Luis Roca Jusmet:
Conocí a Ricardo Espinoza por casualidad (aunque quizás no tanta), cuando un amigo me invitó a la presentación de su libro en Barcelona. Por cierto, que antes tuve ocasión de tomar un café con él y me pareció una persona amable, abierta y muy vital, aparte de que tenía muchas ideas interesantes que aportar. La conexión que yo tenía con él era nuestra afinidad con Žižek.
Yo había sido uno de los introductores de la obra de Žižek en España y se suponía que él había escrito un libro sobre la última etapa de Žižek, es decir la hegeliana.
Precisamente era la que yo no había trabajado, ya que mi grado de saturación respecto al filósofo esloveno había llegado a su límite. Por esto intervine después de la presentación que Ricardo hizo de su libro, diciendo en broma que había conseguido algo que hasta el momento me parecía imposible: animarme a volver a leer a Žižek.
Pero una vez con el libro de Ricardo Espinoza en mis manos, comprobé que era este el que realmente deseaba leer. Porque no se trataba de un texto sobre Žižek lo que tenía entre manos, sino de un libro muy personal y singular cuya referencia última era Hegel. Pero no hablamos del Hegel de la Fenomenología del espíritu leído por Kojève, inspirador de toda una generación de pensadores franceses, entre los cuales estaba Lacan.
Hablamos, por el contrario del Hegel de “La ciencia de la lógica”, leído rigurosamente por Ricardo Espinoza, aunque acompañado por Félix Duque, uno de sus maestros y autor de la última traducción del libro. Pero hay también toda una recreación de la lectura, minuciosa y precisa, de un Lenin que está preparando el más grande acontecimiento de principios de siglo: la Revolución de octubre.
Estos son los presupuestos con los que Ricardo Espinoza va a escribir un libro tan impresionante como excesivo, que nos atrapa con miles de tentáculos. Hay una especie de paradoja en lo que experimento como lector, ya que por una parte me siento envuelto por el discurso y por otra desbordado por la corriente de ideas encadenadas de una manera endiablada. Hablamos de un libro con una estructura formal impecable: introducción, desarrollo y conclusión en cada capítulo y en su conjunto. Pero la estructura lógica está basada de manera nuclear en el concepto, cuya enigmático estatuto es el de la esencia del pensar y de la verdad a escala humana, que va de lo más abstracto a lo más concreto, de lo más universal a lo más singular. Una lógica conceptual cuya función es la de cuestionar la ideología y la inmediatez, como una mediación lógica, como un acto reflexivo que permite distanciarnos de la necesidad para entrar en el reino de la libertad. Pero siempre en el marco de la política, en el proyecto de un Estado que debe ser emancipador. Es el camino de la historia, de una historia capaz de reflexionar sobre sí misma y que nos saca del presente de la inmediatez. Es el camino que nos saca de la caverna del capitalismo, de su virtualidad, de la locura que va del estado islámico a Trump, del trabajo infinito por el consumismo desbocado. Que combate el show infernal y absurdo en el que vivimos bajo control militarizado. El monstruo de Frankenstein, de la técnica por la técnica, siempre nos persigue. Es el Estado que quiere garantizar el dominio planetario del capital, o es la reacción a él que lleva a una caricatura terrorífica, como el estado islámico.
La reivindicación de un acontecimiento, de que pase algo, que solo puede tener el nombre de revolución porque debe ser un cambio radical. Socialismo o barbarie, una vez más. La reivindicación de los humanos libres, con criterio y deseos propios, en el marco de una nueva política, de un nuevo Estado. Parece imposible, pero, como recuerda Espinoza, el crimen nunca es perfecto.
Ya no quiero decir nada más, hay que leerlo. Es un viaje apasionante en el que Espinoza tiene buenos acompañantes. No solo Félix Duque, Hegel, Lenin o Žižek, sino también Nietzsche, Zubiri o Heidegger. Sin olvidarnos de Plutarco y de Shakespeare. Porque lo que hace Espinoza es exprimir a los filósofos que ha trabajado, y con lo que ha conservado aprender de todos ellos para transformarlos en discurso propio. Como dice el autor, el libro acaba cuando empíricamente deja de escribir. Porque no tiene ni origen ni final, forma parte del proceso de la historia y desde él debe entenderse. Al igual que, como dice y en cierto sentido, tampoco él es el único autor. Es el Logos el que habla (la razón común, que diría nuestro querido Agustín García Calvo) en uno de sus posibles itinerarios. Pero tampoco privemos a Ricardo Espinoza Lolas del mérito de su marca singular. Y no nos perdamos ni el prólogo de Slavoj Žižek ni el epílogo de Alberto Toscano.
- Reseña escrita por Luis Roca Jusmet y publicada en el número 107 de la Revista Paideía
- En Ediciones Akal: ‘Hegel y las nuevas lógicas del mundo y del Estado’ de Ricardo Espinoza
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