“Quiero transmitir al público la intención de un compositor desde mi interpretación”, así concibe su trabajo el director artístico del Teatro Real de Madrid, Gerard Mortier. En apariencia una definición inocua de su labor que, sin embargo, ha levantado más de una ampolla en el mundo de la ópera.
El pasado 24 de febrero Gerard Mortier conversó con Antonio San José en la Fundación Juan March (podéis escuchar aquí el audio). Simplemente se trataba de un acercamiento al autor de Dramaturgia de una pasión donde explicaba su visión de la ópera y relató su trayectoria. Así conocimos que su afición viene de lejos, desde que su abuela le llevó con tan solo 11 años a ver La flauta mágica. En ese preciso momento, quedó realmente fascinado de cómo el teatro es capaz de conmover a miles de personas.
Una afición que comenzó prácticamente en la niñez y pronto desarrolló con la voluntad de transmitir reflexión a la sociedad, tal como se hacía desde los tiempos de la antigua Grecia. Quizá esta voluntad es la misma que le ha causado tantas críticas y halagos; durante la conversación le tildaron del “Mourinho de la ópera”. Mortier demostró un absoluto desconocimiento por el fútbol que incitó risas entre el público, aunque sí fue capaz de ofrecer una sensata respuesta: no se trata de provocar, sino de crear polémica. En definitiva, buscar una reacción en el público gracias a una propuesta que aporte diálogo y reflexión para seguir avanzando.
Su supuesta provocación viene de la misma interpretación que tiene de la ópera como elemento teatral. En este sentido, destaca que cualquier director debe fijarse en tres aspectos: la orquesta, el canto (“el canto es la expresión de la emoción, la palabra de la razón”) y la puesta en escena. Intentar que esas tres condiciones se plasmen en una buena obra le lleva a recuperar las creaciones del siglo XX a la par que apuesta por la juventud –en un mundo que parece abocado a repetir clásicos del siglo XVIII y XIX– y realizar una reinterpretación de los grandes compositores como Mozart y Monteverdi trasladando a la actualidad sus valores universales.
A pesar de que lleva siempre consigo un diccionario de español, le cuesta dominar el castellano y pronto lo mezcla con el francés y el italiano. “El alemán es mi lengua del pensamiento”, aseveraba este flamenco como disculpa. Una pequeña dificultad que tuvo una rápida solución: cuando no entendía bien una pregunta o notaba que no se expresaba correctamente, buscaba entre el público el apoyo de su amigo Luis de Pablo.
En resumen, una conversación amena donde los espectadores consiguieron conocer de cerca al «polemista» Gerard Mortier. Podríamos destacar una infinidad de temas que se trataron, por ejemplo cómo lidia con la crisis –se ha enfrentado a una reducción del 30 por ciento del presupuesto–, su voluntad por hacer llegar a todos la ópera o sus intenciones en Madrid –por supuesto, convertir la ciudad en un foco musical al mismo nivel que París o Viena–. Pero sin duda más interesante fue su observación sobre la crisis de valores que vivimos y sus tres propuestas para enfrentarnos a ella: debemos aprender a ser felices sin tantas cosas materiales, tenemos que reaprender la comunicación (nunca “me digas por e-mail” aquello que “no te atreves a decirme a la cara”) y no nos perdamos entre tanta reflexión, es momento de actuar.