Hicieron propaganda muy clara: nos intentaron convencer de que los responsables de la crisis económica éramos nosotros mismos y nos exigieron que nos sacrificáramos para salvar el sistema. Nos impusieron políticas de austeridad, devaluación de lo público y un Estado testimonial para construir un mercado global, libertad para el capital… nos exigían una democracia sin ciudadanos, nos pidieron la cabeza de la democracia. ¿Cómo vamos a salvar el sistema desde esta postura antisistema? ¿Cómo vamos a salvar el sistema si, en lugar de salvar a las personas que lo conforman, rescatamos a los agentes del capital que lo están corrompiendo? La práctica democrática está en tela de juicio, y es nuestra responsabilidad devolver a cada cual en su sitio: la democracia debe ser quien ponga los límites a la acción económica y no al revés.
A lo largo de la historia se ha mostrado la capacidad de la humanidad para manifestarse y cambiar la inercia de los tiempos. Esas manifestaciones de lo humano, estas respuestas a las circunstancias que rodean y condicionan a las personas, muestran la «verdad» acerca de la realidad en la que estamos inmersos, son «acontecimientos» que revelan el sentido de lo que ocurre. Y así, en España, salimos a la calle en la primavera de 2011, con el 15M. Este movimiento social tomó las plazas y, al grito de «¡Democracia real, ya!» o «No nos representan», se organizó asambleariamente y mostró que la ciudadanía no estaba dispuesta a que le arrancaran de las manos la soberanía popular. Del 15M surgieron las «mareas sociales» contra el austericidio, e incluso el germen de nuevas fuerzas políticas que hoy cuentan con una amplia representación en las instituciones.
La Comuna de París
Pero si bien es cierto que estas protestas han protagonizado nuestra actualidad política, los motivos y las acciones que las inspiraron pueden rastrearse en rebeliones y protestas de nuestro pasado ya que la soberanía popular jamás ha dejado de estar en jaque. Kristin Ross, en su Lujo comunal, sitúa esta necesidad de salir a la calle, la toma del espacio público, en la Comuna de París. Para Ross, las preocupaciones que dominan la agenda política actual, como la remodelación de la práctica internacionalista, la educación, el trabajo, la ecología… tienen su origen en el imaginario social que los comuneros construyeron durante los 72 días de la primavera de 1871 que duró la insurrección obrera que transformó la ciudad de París. Pero ¿qué fue lo que ocurrió en París en 1871?
El prestigiosísimo historiador de la Universidad de Yale, John Merriman, en su libro Masacre. Vida y muerte en la Comuna de París de 1871, explora las raíces radicales y revolucionarias de la Comuna, esboza vívidos retratos de los comuneros –trabajadores, artistas famosos, sin olvidarnos de mujeres luchadoras como Louise Michel–, su vida cotidiana detrás de las barricadas y el análisis de las consecuencias que entrañó la Comuna para la configuración del Estado y la construcción de la soberanía en Francia y la Europa contemporáneas. Merriman explica cómo, ante el vacío de poder resultante de una guerra imperialista, un proyecto revolucionario, la Comuna, disputó la hegemonía en París entre el 18 de marzo y 28 de mayo momento en que, por primera vez, el proletariado se sublevó y fue capaz de derrocar el poder establecido, formar sus propios órganos de gobierno y reemplazar al Estado monárquico, burgués y capitalista. Se declaró la ciudad de París independiente, libre y dueña de sí misma. Entre otras medidas, la clase obrera abolió el trabajo nocturno, redujo la jornada de trabajo, concedió pensiones a viudas y huérfanos y separó Iglesia de Estado. Pero también es uno de los más trágicos episodios que jalonan la historia europea del siglo XIX: el gobierno comunal sucumbió tras la «Semana Sangrienta», la brutal masacre de 15.000 parisinos (quizá más) a manos de las fuerzas del gobierno provisional y la subsiguiente persecución de más de 40.000 parisinos que fueron encarcelados o forzados al exilio.
La Comuna fue erradicada con la ejecución de los comuneros y la purga de la sociedad parisina, pero la defensa de la democracia y la soberanía no murió con ellos. Aún nos quedan las calles, nuestra garganta y nuestra piel.
J’aimerai toujours le temps des cerises.
C’est de ce temps-là que je garde au cœur
une plaie ouverte!
Alejandro Rodríguez