Leyendo uno de los artículos que Daniel Bernabé escribió en La marea, «Gadafi y la Isla Calavera», había dos ideas que no dejaban de rondarme la cabeza. El caso es que, por un lado, la metáfora que utilizaba me parecía totalmente oportuna y acertada y, por otro, no dejaba de acordarme de los artículos y escritos de otro gran autor: David Harvey. En dicho artículo, Bernabé compara la actual situación de la izquierda con un barco que surca los mares que rodean la Isla Calavera de la famosa película de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, King Kong, navegando entre una densa niebla y con una brújula cuya aguja gira alocada sin encontrar el norte en un «no lugar al margen del tiempo y el espacio». Parece un diagnóstico excelente de lo que empieza a convertirse en la enfermedad crónica de la izquierda. Pero, ¿cómo encontrar el norte?, ¿qué entendemos por norte? Si la dirección hacia la Isla Calavera, o hacia dondequiera que desee ir ese barco perdido, no es más que la dirección correcta hacia las políticas de clase, encontrar el norte parece tarea ardua.
No existe un mapa con las coordenadas exactas de la Isla Calavera, como no hay una fórmula mágica que marque el camino hacia las políticas de clase o, mejor aún, hacia el socialismo. Parece imposible que algún iluminado haya encontrado los ingredientes, el orden en el que colocarlos y las cantidades exactas que verter en las probetas que den como resultado unas políticas ideales y universales para todo tipo de situaciones. No tenemos una receta perfecta que nos saque de este embrollo. Algunos creyendo tenerla se pusieron a cocinar, muchos de ellos acabaron con la misma sensación que el doctor Frankenstein cuando creó vida, pensando que sólo habían creado un monstruo. Quizá es hora de que entendamos que no se trata de encontrar ese mapa del tesoro perfecto, sino de tener las herramientas necesarias para interpretar y encontrar la dirección adecuada, de tener la brújula indicada. Más que la brújula disfuncional de King Kong, sería una brújula como la de Jack Sparrow en los Piratas del Caribe, cuya aguja siempre indica hacia donde queremos dirigirnos.
Leer a David Harvey es lo más parecido a contar con esas herramientas, a tener una brújula que encuentre la dirección deseada y disipe la niebla del sendero. Una brújula que tiene en cuenta todas las variables (urbanismo, contextos particulares, geografía, economía, cultura, los constantes cambios) y todos los planos imaginables (global, local, nacional, regional), es decir, que tenga en cuenta espacio y tiempo y que acepte el paradigma filosófico/ideológico actual pero que pretenda superarlo. Pero utilizarla significa resquebrajar muchas ideas preconcebidas, romper con tópicos, analizar todo dialécticamente, buscar difíciles equilibrios y pensar también a largo plazo. Sin duda no es el camino fácil, es el sendero más complejo y duro por recorrer. Si no que se lo digan al propio Harvey que tuvo intensas discusiones cuando participaba en la elaboración de un libro conjunto sobre las experiencias y luchas en el seno de la planta automovilística de Rover en Cowley (Oxford), mientras trabaja en la universidad.
En dicho libro Harvey participó como coeditor y realizó una conclusión. Fue esta conclusión la que provocó el remolino de críticas hacia él. Harvey no sólo contemplaba la política sobre la base de las luchas en el lugar de trabajo, sino que también, de forma paralela, prestaba atención a las necesidades y realidades de la vida comunitaria fuera de la fábrica. Era consciente de que las solidaridades de clase forjadas en torno a la planta automovilística podían desaparecer en unas condiciones en las que todas las fábricas estaban cerrando y deslocalizándose mientras se establecía una economía centrada en la construcción de nuevas viviendas y en el sector terciario, todo ello debido a las políticas neoliberales iniciadas por Thatcher. Por ello creía que el contexto exigía la búsqueda de «una coalición de fuerzas más amplia, tanto para apoyar a los trabajadores en la fábrica como para perpetuar la causa socialista».
En la conclusión se analizaba el problema de la delincuencia entre los jóvenes debido a la falta de trabajo; la ecología; la funcionalidad de los coches Rover, que sobre todo estaban destinados a los más ricos; el papel de los flujos financieros… Aunque para Harvey lo principal era mantener el control y la fuerza de los trabajadores en la fábrica, muchos se le echaron al cuello; le exigieron que explicara sus lealtades y que pensara en un sentido cortoplacista. Pero Harvey, que pretendía también motivar el debate y la reflexión, quería mantener viva la posibilidad de una política de clase a largo plazo. Sabía que las condiciones de opresión capitalista estaban cambiando y que por ello las identidades engendradas en esas condiciones no podían mantenerse eternamente, explicando así el poco sentido que tenía centrarse únicamente en las «aseveraciones obreristas» que sólo contemplaban la vuelta masiva de la producción de coches en Cowley. Había que ir más allá, sin que ello implicara sustituir la política de clase por la política de los nuevos movimientos sociales.
Harvey hace de equilibrista, mantiene la posibilidad de la lucha de clases a la vez que reconoce la importancia de temas como el medio ambiente y las comunidades vecinales. No cede ante el paradigma posmoderno (en el que prácticamente se abandona la lucha de clases o se mantiene como algo parcial en una infinidad de luchas), aunque no hace un análisis reduccionista de cuestiones tan importantes como la lucha feminista o la ecologista y de las formas en las que se manifiesta y evoluciona el capitalismo. Es el camino más difícil, el que más problemas parece generar a todo aquel que desee emprenderlo, pero todo parece indicar que quien lo toma coge el rumbo correcto.
Para conocer a este autor (y así obtener la dichosa brújula) viene bien leerse la recopilación de artículos que aparece en Senderos del mundo, pero no lo leas si no estás dispuesto a poner en duda mucho de lo que dabas por cierto hasta ahora. No sirve para aquellos que busquen inmortalizar a otro dios en las pancartas junto a la cara de Marx, Engels y Lenin, ni para aquellos que quieran reducir la lucha de clases a la lucha de una «identidad más». Es el gancho al hígado contra el ortodoxo acrítico y la esquiva perfecta (siguiendo la jerga pugilística) ante el neomarxista sin límite. Deja KO a todo aquel que quiera mantenerse a salvo en la esquina, sin querer afrontar el combate. Sin duda, la lectura será tan útil como la estrella Polaris para el caminante perdido en esos tortuosos y complejos senderos del mundo.
Harun Kahwash Barba
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Senderos del mundo
Este libro indaga entre las obras más emblemáticas del recorrido intelectual emprendido por David Harvey a lo largo de cinco décadas. Muestra cómo la vivencia de los disturbios, la desesperación y la injusticia presentes en el Baltimore de los años setenta llevó a Harvey a buscar en Marx una explicación satisfactoria de las desigualdades capitalistas, así como a un compromiso intelectual ininterrumpido que ha hecho de él el mayor expositor de la obra de Marx. El libro conduce al lector por las diferentes etapas de la singular síntesis de método marxista y saberes geográficos que ha permitido a Harvey desarrollar una poderosa comprensión acerca de los caminos del mundo: desde la nueva mecánica del imperialismo, las crisis de los mercados financieros o la eficacia de las huelgas en el sector automovilístico inglés, hasta los vínculos entre naturaleza y cambio, pasando por el significado de la condición posmoderna.
- «David Harvey es una inspiración para mí, así como para todas las personas que, de manera imperiosa, aspiran a un orden mundial justo; uno de los pensadores más sagaces e inteligentes con que podemos contar.»
- Owen Jones, autor de Chavs y The Establishment
- «David Harvey provocó una revolución en su campo de estudio y ha inspirado a generaciones de intelectuales radicales»
- Naomi Klein, autora de La doctrina del shock y No Logo.