Este 25 de junio se cumplieron 30 años del estreno de la obra maestra Blade Runner. Como no podía ser de otro modo, recuperamos un fragmento del ensayo Blade Runner. Lo que Deckar no sabía, donde Jesús Alonso de Burgos analiza las diferentes versiones de la película y se abordan las reflexiones ontológicas y morales que propone el film.
No son pocos los que afirman que una de las ideas clave de Blade Runner es la contraposición entre lo natural y lo artificial, la delgada línea roja que separa al hombre de sus creaciones. Sammon, por ejemplo, –y otros en su misma línea– señala que el propio título de la película, Blade Runner, “el que corre con la espada” o “el que camina por el filo de la navaja”, cabría interpretarlo acaso por “el que camina por el filo de la vida”, el que se arriesga entre ambos mundos, entre la naturaleza y el artificio. Según esto, Blade Runner plantearía la misma reflexión que ya plantearon los materialistas del Barroco y del Siglo de las Luces (Descartes, Diderot, La Mettrie, etc.) a propósito de los autómatas y que vuelve a plantearse ahora (y con más fuerza, pues ya no se trata de un divertimento galante, sino de saber quién manda, que diría el reverendo Lewis Carroll) por los nuevos iusnaturalistas del silicio y de la inteligencia artificial. Enlazaría también, en este mismo sentido, con uno de los motivos más queridos de la literatura romántica, cual es el del autómata como fantasma de nuestra alteridad, cuyo mejor ejemplo son sin duda algunos cuentos de Hoffmann: Los autómatas, Cascanueces y el rey de los ratones y, sobre todo, El hombre de arena, cuento este que, no por casualidad, fue utilizado por Freud para fundamentar e ilustrar su estudio sobre Lo siniestro.
Pertenecería en fin, por derecho propio, a la abundante saga de la ciencia-ficción que trata de la lucha y los conflictos entre las máquinas y los hombres, o de la opresión de los hombres por las máquinas, a los cuales han sustituido en el dominio por su estupidez y torpe abulia. Todo un clásico de la ciencia-ficción que se inicia con Erewhon (1872), de Samuel Butler, parece titubear en H. G. Wells, y se abre paso al fin en R.U.R. y en Metrópolis, afirmándose desde entonces como una constante, tal vez por su inquietante programa. Son los robots y máquinas rebeldes de 2001, una odisea del espacio, o la megainteligencia devoradora y absorbente de Matrix, o el brutal Terminator, etcétera.
Tal lectura de Blade Runner sería coherente con la maliciosa e interesada pregunta que no tanto desde las ciencias físicas y cognitivas como desde las sociales se le está planteando al hombre contemporáneo a propósito de la inteligencia artificial: ¿una máquina con forma humana, como los androides, y dotada de capacidad de decisión, debe ser considerada una nueva forma de humanidad? ¿Y cuál será el coste de esa consideración? ¿Debemos estar preparados para lo peor, como dicen Farmer y Belin? ¿Liquidar sin más a todos los sospechosos, como propone el jefe Bryant?
Ciertamente, uno de los temas clave de Blade Runner es el conflicto entre la naturaleza y el artificio. Pero ese conflicto, tal como se plantea en la película, no tiene nada que ver con las supuestas máquinas inteligentes (a diferencia de la novela, en la que la trama se articula, precisamente, en torno al conflicto hombres-máquinas, aunque el trasfondo moral sea el mismo en película y novela) sino con la cotidiana construcción-deconstrucción del hombre por sí mismo; es un conflicto estrictamente humano. Digamos, no obstante, siquiera sea a modo incidental, que, a nuestro juicio, la pregunta, la verdadera pregunta sobre la inteligencia artificial (tenga la forma que tenga ese artificio, porque los androides son una concesión de Hollywood y la industria de la robótica al mercado, ya que lo importante de una máquina son sus capacidades operativas y no su forma), no es ésa, como bien saben los catequistas de la IA, sino la de cuál será la “inteligencia” que en el futuro ordenará el mundo, el saber que dictará las leyes de la polis: ¿el saber limpio y objetivo de la máquina, o el saber contradictorio y sujeto a mil particularidades y vaivenes del hombre? Ni que decir tiene que la respuesta de los catequistas es el saber de la máquina, pues para eso sus jefes son los dueños de la máquina. Aunque, a decir verdad, no es necesario que se esfuercen demasiado en convencernos, ya que ese dilema fue resuelto hace muchos años, en el mismo momento en que la razón ilustrada fue sustituida por la razón instrumental y el hombre fue reificado en el mundo de la producción y las normas sociales. ¡Qué sabrán los hombres de lo que de verdad importa, de cuerpos y almas, de dioses y de monstruos!