José Carlos Bermejo
El día que nació, Alicia cumplió exactamente tres años. El hecho no hubiese tenido nada de anormal si su feto fuese de natural perezoso, indolente o con propensión a la lasitud. Como ello no fue así, ya que se trataba de un feto activo, inteligente y dinámico, la explicación debe hallarse en otra causa, que dé razón suficiente del hecho.
Hace ya unos años, cuando la madre de Alicia estaba embarazada de tres meses, acudió al CHUS, una institución que tiene un extraño nombre. Chus es una abreviatura cariñosa para algunas mujeres que se llaman María Jesús. Por eso podríamos suponer que CHUS con mayúsculas quizás hubiese sido una señora muy importante que habría dado mucho dinero para la fundación del hospital. Nada de eso, aquí nadie da nada. CHUS significa Complejo Hospitalario de la Universidad de Santiago, cosa difícil de comprender. El CHUS es una institución que está en Santiago, que es una ciudad que también tiene una universidad, pero no es nada hospitalario ni acogedor, por lo que no debería llamarse así. Lo único que está claro es que es muy complejo. Por esa razón debería llamarse mejor el Complejo de Santiago, lo que le daría gran prestigio en el campo de la medicina, donde también existe el Complejo de Edipo. Como la vida es breve, hay cosas que nunca se pueden llegar a comprender, como esta etimología, y por eso es mejor ceñirse estrictamente a los hechos. Veámoslos pues.
La madre de Alicia salió muy contenta de su cita con el ginecólogo que le anunció que iba a tener una niña. Al llegar a casa, abrió un sobre que le habían dado en Cita Previa y, al leerlo, comprobó que debería ir a revisión dentro de 12 meses. Naturalmente pensó que esto debería ser un error y por ello fue al defensor de la paciente, en donde consiguió que le adelantasen la cita en 4 meses.
Embarazada de 11 meses acudió al hospital en donde le dijeron que la iba a revisar un ginecólogo muy famoso, que se llamaba Alois Alzheimer, con lo que se quedó muy tranquila. Sin embargo pasaron horas y horas y el médico no llegó. Se había olvidado de ir a trabajar. La madre de Alicia se indignó y comenzó a gritar. Viéndola, las enfermeras comenzaron a hablar con ella y, como no les hacía caso, le dijeron:
—No sabemos de qué se queja, señora. Todo es normal, puesto que la pérdida de memoria es típica de todos los casos de Alzheimer.
Desesperada, volvió a la oficina del defensor de la paciente y consiguió que le diesen otra cita para dentro de 9 meses, con la cual tendría que revisar su embarazo ya a los 21 meses, pero ¡menos da una piedra!
La atendió en esta cita un doctor muy amable y tranquilo, que estaba un poco enfadado porque ya no dejaban fumar puros en el hospital. Se llamaba Sigmund Freud, que, como Alzheimer, también había estudiado en Viena. S. Freud habló mucho con ella, le dijo que se relajase y no pensase lo que iba a decir, porque si pensaba lo que decía, entonces no decía lo que pensaba. Y que tuviese en cuenta que todo lo que dijese necesariamente tendría que significar otra cosa, probablemente lo contrario de lo que ella pensaba.
S. Freud fue muy amable con la madre de Alicia, pero no comprendió sus quejas y llegó a la conclusión de que éstas se debían a un posible rechazo inconsciente del embarazo. De ahí sus prisas por dar a luz. Le dio vez para el mes siguiente.
Pasado un mes, la madre de Alicia acudió a su cita, pero se encontró con que S. Freud, que tenía sólo un contrato por horas, había sido víctima de un ERE, por lo que se le retrasó su cita hasta otros diez meses después. Haciendo de la necesidad virtud, decidió esperar y tomarse el embarazo con paciencia, para que no le dijesen las enfermeras que tenía síntomas de ansiedad anticipatoria. Y así llegó el día de la nueva cita.
La atendió en este caso el Dr. X. Couto, que había estudiado en los Estados Unidos y estaba muy al día. Le informó que su parto tenía que ser a los 45 meses de la gestación. La madre de Alicia se relajó, decidió no gritar y le preguntó de qué le estaba hablando. Él le dijo que, de acuerdo con la metodología de la investigación científica desarrollada por otro científico vienés, el Dr. K. R. Popper, el futuro no se puede prever. Prever el futuro se llama historicismo, y el historicismo es lo mismo que el marxismo y compañero de viaje del totalitarismo. Un científico sabe que la verdad pura no existe. La verdad es sólo una probabilidad calculable. Calculándola con un ordenador, éste era el resultado indiscutible. Y además, como la verdad no existe, sino sólo la refutación, lo científico sería esperar los 45 meses, para ver si la teoría quedaba o no falsada por la experiencia.
La madre de Alicia salió desesperada del hospital, se preguntó cómo era posible que el cálculo del médico fuese indiscutible si no existía la verdad absoluta, pero pensó que mejor se callaba, no fuese a ser que, además de ansiosa o histérica, ahora le diagnosticasen también el marxismo.
Por fin llegó el día y nació Alicia. Como no era un feto perezoso, indolente ni tendente a la lasitud, Alicia fue tratando de entrever a través de la barriga de su madre cómo era el mundo. Lo entreveía mejor de día y más por el verano, cuando hay más luz. Pero como siempre oía igual de bien, nació sabiendo hablar y escribir, andar y cambiándose ella misma los pañales.
Todo esto puede sonar muy bien, pero a Alicia le iba a causar muchos contratiempos. Como nació a los tres años, todo en su vida se desfasaba o adelantaba en proporción al número tres. Aprobó cuarto de Primaria en primero, pero al llegar a cuarto aprobó primero. Llegaba tres horas tarde o antes a todas sus citas, molestando a amigos y parientes. Eso, sin embargo, era sólo un mal menor, porque lo que no conseguía nunca era coger un autobús, o ir al cine a la hora que quería.
Como era una niña inteligente, decidió estudiar la cronología y leyó autores propios de su edad, como Dionisio el Exiguo o Eusebio de Cesarea, grandes cronologistas, y por supuesto el libro de Isaac Newton sobre la concordancia entre la astronomía, y la cronología de la Historia Antigua y el Antiguo Testamento.
Tras largas noches y miles de horas de estudio halló la solución. Colocó junto a su poster de Hannah Montana los calendarios cristiano, judío y musulmán, acompañados por las tablas de concordancias astronómicas, que permitían datar el nacimiento sincrónico de Moisés y Homero. Combinándolos todos halló la solución para saber la hora, el día y el año en el que vivía y comenzó a llevar una vida más tranquila, aunque siempre preocupada por el tiempo.
Llegó a su adolescencia. A sus 18 años, que en realidad eran 21, o a sus 21, que en realidad eran 18, Alicia decidió estudiar Filosofía porque los filósofos hablan siempre de la eternidad, del ser y del tiempo. Como ya tenía muchos conocimientos previos llegó a ser una alumna muy brillante. Se doctoró con una tesis sobre la influencia que la lectura del tomo II de Seminario de Jacques Lacan tuvo en la formación de Parménides como filósofo. Tesis que fue recibida como un descrubrimiento sorprendente y le valió que Noam Chomsky la contratase como profesora visitante del MIT para desarrollar su teoría lingüística sobre el futuro pretérito anterior, clave de los tiempos verbales y de la compresión del tiempo.
No obstante, a pesar de sus grandes éxitos, Alicia seguía sintiéndose incómoda, porque siempre tenía que andar con sus tablas de concordancias y transformaciones cronológicas, y, como eran muy complejas, a veces se despistaba.
Pensó que tenía que solucionar su problema.
Tras muchas horas y horas de cavilación halló al fin la solución. Una solución que sería posible si lograba la recomendación o tráfico de influencias de algún funcionario. Y esta fue la respuesta al extraño enigma de su vida.
Como conocía a un funcionario del Registro Civil, consiguió que le falsificase una partida de nacimiento, según la cual habría nacido un 29 de febrero. Como no todos los febreros tienen 29 días, Alicia podría reajustar su edad real con su edad legal, tras calcular un complejo algoritmo que determinaría el año exacto en el que había nacido.
Conseguido al fin este documento, Alicia comentó el tema con su madre y decidieron acudir a Cita Previa, para pedir la nueva cita de la segunda revisión del embarazo de la madre de Alicia, cuando estaba embarazada de Alicia.
Todo esto le parecía un poco estrambótico a la madre de Alicia, que al fin y al cabo la había dado a luz con toda normalidad, siguiendo la metodología de la escuela de Viena. Pero como había aprendido que tratándose del CHUS lo mejor es callarse, acompañó a su hija que era doctora en Filosofía y profesora visitante del MIT, y que por eso sabía mucho de estos temas.
Al llegar a Cita Previa y decir que venían a presentar la partida de nacimiento de Alicia para poder nacer con efectos retroactivos, fueron recibidas por la enfermera con una amplia sonrisa, muestra de la satisfacción que a los profesionales les produce la sensación de que las cosas se van haciendo bien, según el protocolo establecido.
La enfermera introdujo los datos en un ordenador e hizo algunas llamadas. Y cambió la cita con efecto retroactivo de 43 años legales, que serían 46 reales, más seis meses que faltaban para completar el embarazo, de tal modo que Alicia podría volver a nacer sin problema seis meses después de la revisión de su cita.
—Hablando se entiende la gente –dijo la enfermera a la madre de Alicia y a Alicia.
—Las cosas hay que hacerlas bien –insistió la enfermera.
—El protocolo existe porque es necesario, sin él todo se colapsaría –añadió.
—¡Enhorabuena, señora, ya sabe Ud. que va a tener una niña! Supongo que le hará mucha ilusión. ¿Ya sabe cómo la va a llamar? –dijo con cara de satisfacción y con con una sonrisa un poquito tonta.
—Me va a llamar Alicia, cuando yo nazca –contestó Alicia.
—¡Qué bonito, Aliciña!, ¿te gusta tu nombre neniña? –insistió la enfermera, con su fingida sonrisa.
—Me encanta –dijo Alicia–. Creo que algún día llegaré a ser muy famosa.
FIN