La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket es la primera y única novela de Edgar Allan Poe (1838), quien, acuciado por la necesidad, confiaba en que una narración de aventuras fuera bien recibida por los lectores. Cuenta el viaje de Arthur Gordon Pym, salpicado de peripecias, a bordo del ballenero Grampus por los mares del Sur. La novela, que comienza como una aventura marinera bastante convencional, va dejando paso, poco a poco, a lo fantástico, lo escabroso, constituyéndose así en la más extraordinaria de sus historias.
La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket: la novela de la incertidumbre
Por su concepción organicista del texto literario, buscando siempre que todas las partes estuvieran perfectamente integradas, constituyendo un todo coherente tanto desde el punto de vista del contenido como de la forma, a Poe no le agradaba el género novelístico, que se le antojaba profuso en exceso, prefiriendo la poesía y la narrativa breve. Sin embargo, acuciado por la escasez de dinero, atendiendo a los consejos de amigos que habían seguido su trayectoria desde la publicación de los seis relatos que componían los Tales of the Folio Club y otros cuentos posteriores, y queriendo satisfacer los gustos del público lector, devoto en general de la novela, el escritor bostoniano se decidió a embarcarse ‒nunca mejor dicho‒ en la aventura de componer una narración de dicho género en un instante agitado de su existencia, inmerso en cambios de trabajo y de ciudad para poder subsistir y mantener a su esposa y a la madre de esta.
Para escribir la narración, Poe se documentó de manera concienzuda, sirviéndose de una cantidad ingente de fuentes bibliográficas, principalmente crónicas marítimas y literatura de viajes, tanto reales como ficticios (…)
La relación del periplo por el Polo Sur se basa en la teoría de la tierra hueca, propuesta por John Cleves Symmes (1780?-1829), según la cual nuestro planeta estaría compuesto de diversas esferas concéntricas alrededor de un centro hueco al que se podría acceder por los Polos (por aquel entonces, todavía no alcanzados). Las corrientes marinas circularían hacia ambos extremos de la tierra, y se precipitarían en su interior, fluyendo hacia el Polo opuesto. Dentro del hueco terrestre, precedido por territorios de clima cálido bañados por un mar en mitad de los hielos, se hallarían civilizaciones y poblaciones humanas. Aunque la teoría suscitó no solo el escepticismo, sino también la mofa de la mayoría de los científicos del momento, también tuvo sus partidarios, entre los que se contó el oficial naval estadounidense Jeremiah N. Reynolds, que solicitó una ayuda económica del Congreso para sufragar una expedición al Polo Sur que permitiera encontrar el supuesto agujero imaginado por Symmes. Poe, que reseñó el informe de Reynolds, apoyó con entusiasmo el patrocinio de la citada empresa. La teoría de la tierra hueca, que Poe ya había utilizado en «Manuscrito hallado en una botella» (1831), aparece reflejada, de manera directa o indirecta, en obras literarias como Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne (1864), cuya novela La esfinge de los hielos (1897) es una excelente continuación de Pym. Y, de alguna manera, dejó una huella implícita en ficciones literarias sobre lugares cálidos ubicados en el centro de los Polos, como es el caso de El mundo perdido de Arthur Conan Doyle (1912), y en exponentes de la cultura popular, como los cómics publicados por Marvel en los que aparece el personaje de Ka-zar, habitante de un mundo prehistórico y selvático ubicado en mitad de los hielos antárticos (…)
La recepción de Pym por parte de los críticos coetáneos no fue precisamente halagüeña; la reseña de Lewis Gaylord Clark ‒contrario a Poe‒ en The Knickerbocker marcó el camino al señalar que la narración estaba repleta de circunstancias desagradables, cruentas y violentas. Así, la obra se percibió como excesiva e hiperbólica en la citada línea, al tiempo que se hizo hincapié en el hecho de que la trama presentaba errores mayúsculos desde un punto de vista náutico y geográfico, elementos narrativos inverosímiles y, en su pretensión de veracidad, se entendió que constituía un inaceptable intento de engaño al público lector, objetivo que, curiosamente, se logró sobre todo en tierras británicas, donde no fueron pocos los que leyeron Pym como una historia auténtica, aunque exagerada. El fracaso de la obra supuso un serio revés económico para Poe, que tampoco la tuvo en alta estima (se referiría a ella como «un libro muy tonto»), y que abandonaría el género novelístico para acometer otras empresas literarias y dedicarse principalmente a la escritura de ensayos y relatos, como evidencia el hecho de que el siguiente libro que publicó fue sus Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (1840).
No obstante lo dicho, con el tiempo, Pym se convirtió en una obra de enorme fama, influyendo en numerosos autores posteriores, entre los que se cuentan, además de los ya mencionados, Herman Melville (Moby Dick, publicada en 1851, debe mucho a la narración de Poe), Charles Baudelaire (que la tradujo al francés en 1857), Henry James (que en La copa dorada, 1904, alude a la novela), H. P. Lovecraft (sobre todo, En las montañas de la locura, 1936), Dominique André (que escribió una secuela de la novela, La conquista de lo eterno, 1947), Paul Theroux (The Old Patagonian Express, 1979), Paul Auster (en Ciudad de Cristal, 1985, el personaje de Quinn fabula sobre los criptogramas que aparecen al final de la obra), y Mat Johnson (que en Pym, publicada en 2011, lleva a cabo una reescritura posmoderna de la novela de Poe centrada en cuestiones de raza).
Desde el punto de vista narrativo, Pym muestra la suprema maestría e ironía de su autor, que introduce en el prólogo la incertidumbre acerca de la veracidad de la obra, y ‒en una nueva y suprema vuelta de tuerca de alteridad‒ a su propio doble en calidad de editor. Poe construye una trama en primera persona narrada por Arthur Gordon Pym, editada y continuada ‒no sabemos hasta qué punto‒ por el doble del escritor, que finalmente se ve interrumpida, para ser clausurada por una nota en la que se le hace partícipe al lector ‒que nada sabe‒ del destino de Pym, de la imposibilidad de comunicarse con el personaje de Peters, y de la pérdida de los «dos o tres» capítulos finales de la novela. Todo ello rompe sistemáticamente con las expectativas del lector en cuanto a la lectura «convencional» de las aventuras de Pym, quien señala en el prólogo que, dados los acontecimientos aparentemente inverosímiles que va a narrar, prefiere que la narración se lea como ficción. Con todo ello, Pym se percibe como un narrador poco fiable. La novela, pues, es un texto desconcertante, tan nebuloso y misterioso como las brumas del Polo Sur que, de manera tan plástica y envolvente, se describen al final de la obra, en la que el lector debe tomar una postura activa y dinámica para ir desentrañando los espacios vacíos y misteriosos que se le presentan. Con su gusto proverbial por las escrituras secretas o veladas, Poe introduce como elemento alienante enigmáticos criptogramas, acentuando la sensación de misterio que se va acrecentando paulatinamente hacia el desenlace de la narración, cuyo significado ha de ser construido por la imaginación del lector. En este sentido, Pym es un relato precursor de los cuentos de raciocinio que su autor escribiría más adelante (…)
En última instancia, Pym es una magnífica novela de aventuras que capta desde el primer momento la atención del lector, que asiste intrigado a la fabulosa concatenación de peripecias en las que se ve envuelto el personaje principal: la odisea marítima en el Grampus, preludiada por la del Ariel; las penalidades ocurridas en el barco (enclaustramiento y aprisionamiento, motín, lucha, heridas, hambre y sed, desamparo y desesperación, espantosas tormentas, encuentro con la embarcación colmada de cadáveres, canibalismo); la salvación a bordo del Jane Guy y la exploración de evocadores territorios por los mares del Sur; el periplo hacia el Polo Sur, y el infausto encuentro con los nativos de Tsalal; y, por último, el final abierto y sobrecogedor, culminado por la nota final, que aún introduce mayor perplejidad en cuanto a la expectativa de una resolución de los enigmas planteados, subrayando la consiguiente alienación mediante los criptogramas o jeroglíficos, y el lenguaje ignoto de los nativos. Y todo ello acompañado de un uso asombroso del lenguaje narrativo preciso, evocador y flexible, que tanto sirve para referir con aterradora crudeza los sucesos más impactantes y violentos, como para ofrecer al lector portentosas descripciones de la naturaleza y sus elementos característicos en sus estados más extraordinarios, bellos y sublimes. La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket es sin duda una muestra prodigiosa del arte literario de Edgar Allan Poe y de su pasión por contar.