ARTURO NOAIN
El esclarecedor análisis que realiza Marcos Roitman en su libro Los indignados ofrece una respuesta al evidente fracaso de los partidos políticos tradicionales: la insurgencia ciudadana es una respuesta al ataque neoliberal y trae como consecuencia un rescate de la política. Los movimientos sociales toman la calle, la ciudadanía toma conciencia y aumenta la militancia, se hace patente el descontento con el juego de la clase política (fiel reflejo de ello fueron los abucheos que recibió Cayo Lara) y varios grupos sociales encabezan decenas de luchas distintas (fin de los desahucios, la memoria histórica, una reforma fiscal, etc.) bajo un mismo techo: la plaza de Sol.
En esencia, nada nuevo para el lector sometido a un bombardeo mediático con estas informaciones. No obstante, parece que muchos olvidan e incluso desprestigian el gran logro del 15-M: crear mecanismos de comunicación y agrupar colectivos sociales ganando fuerza para una lucha común. Ya no sólo en grandes proyectos políticos, sino que ha creado el contacto entre los vecinos gracias a las famosas asambleas de barrio. En este sentido, Almudena Cabezas relataba en una charla en el CAUM cómo este movimiento ganó fuerza en el barrio Salamanca de Madrid: vecinos que nunca antes se habían visto y buscaban simplemente mejorar la situación de sus calles.
Dicho esto, la espada de Damocles sigue meciéndose sobre las cabezas de los militantes: ¿el 15-M ha muerto? Marcos Roitman ofrece una clara respuesta en su libro, asegura que el gran reto al que se enfrenta es la organización, ya no sólo en un sentido estructural sino para marcar las directrices de una lucha común y agrupar definitivamente a los colectivos con sus causas particulares. No obstante, como señala el autor, el problema no son sus retos de futuro sino las luchas políticas en el interior del movimiento que minan los esfuerzos y abren los flancos para los ataques de los medios neoliberales.
En este ambiente de hostigamiento mediático y político la diana es el más débil. En Los indignados el lector encontrará un profundo análisis de Democracia Real Ya, desde sus orígenes hasta lo que se ha convertido en la actualidad, donde se hace evidente la debilidad de sus filas. Sirva de ejemplo las palabras que Fabio Gándara utiliza en Facebook: “En DRY sólo sabemos debatir durante horas en asambleas para no acabar haciendo absolutamente nada de cara a la sociedad”.
El problema es que ni siquiera necesitan esta excusa de debilidad para fustigar a los “perroflautas”. Políticos como Esperanza Aguirre y medios de comunicación como Intereconomía aprovechan cualquier situación para criminalizar al militante y mostrarle ante la opinión pública como un agitador en busca de un golpe de Estado violento. Esta semana hemos visto un caso muy ilustrativo en la portada de La Razón:
Evidentemente el efecto mediático influye en la imagen del movimiento. De hecho, el mote “indignados” ha sido la forma de calificarlo por los medios de comunicación. Sin embargo, pocos son los que se sienten identificados con una palabra heredada del folleto escrito por Stéphane Hessel, Indignaos. Marcos Roitman recoge en su libro los apuntes de un observador del 15-M: “No encuentro a nadie en el campamento que se describa a sí mismo como ‘indignado’. Es una etiqueta mediática, no un gesto de autorrepresentación”.
¿Hasta cuándo hablaremos de “los indignados”? Desgraciadamente, por mucho tiempo. Mientras los medios de comunicación sigan utilizando el mote simplificando un complejo movimiento social, no seremos capaces de discernir las distintas reivindicaciones y el peso político que deberían alcanzar. Si un año después los periodistas sólo buscan el titular del fin del 15-M y el Partido Popular, junto a sus medios afines, se dedica a criminalizar la militancia, quizá todavía no hemos aprendido nada. Por suerte, estos movimientos sociales han cogido fuerza, han ocupado las plazas y cada día tienen más claras sus intenciones. Como concluye Marcos Roitman: “Cuando los de abajo se mueven, los de arriba se tambalean”.
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