Aunque cada vez era menos habitual, podía pensarse que aquella madrugada transcurriría sin sobresaltos. Una más de 1976, cuya calma hueca —típica de una noche fría, sin viento y con las persianas de los pubs cerradas— anunciaba que la quietud aparente se mantendría hasta el inevitable amanecer. Sin embargo, cuatro ruidos y un incendio son los encargados de poner fin a ese estado de stand by en la calle Tutor.
La causa del primer ruido es el crepitar de los muebles ardiendo, es un sonido lejano, in crescendo, como el rumor del mar a medida que te acercas. Pese a que en otras ocasiones habían intentado perforar las cinco capas de cristal antibalas, en este caso utilizan el diminuto hueco entre el suelo y la puerta para verter la gasolina con la que provocar el incendio. El segundo ruido, perceptible porque el primero todavía no había desatado el caos que estaba por llegar, es el de las pisadas aceleradas de los ejecutores de la acción. Los dos últimos, acabando con los pasos lógicos y trillados de la mala literatura policiaca, son los provocados por el sonido violento de las puertas del coche al cerrarse y el de la rodadura de los neumáticos al arrancarlo.
Por sorprendente que parezca, el local con cinco capas de cristal antibalas no era una comisaría en los peores años de plomo, tampoco se encontraban en su interior unos documentos comprometedores que algún banquero encargara quemar… o quizá sí. Hay libros que son comprometedores, para los banqueros, para los políticos, para los propietarios de grandes multinacionales, normalmente para todos a la vez. Libros comprometedores para el Poder y que comprometen a quien los lee. Y así lo testimoniaban las marcas de bala que se veían en la fachada de la librería Rafael Alberti. La misma librería que quemaron y que meses antes apareció con una pintada amenazante que rezaba, en letras negras y junto a varias cruces gamadas: «Volveremos».
Pero hay otros libros que no aguardan pasivos detrás de un cristal blindado el ataque anunciado de la ultraderecha. Otros sirven para enfrentarse a ella y desenmascararla.
Algunos de ellos son tan peligrosos como un fusil. Por eso el padre de Antón (el padre del protagonista de un cuento corto de Armando López Salinas, Debajo del cerezo) ocultó unos libros junto con un arma en un hoyo. Porque eran un ejemplo más del «this machine kills fascists» de la guitarra de Woody Guthrie. Porque eran herramientas poderosas para los no tan poderosos, y por eso Antón, ante los nuevos viejos tiempos difíciles, desenterró del hoyo los libros que tiempo atrás escondiera su progenitor (el fusil se quedó allí, sólo era útil en el relato para la analogía que hace el autor).
Hoy vuelve a asomar el fantasma de la ultraderecha, y hay que volver a buscar los peligrosos libros de los hoyos en los que algunos —por protegerlos o por ocultarlos de las miradas más despiertas— los escondieron. Es el caso de los libros de Armando López Salinas, autor tantas veces censurado y vinculado al realismo social, esa tradición literaria tan abandonada y despreciada. Esa que supone un ataque frontal a la escala de valores hegemónicos y que deja al desnudo la naturaleza criminal de los regímenes en los que pone el ojo. Esa literatura donde los detalles y adornos (a veces inventados como en los dos primeros párrafos de este texto) no deben difuminar lo acontecido. Como en este caso, en que lo importante no es cómo se ejecutó la acción o si era o no una noche fría, sino la denuncia que se hace de unos hechos reales en esos primeros pasos de la Transición, cuando los ataques a la cultura por parte de grupos como Triple A o Comando Adolfo Hitler (con la complicidad institucional) eran habituales.
Urge recuperar esos libros olvidados (como La mina, que durante tanto tiempo estuvo sin reeditar), ese realismo social desechado por la crítica (que lo consideraba «mala literatura» al tildarlo de literatura ideológica —como si hubiera alguna que no lo fuese—) y a esos autores como López Salinas: comprometidos, con la pluma cargada y al servicio de los desposeídos y que cuentan lo sucedido desde su posición de clase trabajadora y con apego a la realidad que les rodea.
Toca desenterrar, antes de que se cumpla el lema que apareció pintarrajeado en la fachada de la librería Rafael Alberti, esos libros de batalla. Para que nunca más debamos ocultar nuestras ideas tras cinco capas de cristal antibalas.