Manifiesto

El futuro de un espectro: el Manifiesto contextual

Uriel Bonilla

China Miéville es conocido en nuestro país sobre todo como novelista de fantasía y ciencia ficción, premiado en múltiples ocasiones (British Fantasy, Locus, etc.). Su labor investigadora o política es menos notoria. Aparece ahora, tras la publicación en 2017 de Octubre, la historia de la Revolución rusa ―una historia novelada―, este intento de aquilatar el peso y el papel que un instrumento como el Manifiesto comunista pudiera jugar aún hoy, después de cerrado el ciclo histórico de aquella llama que incendió Rusia para recorrer el mundo.

Un espectro recorre el mundo: sobre el Manifiesto comunista pretende ser una introducción al trabajo de Marx y Engels que cubra aspectos históricos, sistemáticos y prospectivos (no en vano, el Manifiesto es una llamada urgente a la organización de la clase obrera para reclamar su futuro) y que no exija conocimientos previos. El volumen incluye la traducción anglosajona más prestigiosa ―la de Samuel Moore de 1888― que en su trasvase al español ha sido sustituida por la de Juanmari Madariaga (Akal, 2018, edición bilingüe); y también cuatro prefacios relevantes que abrigaron su publicación desde 1872 a 1888.

Desde nuestro presente, en el que reina ese «anticomunismo sin comunismo» denunciado por Richard Seymour, Miéville analizará la «forma manifiesto», donde se dan la mano antiguas consideraciones acerca de la relación entre la verdad y la manera de comunicarla, en donde la persuasión y la argumentación jugarán un ambiguo papel ―como desde la Grecia clásica― en la guerra entre la filosofía académica (Platón, pero también Aristóteles: amicus Plato, sed…), la sofística y la retórica. 

Toca, desde luego, contextualizar el escrito en su época, y estudiar el significado de algunas ideas, pero antes Miéville aventura que el auge irregular del panfleto pudiera tener que ver con la tensión y la crisis que recorre ciertas épocas, en las que el Manifiesto pone música a los sueños de la gente cuando aspira a la resistencia (Marshall Berman). Esto aplicaría a nuestro caso, con casi una veintena de ediciones vivas en papel solo en España. 

Entre todos estos tópicos nuevos y viejos sobre los que Miéville se explaya destaca la tesis de que Marx y Engels formulan una ética de la libertad como fin que justificaría al comunismo frente al insoportable sistema capitalista y su moral burguesa y, también, frente al descartado por inoperante moralismo de sus adversarios políticos (los comunistas utópicos, socialistas reaccionarios y reformistas de toda laya). 

Otro tópico actual es el del nacionalismo: nuestro autor se hace eco de las perspectivas que indican que el marxismo no ha sabido analizar correctamente ni el origen ni la pervivencia de este fenómeno (un cadáver muy fresco y activo hoy en día) aunque hay quien ha creído identificar en los textos de Marx y Engels, también en el Manifiesto, una sutil y rica teoría al respecto (Erica Benner). En este punto, Miéville recupera la perspectiva de Aijaz Ahmad para quien la burguesía siempre ha tenido una conexión profunda con su origen nacional y su Estado-nación. 

El apartado central lleva el muy significativo título de «Sobre la humildad», en donde se articula la crítica a los partidos comunistas tradicionales en cuanto a tales organizaciones políticas. Retoma la idea prístina de partido como autoorganización de la clase obrera (apoyándose en Hall Draper) y se pregunta sobre su efectiva necesidad, a la vista de su historia ambivalente. Se plantea también los métodos de arraigo de la política partidaria, cómo lograr que, además de ser verdadera, la línea política sea convincente (el epílogo consiste en un ejercicio de estilo en este sentido: «Un catecismo comunista [a partir de Engels]»), evitando en el camino la figura del elegido clarividente. Hay aquí una reivindicación del activismo frente a la militancia, y todo culmina con una idea de humildad que toca directamente al análisis del Manifiesto comunista como texto indispensable pero no sagrado. 

El corolario es una reivindicación del odio de clase ―sin venganza ni sadismo―, como odio estructural capaz de romper con la fascinación por el capitalismo, por esa joven burguesía, que late en el Manifiesto. Un preludio, un eco extravagante, del desesperado amor por la juventud que hoy nos arrastra en la roturación de nuevas formas de explotación. La tragedia y la farsa.

Uriel Bonilla es licenciado en Filosofía y profesor de enseñanza secundaria. 

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