Por Pilar Aliaga
Leía hace unos días en un diario digital que se contabilizaban hasta 730 políticos españoles implicados en casos de corrupción. Al principio sentí indignación; luego quise buscar “un atenuante” para no caer de nuevo en la desesperación, y se me ocurrió pensar que lo que no decía el artículo era cuántos políticos “ejercían” en España. Solo así sabríamos cuál es la magnitud del desastre, solo así podría seguir pensando que unos pocos no están desmantelando la democracia que habíamos creído conquistar.
He de confesarles que lo de buscarle la vuelta a todo lo utilizo últimamente mucho como método de defensa; pero eso no calma mi constante preocupación, la que comparto con el común de los ciudadanos españoles, y me atrevo a decir que con el de todos los ciudadanos europeos, estén inmersos sus países o no en esta interminable crisis. Unos porque temen pagar los platos rotos de otros, y estos otros porque descubren que el dinero que podía haber contribuido a la mejora de su sanidad, su educación, sus derechos y sus libertades, se lo han llevado unos pocos a manos llenas.
Si tecleamos en un buscador la palabra “corrupción”, el número de páginas, cargadas de titulares, debates, opiniones y comentarios que se nos ofrece como resultado es abrumador, lo que viene a demostrar que, efectivamente, este tema nos preocupa, y mucho, a los europeos de a pie, y que nuestra reacción primera ha sido muy humana: nos hemos lanzado a la búsqueda de respuestas y a compartir estas con todos los afectados, aprovechando las facilidades que nos ofrece internet. ¿Por qué somos tan corruptos? Es más, ¿por qué los países mediterráneos parecen ser más proclives (o de eso tenemos fama) a apropiarse de lo ajeno?
Para los países mediterráneos, para los españoles en particular, los del norte, más altos y más guapos, son como los niños adelantados de la clase, que nos miran con desprecio porque día tras día somos castigados de cara a la pared por no hacer bien los deberes. Su mirada, sobre todo la de la alumna aventajada Angela Merkel, deja traslucir claramente lo que piensan: «Estos no estudian carrera».
Son muchos los que buscan en las raíces culturales el origen de su transparencia y el de nuestra corrupción. Y no pocos los que compruebo que han recurrido a los análisis que Max Weber hiciera sobre la religión protestante versus la religión católica para explicar por qué los países de Europa del Norte son un ejemplo de progreso, constancia, rectitud y éxito. Interesantísimas las tesis de Weber.
Sostiene este en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo que al imponer la Reforma un mayor control de la vida ciudadana por parte de los eclesiásticos y la religión, el trabajo racional, el ahorro, la honradez, entre otros valores, fueron totalmente asumidos e incluso defendidos por los ciudadanos protestantes, toda vez que a los católicos ese sentido ético del trabajo y la valoración de los bienes terrenales les eran ajenos. De ahí que, por ejemplo, los protestantes estuviesen más interesados en los oficios relacionados con el comercio y la industria, mientras que los católicos se inclinasen por los estudios humanistas. A partir de esta tesis, expuesta aquí de manera muy resumida, resultaría fácil coligar por qué el capitalismo arraigaría con más fuerza en los países protestantes y por qué habría tenido más éxito que en los países de profunda tradición católica. Mas ¡ojo!, advierte el sociólogo –y es en esto donde los que recurren a Weber para explicar la corrupción deben reparar–, no debemos confundir el capitalismo con el “afán de lucro” o el “deseo de ganancia”, pues “esta ansia se encontraba y se sigue encontrando entre los camareros, los médicos, los cocheros, los artistas, las cocottes, los funcionarios corruptos, los soldados, los ladrones, los cruzados, los jugadores, los mendigos, se puede decir: en ‘all sorts and conditions of men’”. Vamos, que el dinero es como la muerte: a todos iguala, independientemente del sistema económico en el que se esté inmerso.
Esta afirmación me lleva al convencimiento de que, si bien estoy de acuerdo en que nuestras raíces culturales, nuestra forma de pensar y de ver la vida influyen en lo que hoy somos y a lo que nos encaminamos, querer explicar la situación actual de crisis económica, corrupción política y futuro incierto basándonos en ellas como algunos pretenden es demasiado simplista. La ética no es cosa de Sur o de Norte, ni de pobres o de ricos, ni de protestantes o de católicos. Va con las personas. ¿O creen que la forma de actuar, la ética y la conciencia del político o del banquero que ha esquilmado las arcas públicas, se corresponde con la de la mayoría de los ciudadanos? Yo quiero creer que no.