Por eso, la imposición del «realismo socialista» fue sinceramente aclamada por la gran mayoría de la población: significaba que «el régimen abandonaba por completo su compromiso con la idea revolucionaria de establecer una forma de cultura “proletaria” o “soviética” que pudiera distinguirse de la cultura del pasado […]. Escritores contemporáneos como Ajmátova no pudieron encontrar editor, pero las obras completas de Pushkin y Turguéniev, Chéjov y Tolstói (aunque no Dostoievski) se publicaron por millones, al presentarse a un nuevo público» Este retorno a la cultura clásica alcanzó su punto culminante en 1937, en el centenario de la muerte de Pushkin, cuando
todo el país participó en las festividades: los pequeños teatros de provincias pusieron en escena obras de teatro; las escuelas organizaron celebraciones especiales; las Juventudes Comunistas fueron en peregrinación a lugares relacionados con la vida del poeta; las fábricas organizaron grupos de estudio y clubes de «pushkinstas»; las granjas colectivas celebraron carnavales Pushkin con figuras vestidas como personajes de sus cuentos.
Estos hechos son dignos de mención porque nos conducen a otra paradoja: de qué modo la propia resistencia al estalinismo, marginal y oprimida, siguió esta tendencia cultural. Es decir, por muy hipócrita y censurada que fuera, esta reintroducción masiva del patrimonio cultural clásico ruso era algo más que una medida para ilustrar a las multitudes medio analfabetas: el universo de los grandes clásicos como Pushkin y Tolstói contenía toda una visión de la cultura, con su propia ética de responsabilidad social, de solidaridad con los oprimidos frente al poder autocrático:
La disidencia en la URSS representaba la veracidad, la realidad no expurgada y los valores éticos, frente a la realidad fantasiosa del realismo socialista y la falsedad omnipresente del discurso público soviético, con su negación añadida de la moral tradicional (un ingrediente explícitamente declarado, fundamental de hecho, en el avance del «desarrollo revolucionario» del régimen soviético.
En este sentido, el propio Solzhenitsyn es hijo de la política cultural estalinista de la década de 1930. Por eso también las obras «privadas» de Shostakóvich, llenas de melancolía, deses- peración y angustia (sus cuartetos de cuerda, sobre todo) son una parte tan orgánica de la cultura estalinista como sus gran- des obras «públicas» (en especial las sinfonías que se celebraron de manera oficial: la Quinta, la Séptima y la Undécima)
- Fragmento de El estalinismo revisado, o cómo Stalin salvó la humanidad del hombre de Slavoj Žižek.
- Citas de Stalin