Jaime Ortega
En Lujo comunal, Kristin Ross demuestra cómo la Comuna de París puede ser definida como un verdadero acto teórico. A través de la reconstrucción del impacto y la persistencia de un cierto imaginario político producido en el verano de 1871, nos ofrece una serie de veredas apenas vislumbradas por las historias más citadas sobre aquel famoso suceso.
La autora, experta en la cultura francesa del siglo XIX, desmonta la presencia de la Comuna como parte de dos narrativas: la de la nación francesa y la del comunismo “oficial”. Ello implica proceder en contra de los dichos de Engels y de gran parte de la tradición marxista que se apropió de la Comuna como una proto-experiencia finalmente consolidada en 1917. En tanto que, por el otro bando, demuestra de manera fehaciente no sólo que “lo francés” está lejos de ser una identidad sedimentada en el contexto histórico de la Comuna, sino que además la experiencia va en contra de algunos de los nudos más poderosos de la revolución de 1789 (contando con la destrucción de la guillotina como el acto simbólico más importante). Amén de ello, la Comuna se presenta aquí con su carácter mundial, en donde el nacionalismo es visto como un elemento negativo, pernicioso, corrupto y burgués. Frente a ello se impone la construcción de la República Universal y no un republicanismo (falsamente) universalista, atrincherado en identidades cerradas y definidas desde el poder.
El recorrido de Ross es profundamente rico. Trata por igual figuras típicas de ese significante político que es el anarquismo ―resalta al geógrafo Élisée Reclus y a Piotr Kropotkin― como también las posibilidades de inflexión teórica que el suceso de París causó en la obra de Marx, al tener que decidirse a abandonar una cierta dialéctica trascendental y optar por otro tipo de construcción.
Muchas cosas pueden ser dichas a propósito del libro, desde las experiencias de los comunes exiliados hasta la reconstrucción de la masacre y la persecución. La construcción de la “nación francesa” no es tersa ni transparente: se asienta en la consolidación de un régimen que masacró en nombre del patrioterismo barato a quienes decidieron poner la primera piedra de esa república universal sin distinción de ciudadanos. Aquí el elemento anticolonial es incluso más poderoso que en 1789, y la autora logra enfocarlo bien, al igual que la noción de ciudadanía, ubicada en la superación del republicanismo universalista.
De entre todos los personajes emplazados en el gran teatro que fue la Comuna, cabe destacar uno que es relevante en términos políticos y teóricos. Se trata de la activista rusa Elisabeth Dmitrieff. A decir de la autora, es por influencia de su perspectiva que Marx logra entender la importancia de la comuna rural rusa en la constitución de una vía no capitalista. El papel asignado a Vera Zasúlich aún es relevante, pero se ve enriquecido por la presencia de Dmitrieff, quien es relevante en la Comuna y también en la constitución de un marxismo que supera el mito del “progreso”. Este tipo de anécdotas demuestra que la teoría no es sólo un acto gris de construcción conceptual (ni tampoco exclusivamente de la imaginación dialéctica); es también contingente y apela a esos pequeños encuentros, casuales, fortuitos y sumamente productivos.
Lujo comunal se constituye como una versión alternativa y rica para adentrarse en un fenómeno que nada tiene que ver con los estrechos marcos nacionales de la Francia decimonónica, sino que apela a una constitución radical del sentido de lo común y de la comunidad. Horizonte, éste, que aún nos convoca a movilizar las pasiones.
Jaime Ortega es profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y su artículo “Descarrilar el tren del progreso: modernidad periférica, tiempo histórico y descolonización” está incluido en el libro «La crítica en el margen»
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