Pascual Serrano
Para la mayoría de los lectores, Jack London (1876-1916) es el autor que nos llevó a conocer los buscadores de oro en Estados Unidos, la dureza de la vida del mar, el frío de Alaska o la lucha por la supervivencia de humanos y animales en esa región. Recordamos libros en los que el protagonista es un perro, como Colmillo Blanco o La llamada de la naturaleza, donde, a través del perro Buck, nos presenta la dura vida en los yacimientos de oro en el noroeste de Canadá y Alaska. Fue considerada por la crítica desde el primer momento de su publicación por la editorial Macmillan, en 1903, como una obra clásica de la literatura estadounidense. Su primera edición, de 10.000 ejemplares, se agotó en veinticuatro horas.
En otros, como El lobo de mar, combina la aventura con la introspección en la naturaleza humana confrontando dos personajes contrapuestos: el idealista, culto, esteta y refinadísimo intelectual Humphrey van Weyden, frente a Wolf Larsen, un tipo duro, un marino cuya única ley es la de su beneficio y que el viento le sea favorable en la caza de focas y sin una lágrima de escrúpulos, inspirado sin duda en alguno de los «lobos de mar» que London debió conocer en sus tiempos de marinero.
Pero existe una faceta de London mucho menos conocida por el gran público y que queremos recordar, el Jack London revolucionario, rebelde, insurgente. Hasta Netflix nos ofreció hace poco un connato de ese London crítico con la serie Los favoritos de Midas, inspirada en un cuento de Jack London que se publicó en 1901 con el título The Minions of Midas, traducido por Jorge Luis Borges al castellano bajo el título de Las muertes concéntricas. La adaptación del director Mateo Gil incorpora más tramas y personajes, así como lo trae a la actualidad. Como todas sus obras políticas estamos ante una reflexión sobre la naturaleza humana, las lucha de clases y los procesos con los que los desfavorecidos se enfrentan al poder y los poderosos oprimen.
Pero sigamos con los libros. Quizá el más emblemático del compromiso político de London sea El Talón de Hierro, ahora recién editado y con ilustraciones de David Ouro. Jack London aborda en 1908 la lucha de los obreros por liberarse como una historia de amor futurista y premonitoria, un formato que le sirve para denunciar la conformación de un cruel y sangriento sistema capitalista que siembra de muerte y miseria a los trabajadores de todo el mundo y en especial a los norteamericanos en la segunda década del siglo XX.
El Talón de Hierro es la biografía del revolucionario norteamericano Ernest Everhard, capturado y ejecutado en 1932 por haber tomado parte en una frustrada revolución obrera.
Según la novela, siete siglos después de su muerte, aparece un manuscrito de su esposa, Avis Everhard, quien relata un duro período turbulento de la historia caracterizado por la consolidación y advenimiento del Talón de Hierro, un poder económico y político sin precedentes en la humanidad que no dudaría en reprimir a sangre y fuego cualquier intento organizado de enfrentarlo en la defensa de los derechos de los trabajadores.
Según señala Javier Paniagua Fuentes, en su ‘Estudio preliminar’ de ‘El Talón de Hierro’, esta novela puede “ser calificada de literatura de anticipación, utopía o distopía. Su interés radica en el enfoque visionario de lo que ineludiblemente habrá de venir en un tiempo futuro, pero que él describe como un pasado ya superado que se hizo posible mediante una revolución, lo que le sirve para criticar el capitalismo imperante que aún tardará en desaparecer. Utiliza la técnica que Oscar Tacca señala sobre el narrador en el relato (Tacca, 1985), en la que apunta que a partir del siglo XVIII la novela tiende en muchos casos al secuestro del autor y para ello se emplea la fórmula de los «papeles encontrados» de la que se han servido muchos autores en la historia de la literatura, y, entre ellos, Cervantes en El Quijote. De esa manera se utilizan voces ficticias interpuestas que parecen dar a la narrativa un mayor realismo y verosimilitud, fingiendo que el libro ha sido escrito por quien ha vivido directamente los hechos (…)».
Otra obra emblemática de su compromiso político es Martin Eden. Ahí muchos ven una obra autobiográfica, en la medida en que trata la historia de un muchacho de origen humilde, marinero, que, por azar, termina acogido por una familia refinada y acomodada. El joven descubre un nuevo mundo del que le fascina la cultura, se obsesiona con aprender, con leer y, finalmente, con escribir hasta alcanzar el reconocimiento. Todo ello entre angustias, frustraciones y contradicciones de clase. Hace cinco año fue llevada al cine por el director italiano Pietro Marcello. Sigo recomendando la novela.
Insistimos en destacar ese Jack London político que el éxito de sus libros de aventuras ha terminado por ocultarlo. Como señala Javier Paniagua, «London es, de alguna manera, un Zola norteamericano que supo identificarse con las clases populares con un lenguaje asequible y ameno”. Con sus 20 novelas, 18 colecciones de cuentos y sus más de 150 artículos, escritores reconocidos como Steinbeck, Hemingway o Kerouac lo consideraron un clásico de la literatura estadounidense.
Respondía todas las cartas que le remitían y se despedía con un «Tuyo por la Revolución». Fue un icono para muchas generaciones, prototipo de escritor rebelde que luchaba por una sociedad socialista y que no se cansaba de impartir conferencias sobre el socialismo venidero
Cuenta en sus memorias la compañera de Lenin, N. K. Kruspskaya, que el líder de la revolución soviética murió mientras leía una obra de London, El amor a la vida.
Nosotros proponemos vivir leyéndolo.