conflictos militares. Las potencias europeas la obligaron a establecer relaciones diplomáticas y económicas con el mundo occidental.
En el Tratado de Nankín (1842) se estableció que China debía pagar una cuantiosa indemnización de guerra y mantener abiertos cinco de sus puertos para el comercio británico. A este vinieron a añadirse otros «tratados desiguales» con Francia y Estados Unidos. Como consecuencia la Guerra de la Lorcha (Segunda guerra del opio 1856-1860), los Tratados de Tianjín (1858) y Pekín (1860) regularon el establecimiento de delegaciones diplomáticas en la capital china.
Los chinos cobraron conciencia de que se enfrentaban a países que, aunque poseían una cultura heterogénea, no eran en modo alguno inferiores a China. Tuvieron que abandonar la idea de ser el único pueblo civilizado. «Lo nuevo de esta situación no es que existieran otros pueblos además de los chinos, sino que estos pueblos tenían una cultura que era equiparable a la china en poder y en importancia». Los chinos se propusieron descubrir Occidente y produjeron ingentes cantidades de informes de viajes.
El descubrimiento de Occidente
En 1866, por primera vez en su historia, China envió delegados a Occidente. En 1877 abrió en Londres su primera embajada en un país europeo. Sin embargo, la entrada del Imperio del Medio en el mundo de la diplomacia no significaba todavía el reconocimiento de otras culturas. Antes bien, la misión diplomática suponía, para la mayoría de los funcionarios chinos, una mancha. Resultaba doloroso que el Imperio tuviese que abandonar su pretensión a la soberanía universal. Pero se seguía manteniendo la ilusión de la superioridad absoluta de la cultura china. Ahora bien, como se había iniciado el acceso a otras culturas, los funcionarios enviados a Occidente tenían que reorganizar y cambiar su imagen del mundo.
Los diplomáticos de finales de la dinastía Qing apenas participaban en la vida de la corte y en las decisiones de política exterior importantes. A diferencia de lo que ocurría con los diplomáticos occidentales, no tenían expresamente la misión de mejorar las relaciones con otros estados ni de reforzar frente a estos la posición del propio país. En cambio, una de las principales tareas que tenían que desempeñar los primeros diplomáticos de la dinastía Qing consistía en recoger durante sus viajes toda la información posible, anotar todas sus impresiones y observaciones de los usos extraños existentes en los países visitados y estudiar las costumbres y los sistemas sociales de Occidente. Estos informes estaban destinados a posteriores diplomáticos y funcionarios chinos, que habían de orientarse de acuerdo con ellos. Fieles al encargo recibido de la corte Qing, los primeros enviados chinos llevaban diarios o redactaban informes en los que describían todos los aspectos de la vida cotidiana, de la política, de la sociedad y de las instituciones europeas. De hecho, de este modo, «contribuyeron más a introducir Occidente en China que a reforzar la posición internacional de su país».
Los representantes del Imperio del Medio descubren la vida material de los pueblos de otra civilización, otras tradiciones sociales, morales y culturales, otras sociedades, que se encuentran camino de la industrialización, la capitalización y la democratización completas.
Sus informes influyen solo en escasa medida en el movimiento político e intelectual de su país. Aunque algunos de los diplomáticos forman marginalmente parte del movimiento intelectual chino dominante, rara vez son reformadores. Sus informes no tienen la finalidad explícita de poner la imagen de la cultura europea al servicio de una transformación de la sociedad china.
Una investigación de campo etnológica
Los primeros diplomáticos chinos que llegan a Europa no lo entienden todo. Pero describen redes de relaciones y formas de comportamiento social de cuyas estructuras y funciones a menudo no son conscientes en absoluto los propios autores. Los enviados chinos a Europa intentan comprender relaciones humanas y circunstancias sociales que ni les parecen «humanas» ni les resultan familiares, sino que les son totalmente extrañas.
Los diplomáticos chinos tienen que ir palpando un espacio que les es totalmente desconocido, sin una dimensión reconocible y sin orientación histórica. La lengua, los conceptos, la lógica, la intelectualidad, los modos de comportamiento social parecen surgir de un mundo puesto del revés, o por lo menos incomprensible. Se encuentran en la situación de llevar a cabo una investigación de campo etnológica. Tratan de comprender lo que, según criterios usuales, resulta muchas veces absurdo. Describen y analizan series de comportamientos y de expresiones, con el fin de reconstruir reglas y «sentido», donde todo parece estar organizado de manera absurda o carente de organización.
El Occidente europeo como una unidad cultural
Al mismo tiempo, todo esto forma parte integral de la historia europea. Por una parte es la política imperialista occidental la que, con medidas económicas y con la fuerza de las armas, obliga a China a participar en la comunicación diplomática, a aprender sus códigos y respetar sus reglas. Por otra parte, los informes chinos nos ofrecen la posibilidad de ver una descripción y una explicación desde fuera de la Europa de la última parte del siglo XIX que se salen de la autoafirmación circular.
Entonces, al igual que hoy, los chinos entienden por «Occidente» europeo menos una unidad geográfica que una unidad cultural. De hecho, comprende en lo esencial la Europa occidental y central y los Estados Unidos de Norteamérica. Aunque las diferencias entre los dos continentes sean tan grandes como lo que tienen en común. Estados Unidos carece, por ejemplo, de un pasado feudal y, todavía hacia finales del siglo XIX, los diplomáticos chinos señalan claras diferencias entre los distintos sistemas políticos y sociales de Europa, a los que sin embargo conciben como una unidad.
Inglaterra es la que determina la percepción
Hay dos razones para ello: En primer lugar, Londres es, desde hace tiempo, el centro de las actividades diplomáticas chinas en Europa, aunque el Imperio Qing abre sucesivamente embajadas en otros países europeos. Hasta finales del siglo, la representación londinense mantiene su competencia para el resto de los estados europeos. Es desde Londres donde, inicialmente, los miembros de la delegación se desplazan por Francia, Alemania, Italia y Rusia. En 1877 se abre la embajada en Berlín, que pasa a ser un centro más de la diplomacia china en Europa. En segundo lugar, Inglaterra, con su política imperialista, desempeña un destacado papel para China. Los dos lados están especialmente sensibilizados al respecto.
1894 – Guerra contra Japón
Nuestra exposición se limita al periodo comprendido entre 1866 y 1894. En 1866 se envía la primera delegación de la corte imperial Qing a Europa. Y en 1894 se produce una ruptura en la historia china. La derrota sufrida en la guerra contra Japón significa al mismo tiempo el fracaso del llamado «Grupo de la Política Occidental». El movimiento así llamado se centraba en la introducción de técnicas europeas, lo que no podía salvar a China sin una necesaria reforma a fondo de sus instituciones. En vista de la profunda humillación, por primera vez se pone seriamente en duda la superioridad del confucianismo. Las fuerzas de orientación reformista constatan una vez más la superioridad de la civilización occidental y la necesidad de una apertura de China. Pero, frente a ellas, la clase ilustrada y funcionarial conservadora, así como el pueblo, rechaza todo lo extranjero con una efervescencia de sentimientos desconocida hasta entonces. Pese a lo cual se extiende el interés chino por Europa a sus sistemas políticos e ideológicos. Yan Fu (1853-1921) publica con gran éxito, a partir de 1894, traducciones de una serie de textos económicos y políticos fundamentales procedentes de Occidente. A partir de ese momento, el pensamiento europeo se introduce en china de manera reforzada, el descubrimiento de Occidente se acelera y transforma. Se centra en adelante en aspectos históricos e ideológicos y pierde el carácter antropológico y etnológico, ingenuamente asombrado, que muchas veces adopta en los informes de los primeros diplomáticos.
El texto esta entrada es un fragmento del libro: “El descubrimiento de Occidente. Los primeros embajadores de China en Europa (1866-1894)”
El descubrimiento de Occidente. Los primeros embajadores de China en Europa (1866-1894)
El descubrimiento de Occidente rompe la habitual visión eurocéntrica y propone una perspectiva nueva construida a partir de las observaciones hechas de una cultura extraña: la china.
Durante el siglo XIX, China se volvió a Occidente y empezó a elaborar una etnología del continente europeo. Entre los primeros embajadores que China envió a Europa, que eran en primer lugar intelectuales y habían de convertirse en diplomáticos, se discutía qué era lo que en realidad mantenía unida a esta Europa, en todos los niveles de la sociedad y del Estado.
Estas personas se pasearon por las metrópolis europeas, no dominadas por un asombro ingenuo, sino con sentido crítico y seguras de sí mismas. Su etnología se ocupa de las constituciones, de la representación, de la política y del discurso diplomático, pero también de aspectos de la progresiva modernización industrial y de la cultura de la vida cotidiana.