La metafísica y el poder cagarse en Dios

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Willy Toledo en el programa «No te metas en política»

«Cagarse en Dios» debe ser legítimo. Más aún cuando detienen a una persona por utilizar esa expresión. Y pese a que no deberíamos caer en reduccionismos sobre las religiones, los últimos acontecimientos hacen que los tópicos afloren en la red. Parece inevitable que se reavive la vieja discusión sobre la compatibilidad entre religiones e izquierda, algo que los más mayores, acostumbrados a los sermones de los curas rojos, seguramente considerarán superado, pero no así entre los más jóvenes.

Una de las ruedas de prensa de Willy Toledo para denunciar el anacronismo que suponía que lo juzgaran por escribir «me cago en Dios» se daba en el mejor escenario posible. Detrás de Willy, Cristo crucificado, a su lado, Javier Baeza, un cura obrero contemporáneo. La parroquia de San Carlos de Borromeo enviaba un fuerte mensaje. No todos lo entendieron, ya que la persecución contra el actor ha despertado el alma más «anticlerical» de determinados sectores. Sectores que quieren sentirse dignos herederos del marxismo más clásico; sectores que proclaman la importancia de los valores universales, que, en muchas ocasiones, chocan frontalmente con los particularismos de las diferentes religiones; o sectores de los nuevos movimientos sociales que aprovechan la ocasión para hacer una enmienda a la totalidad, es decir, meter en el mismo saco a todos los religiosos para protestar contra aquellos grupos que pretenden inmiscuirse en determinados asuntos políticos.

Todo esto nos ha pillado a algunos, curiosamente, gozando con una serie llamada Damnation, en la que el protagonista es un joven predicador que utiliza el púlpito para arengar a los granjeros en huelga.  Ambientada al estilo wéstern, este predicador, Seth, va por ahí pistola en mano propagando la lucha de clases e intentando provocar un estallido revolucionario. Y digo gozando porque es difícil ver una serie donde los buenos sean los trabajadores y los malos las élites económicas. (Puestos a pedir, todavía quedan pendientes películas y series que imaginen futuros que superen la realidad capitalista; ya tenemos muy vistas esas distopías fascitizadas que nos vienen a recordar que o bien vivimos en el mejor de los mundos posibles, o bien no existe ninguna solución colectiva e inteligente para nuestros problemas). Pero, viendo los comentarios recientes de algunos compañeros, puedo imaginar que muchos no disfruten tanto como yo por el motivo de que este personaje de ficción lleve alzacuellos. Debe ser que fastidia la idealizada imagen que tienen sobre lo que debe ser un revolucionario.

Lo cierto es que algunos religiosos han aportado mucho a la lucha a favor de las clases populares, hay demasiadas huellas históricas para hacernos los sorprendidos. Ahí está la teología de la liberación; las aportaciones de las obras de Enrique Dussel; la lucha antiimperial, según la Biblia, del círculo más cercano a Jesucristo (para descubrir esta visión revolucionaria de Jesús mejor leer a Terry Eagleton, Los evangelios); la batalla de Dulcino contra las jerarquías eclesiásticas; o el Cura Pérez comandando en la selva a la guerrilla colombiana del ELN en plena Operación Anorí.

Marxismo y, por ejemplo, cristianismo han ido de la mano no pocas veces. Es tan difícil de negar que cualquier discusión sobre el asunto suele tener corto recorrido… Pero y qué pasa con el resto de religiones. En el caso del islam la situación es más compleja y controvertida, suele argumentarse en su contra la validez de unas ideas universales que deben ser respetadas por encima de cualquier práctica religiosa. Tales ideas universales surgen con la Ilustración, cuando el proyecto de modernidad pretende poner la razón al servicio de la emancipación humana. En principio parece difícil contradecir este proyecto, suerte que disponemos de suficientes fuentes (véase la colección de Akal Inter Pares) para no conformarnos tan rápidamente.

Sirin Adlbi Sibai, Boaventura de Sousa Santos o Ramón Gosfroguel, entre otros, apuntan en una misma dirección: esta modernidad se proyecta como un modelo objetivo y universalizante, como si fuera un fenómeno desubicado y deshistorizado, pero la realidad es que es un universalismo impuesto desde Europa que no contó con los conocimientos, despreciados e inferiorizados, de otros sitios. Que no nos engañen, lo que llaman universal no es fruto de un amplio consenso global, sino de una visión eurocéntrica exportada muchas veces a cañonazos. En esencia la modernidad tiene muchos elementos positivos a los que la izquierda no debe renunciar, entre ellos la idea de «universalismo», pero no se puede considerar como universal lo que es una construcción de una sola parte (en la que predominaba el cristianismo), en la cual, por supuesto, el islam quedó excluido. En este monólogo eurocentrista entender al otro, al inferiorizado, es una tarea compleja que requiere de deconstrucciones previas.

Por lo tanto, siempre que intentamos comprender el mundo islámico realmente no estamos entendiendo nada, pues estamos analizando esa realidad sobre la base de categorías y presupuestos diferentes. De todas maneras, hay una gran variedad de formas de entender, incluso dentro del mundo islámico, el texto coránico (como ya decía Althusser, «cada uno de nosotros debe decir de qué lectura es culpable»). El Corán se puede interpretar, entre otras muchas formas, en clave mística, en clave jurídica y, por qué no, también en clave de lucha de clases. Por ejemplo, Maxime Rodinson hizo una lectura del texto como si se tratara de un mensaje de los oprimidos en su lucha contra la injusticia (véase El dolor de Dios de Slavoj Žižek y Boris Gunjević). Pero más allá de interpretaciones, también tenemos numerosos ejemplos de las luchas emancipadoras de comunidades musulmanas: los cármatas, un grupo ismaelí que creó una sociedad igualitaria y protocomunista, son conocidos por robar la famosa Piedra Negra de La Meca y devolverla partida en dos pedazos; la Rebelión Zanj realizada por más de 500.000 esclavos (véase El año que soñamos peligrosamente de Slavoj Žižek); la aportación intelectual de Asghar Ali Enginer con su obra Teología islámica de la liberación; los movimientos panarabistas y panafricanistas, cuyos líderes nunca renunciaron a instrumentalizar el islam (como cualquier otro movimiento islámico); o el hibridismo entre antiimperialismo e islamismo del Partido Socialista del Trabajo de Egipto dirigido por Adel Husein.

Aunque, evidentemente, el marxismo, como filosofía de carácter materialista, no puede considerar en ningún momento la existencia de un dios creador del universo que sea ajeno a las leyes de la naturaleza, el tiempo y el espacio, y aunque el propio Marx considerara las religiones como un instrumento de consuelo que servía para la desmovilización de los oprimidos, no ha sido tan raro ver a marxistas acercarse a posturas metafísicas (no sólo en un sentido religioso como ya he mencionado). Maksim Gorki, Lunacharski y actualmente el propio Žižek o el movimiento Sut Vremeni (véase La voz de las luciérnagas de Sara Rosenberg) han desarrollado la metafísica, en el caso de este último como una forma de movilización espiritual necesaria para la consecución del socialismo.

Pese a que algunos mantengamos nuestro ateísmo intacto (y no nos alejamos tan radicalmente del materialismo filosófico), ¿por qué no abrir, o mejor dicho continuar, el debate? ¿Por qué no discurrir por nuevos caminos para buscar novedosas soluciones en lugar de agarrarnos con fiereza a los anquilosados pilares de doctrinas a las que hemos asignado un cuerpo teórico eterno e inamovible? ¿Por qué no reconsiderar estas nuevas posibilidades para los pueblos del Tercer Mundo, donde fórmulas de este tipo ya se han experimentado?

Harun Kahwash Barba

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