Corría el año 1977 cuando Andy Warhol expuso sus cuadros de La hoz y el martillo en la Galería Leo Castelli, una exposición más para un artista que llevaba quince años en lo más alto. Con el revuelo habitual, los periodistas se acercaron al pintor para conocer su ideología: “¿Soy comunista, Bob?” respondía un enigmático Andy Warhol a su estrecho colaborador Bob Colacello. La respuesta era obvia, su obra no era una cuestión ideológica sino una transgresión política y una muestra de buen olfato económico. Esta misma exposición celebrada en la Galería Daniel Templon de París agotó todas sus existencias; lo más llamativo fue el gran comprador Gianni Agnelli, capitalista hasta la médula, que exhibiría su trofeo como si se tratara del cráneo del enemigo vencido.
Arthur C. Danto cuenta esta anécdota en su libro Más allá de la caja Brillo, en el que analiza con atención la sombra de Andy Warhol y cómo su obra pone fin a la trayectoria del arte occidental. Hoy, veinticinco años después de su muerte, lejos de ahondar en los significados del Pop Art, sólo queremos sacar a relucir el buen ojo de Andy Warhol para describir el fin de un temor en la sociedad norteamericana con la exposición La hoz y el martillo. La misma sociedad que dos décadas antes protagonizó una “caza de brujas”, en 1977 asumió con naturalidad una obra que –en apariencia– ensalzaba los valores del bloque comunista.
Ciertamente, lejos de ensalzarlos los desvirtuaba empleando su técnica habitual: partía de unas fotografías que convertía en serigrafías para luego aplicar al grabado pintura con el objeto de destacar determinados aspectos. En esta ocasión el destacado se ofreció en la marca de la hoz “True Temper”, donde además se leía claramente “Champion Nº 15”. El significado es evidente: ya no es un emblema comunista donde se representan los medios de producción, sino el símbolo capitalista de los productos finales que bien había mostrado ya en sus famosas caja Brillo o sopa Campbell. En definitiva, una visión de la naturaleza muerta del comunismo.
No es de extrañar esta exposición. Ante todo, Andy Warhol era su propio producto, él mismo representaba la cultura de consumo que denunciaba. Obsesionado con la popularidad y el dinero, declaró que “después de hacer eso del ‘arte’, o como lo llamen, me metí en el arte-negocio”. Sus obras alcanzan cifras millonarias, consiguió codearse con la jet set y su fama todavía sigue viva veinticinco años después. ¿Acaso alguien ha dejado de ver imitaciones del cuadro de Marilyn Monroe?
No cabe duda de la importancia de su figura, probablemente Andy Warhol es el representante más destacado (o mejor, más popular) del movimiento Pop Art. No obstante, si retomamos preguntas básicas de la época como qué es el arte o cuál es la función del artista, la respuesta más ingeniosa la ofrece su coetáneo Claes Oldenburg:
“Para el gobierno de los Estados Unidos soy arte registrado, arte de primer nivel, arte de precio medio, arte en el grado perfecto de madurez, arte de gran fantasía, arte listo para comer, arte de inmejorable relación calidad-precio, arte listo para cocinar, arte superlimpio, arte económico, arte digestivo, un arte jamón, arte de cerdo, arte de pollo, arte de tomate, arte de plátano, arte de manzana, arte de pavo, arte de pastel, arte de galleta.”