El primer bienio republicano fue interpretado desde las publicaciones contrarrevolucionarias en términos de clase. El discurso demofóbico, los tópicos elitistas y denigrantes hacia las clases bajas y la crítica a la política entendida como forma de empoderamiento de las mismas satura los periódicos, revistas y libros derechistas de la época. Ello no excluye el hecho de que este discurso pudiera atraer a una parte de los núcleos de población más desfavorecidos. En cualquier caso, lo que parece evidente es que las políticas tendentes al aumento de salarios de los trabajadores y a la regulación en su beneficio del mercado laboral suscitaron las críticas de todo el espectro contrarrevolucionario sin apenas fisuras.
La legislación republicana en términos de género acabó con buena parte de las disposiciones patriarcales características de la época de la monarquía y es clave para entender el discurso contrarrevolucionario. Como ha señalado Mary Nash, el régimen de Franco implantó por la fuerza un orden que buscaba de forma explícita la subordinación de las mujeres. La desposesión cultural, social y económica definía la condición femenina, tratando de aniquilar la experiencia de la República y la apertura de la posibilidad de un horizonte igualitario en términos de género. El retorno de las mujeres al hogar era, sin duda, una expresión de un deseo de dominio patriarcal. Pero, a su vez, suponía la expulsión (parcial) de la mujer del mercado laboral remunerado y el intento de petrificación de su rol como reproductora de la fuerza de trabajo que garantizase la continuación de la acumulación de capital. Y el trabajo fuera de la legalidad de estas mujeres, a menudo invisibilizado, también responde a esta misma lógica de máxima obtención de beneficios.
La relación dialéctica del clericalismo y el anticlericalismo y la interconexión de ambos fenómenos con otras formas de identidad como la clase y el género, tal y como ya señaló Maria Thomas, resultan esenciales para comprender la complejidad de dicha relación. La identificación del nacionalcatolicismo con el orden socioeconómico capitalista fue ya resaltada con agudeza hace años por Alfonso Botti. Ello no supone ignorar que no puedan encontrarse casos notables de dirigentes que buscaran que el giro conservador no derivase en una simple anulación de todas las medidas sociales. Pero parece evidente que tanto la Iglesia como la CEDA fueron el mejor garante durante los años previos a la guerra para blindar la propiedad privada y eliminar las trabas al proceso de acumulación de capital.
La cuestión agraria es otro de los puntos clave para entender las tensiones de los años treinta en el ámbito rural. En relación con la legislación laboral, la ley de términos municipales suponía conceder una poderosa arma a los jornaleros que reforzaba enormemente su posición en una huelga frente al patrono. Del mismo modo, su derogación suponía la desregulación del mercado laboral y la vuelta a las relaciones de poder tradicionales favorables a los patronos. Los desahucios masivos de tierras arrendadas que se llevaron a cabo durante el segundo bienio deben insertarse dentro de la lógica de la acumulación de capital. Y el impacto de la legislación social de la República en el campo debe concebirse ante todo como una alteración de las relaciones tradicionales de poder (marcadas por la decisiva cuestión de la propiedad privada) que llevó a los contrarrevolucionarios a percibir un mundo trastornado.
La identidad nacionalista es también un factor fundamental para comprender las ansiedades y tensiones del periodo. En mayor o menor medida, ningún movimiento político y social de la época escapaba a la lógica nacionalista. Es, por ello, necesario interconectar cada propuesta nacionalista con su construcción en términos, fundamentalmente, de clase y de género, para comprender a fondo lo que las apelaciones que en este sentido se realizaban querían evocar. Y lo mismo sucede con los nacionalismos subestatales, presentados por la contrarrevolución a menudo como los principales responsables del trastorno del país al que buscar quebrar su unidad. Si el objetivo del proyectado estatuto de autonomía, como originariamente sucedía en el caso vasco-navarro, era blindar los privilegios de la Iglesia y el orden social existente, se podía ver con simpatía la merma de la soberanía del Estado en política exterior (en concreto, en sus relaciones con el Vaticano). Pero, si lo que se buscaba era reproducir a escala local las políticas de la izquierda republicana, entonces los ataques a la autonomía por parte de todos los contrarrevolucionarios serían masivos y constantes.
Por último, es necesario remarcar la importancia del pretorianismo durante esta época. Los conflictos que se arrastraban en relación con el Ejército desde hacía muchas décadas intentaron ser abordados durante el primer bienio. Pero el proyecto azañista de subordinación del poder militar al civil generó no pocas tensiones entre un cuerpo acostumbrado a una relación de privilegio e influencia sobre la clase política. Y eso que la presencia de los militares en cuestión de orden público continuó siendo notable. Aun así, las tentaciones pretorianas cristalizaron en los levantamientos de 1932 y 1936, que demostraron que las políticas de Azaña, lejos de «triturar» el pretorianismo, no habían logrado erradicarlo. Además, el Ejército era visto por importantes sectores de la contrarrevolución como el último recurso al que apelar si las transformaciones sociales no encontraban un bloqueo legal desde las instituciones. Su papel como dique de contención frente a la revolución se combinaba con su rol de modelo social. La disciplina y respeto a la jerarquía que buscaba reimplantarse en fábricas, talleres y propiedades encontraban un inmejorable ejemplo en la institución castrense.
Así, en el discurso de la Cruzada confluyen de nuevo todas estas claves discursivas. Es necesario remarcar que ello se produce en un contexto de exacerbación extrema de conflictos previos y de estallido masivo de violencia en las retaguardias, especialmente durante el verano de 1936. Los ensayos revolucionarios que tuvieron lugar en las zonas donde la sublevación fracasó permitieron dar forma a la quiebra de todos los mecanismos de distinción social y, en ocasiones, a la colectivización de fábricas, talleres y tierras. Este mismo ensayo sería convenientemente encauzado y reprimido por las propias autoridades republicanas. La imagen de desorden, de carnaval absurdo, recorre las publicaciones contrarrevolucionarias del bando franquista en sus representaciones del enemigo «rojo». Los obreros perezosos controlaban el poder, las mujeres masculinizadas y los hombres afeminados se paseaban ufanos por las calles, campesinos iletrados reclamaban puñados de tierra (aunque fuera la del Parque del Retiro), la irreverencia y el odio al sentimiento religiosos eran las únicas motivaciones de la violencia anticlerical, las milicias controladas por trabajadores sindicados huían en desbandada ante el avance disciplinado del Ejército franquista. La naciente dictadura, en todos estos terrenos, debía disciplinar a la sociedad tras la «fiebre» revolucionaria.
España trastornada
Para comprender la Guerra Civil y el triunfo de la dictadura franquista, es necesario prestar atención a la forma en que los distintos grupos conservadores percibieron y representaron la Constitución de 1931 y las políticas de republicanos y socialistas: como un mundo al revés que desafiaba todas las jerarquías tradicionales.
Precisamente el objetivo de este libro es entender la forma en que los contrarrevolucionarios se sintieron amenazados por el proyecto democrático republicano a nivel identitario, y su respuesta discursiva. En términos de clase, con el ascenso de izquierda obrera y la movilización campesina, de género, con la legislación feminista en favor de la igualdad entre hombre y mujer, clericales y pretorianos, con el desafío al poder tradicional de la Iglesia y el Ejército, y nacionalistas, especialmente con los casos catalán y vasco, los detractores de la República percibieron por unos años cómo su mundo se tambaleaba. Y no dudarían en emplear todos los medios para terminar con la pesadilla de una España trastornada.
Ramiro Trullén Floría
Doctor en Historia contemporánea por la Universidad de Zaragoza con mención de doctorado europeo por la London School of Economics desde mayo del 2014. La calificación concedida por el tribunal fue de sobresaliente cum laude.
Disfrutó de dos becas predoctorales, una de Formación de Personal Investigador del Gobierno de Aragón (enero-agosto del 2008) y otra de Formación de Personal Universitario del Ministerio de Educación y Cultura (septiembre del 2008-diciembre del 2011). También obtuvo una ayuda para la movilidad dentro de la beca FPU que le permitió realizar una estancia bajo la supervisión del profesor Paul Preston en el Cañada Blanch Centre dentro de la London School of Economics de agosto a diciembre del 2009. Gracias a las becas CAI Europa, pudo sufragar los gastos básicos en dos estancias de investigación, una de ellas en Roma (para investigar los Archivos Vaticanos) y la otra en Madrid (para trabajar fuentes primarias en la Biblioteca Nacional) respectivamente de diciembre del 2007 a febrero del 2008 y de septiembre a diciembre del 2012. Si las becas predoctorales le permitieron abordar la realización de la tesis, la estancia en Roma le permitió investigar los fondos de Federico Tedeschini, nuncio apostólico en Madrid durante la Segunda República. El fruto de ese trabajo fue el libro Religión y política en la España de los años treinta. El nuncio Federico Tedeschini y la Segunda República, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2012 y el artículo “El Vaticano y los movimientos monárquicos durante la II República”, Revista Alcores, número 8, año 2009, pp. 287-307. Las estancias en Londres e Italia (disfrutó de una beca erasmus durante la carrera en la Università degli studi di Verona) le permitieron un dominio razonable del inglés y el italiano que se plasmó en la conferencia y texto de inminente publicación “Political religion and politicization of religion. The Italian and Spanish cases”. Durante casi cinco años, bajo la dirección de Julián Casanova, ha participado en dos grupos y dos proyectos de investigación centrados en la violencia y la memoria en el siglo XX.