Álvaro Aguilera Fauró
Hablar de la novela negra en España hoy, casi nada. Eso me piden desde Akal y, lejos de arrugarme ante el reto o pretextar una enfermedad incompatible temporalmente con la escritura (que es lo que debiera haber hecho por pudor y humildad), me lanzo a expresar una opinión, puramente personal y probablemente intransferible, sobre este género maltratado, manoseado y mancillado.
La novela negra, a mi juicio, no es lo mismo que la novela de misterio o que la novela policiaca. Es lo primero. Esto puede parecer una disquisición intelectualoide o barata sobre terminologías que sólo interesan a escritores y críticos. No es mi intención. Todo lo contrario. La hago (o la propongo) desde una conciencia de ciudadano que utiliza su trabajo (escribir, contar historias) para entretener al lector al mismo tiempo que lo enfrenta con una realidad social, política y económica. Y lo digo desde el pleno convencimiento en que la novela negra fue, durante buena parte del Siglo XX, y es hoy en día la heredera de la novela social, con todo lo que ello conlleva.
El género negro, pues, habla de las cloacas del sistema y se sirve del crimen para hacerlo; vincula al tipo que empuña una pistola con el que preside los despachos en que se toman las decisiones reales, esas para cuya deliberación nunca somos convocados. La novela negra disecciona la sociedad capitalista, se hunde en sus vísceras de cadáver putrefacto y nos arroja a la cara las consecuencias de ese estado de podredumbre.
No es un panfleto, no da respuestas, no diseña guías ni mapas ni manuales para tomar los palacios de invierno. Pero tiene el deber de generar preguntas e interrogantes. No hay novela negra que asuma los límites del sistema, que renuncie a contar las transformaciones sociales, políticas, económicas o culturales. Ni si se rehuye trazar una línea que explicite que el crimen, la vida de la gente que sufre la miseria y el dolor determinado y dictaminado por otros es una consecuencia de un modelo de relaciones construido por el sistema.
No se trata de descubrir, entre tés y pastas de campiña inglesa o en concienzudas y documentadísimas investigaciones policiales, si el asesino es el mayordomo o el cuñado de la víctima. Para eso está el misterio de Agatha Christie o el policiaco de Lorenzo Silva, por ejemplo (muy divertidos, entretenidos, a veces hasta bien escritos y por supuesto perfectamente dignos pero imbuidos de la norma marcada).
En mi novela recientemente publicada, Plato de mal gusto, pretendía (al lector le tocará juzgar si eso se ha logrado) servirme del crimen, de una trama entretenida centrada en el descubrimiento de la verdad y la persecución del dinero perdido, para contar la transición sucedida en los barrios proletarios de Madrid. Esa transición, una vez más, ha sido decretada por esos otros que mandan de verdad y, sin apenas darnos cuenta, observamos que en nuestros barrios allá donde hubo una mercería ahora hay una tienda de móviles, donde existió un bar de esos con camareros poco agraciados y barra de zinc ahora hay un local de diseño con gintonics aderezados con corteza de albaricoque y donde palpitó un parque lleno de familias con tarteras y transistores ahora existen, en el mejor de los casos y benditos sean, inmigrantes o, en el peor, un vacío ensordecedor y triste.
Ese es el telón de fondo de la novela y lo que más le interesaba contar al autor de forma no evidente. Para ello utilicé a un personaje protagonista que no encaja en esa transición, que sufre en primera persona las consecuencias de esas decisiones tomadas en los altos salones de los clubes Bildelberg de turno, de los pigmaliones enamorados de su monstruosa obra. Es un tipo solo, triste, hundido en la miseria vital y que además es un canalla. Un canalla que no ha decidido serlo, un canalla que es fruto de un sistema, como casi todos nosotros.
La novela negra, en definitiva, debiera tratar de desvestir al Pigmalión que ha moldeado la sociedad existente sin contar con ella y mostrarle al lector la criatura deformada que se esconde bajo los ropajes. Será él, el lector, el que finalmente decida qué hacer ante la imagen, lejos ya de la influencia del autor.
Si Plato de mal gusto ha contribuido a quitarle al menos una prenda a ese adefesio, puedo ya dormir. Si además ha entretenido lo haré tranquilo. Y si en algunos casos emociona, ese sueño será plácido como el de un nonato en la placenta. Porque se trata de entretener, emocionar y hacer pensar. Porque, en el fondo, lo que más me ha importado siempre es combatir con las mejores armas a ese obsceno Pigmalión que se cree con el derecho a convertir nuestras vidas en su objeto de trabajo escultórico. Y no hay mejores armas que la diversión, el pensamiento y la emoción.
Para eso, en fin, escribo novela negra (o lo que yo creo que es la novela negra).
Álvaro Aguilera Fauró
Álvaro Aguilera (1985) nació en Madrid y pasó su infancia en el barrio de Las Águilas (Latina). Cursó estudios en Filología hispánica y en el 2005 se diplomó en la especialidad de Guion en la Escuela del Cine y el Audiovisual de Madrid (ECAM). Desde entonces ha alternado su trabajo como guionista (Estados Alterados, La Sexta) con su labor como profesor de cine y literatura en lugares como la Escuela de Cine y TV de San Antonio de los Baños de Cuba (como profesor asistente) o Foro de Creadores en Madrid. «Plato de mal gusto» es su primera novela. Actualmente trabaja en una segunda novela y ultima dos libros de poemas.
Plato de mal gusto
Palacios es un hombre en la cuarentena que trata de abandonar la que ha sido su profesión en los últimos tiempos: asesino a sueldo. Un golpe de suerte, en forma de encargo muy bien pagado, parece abrir la posibilidad de su retirada, pero una vez efectuado el trabajo todo empieza a complicarse y tanto su recompensa como su propia integridad comenzarán a correr un grave peligro.
Con el fin de cobrar su dinero, Palacios tendrá que deambular por las cloacas de un mundo que le es por completo ajeno: el de las grandes finanzas provenientes del pelotazo urbanístico.
En ese camino, lleno de viejos reencuentros con un pasado de heridas aún no cicatrizadas, descubrirá el significado real de palabras como amistad, amor, traición o venganza. Un camino por el extrarradio proletario de Madrid y por los edificios de lujo de la alta sociedad que le llevará a situaciones en las que la vida o la muerte no significan nada más allá de su valor nimio en el entramado económico y social del poder.
Plato de mal gusto – Álvaro Aguilera Fauró – Ediciones Akal