Ya existía en el inicio. Todo se ha hecho por Él y sin Él no se ha hecho nada de cuanto existe. No se hizo carne, pero sí habita entre nosotros. Es el Sistema. Eterno en su absoluta perfección, alfa y omega, no tiene principio ni final. Existe más allá del tiempo. Trascendente, ajeno a cualquier contingencia, el Sistema simplemente es.
La diestra del Sistema es poderosa, y no tiembla a la hora de mandar a sus ejércitos para que aplasten a quienes, presos de ciega soberbia, osen poner en duda su existencia. En su nombre se hacen guerras, se condena a millones al hambre y la miseria, se sobreexplotan los recursos, se agostan campos y mares; exige continuos sacrificios, y cada vez son más los inmolados. Sin duda no es agradable, pero no hay más remedio que aceptarlo, pues sólo así puede perdurar, y su supervivencia es la nuestra; el paraíso nunca ha sido amante de las multitudes.
El Sistema ordena, nosotros acatamos. A cambio, en su magnanimidad, nos protege y nos ofrece un bienestar que sólo algunos resentidos se atreven a calificar de falso y engañoso. Es cierto que vivimos atenazados ante la amenaza de la expulsión, pero siempre es más fácil asumir sus mandatos sabiendo que, por el momento, a nosotros no nos afecta.
No obstante, hay quienes no están conformes. Resulta difícil creerlo, lo sé, pero así es: en los márgenes del Sistema habitan seres inicuos que, en su rencor, están contra Él. Son los antisistema.
El Sistema es abstracto; en su absoluta perfección, es irrepresentable. Aunque son muchos los que hablan en su nombre, nadie lo ha visto; no tiene rostro ni forma, pero eso carece de importancia, pues es bien sabido que el mérito lo tienen quienes, sin ver, creen. Los antisistema, por el contrario, son bien tangibles, y no resulta difícil reconocerlos (y, por tanto, combatirlos): su credo es la violencia; su hábitat, el caos. No creáis a quienes dicen disentir pacíficamente y predican que hay otros mundos posibles; es mentira: más allá del Sistema no cabe pensar nada; es el ámbito de la no vida, de la iniquidad, de la irracionalidad, de la anarquía.
El Sistema, el Sistema… El Sistema es la coartada de los poderosos para ocultar cómo manejan el mundo a su antojo, pero también la excusa a la que recurrimos para no asumir el mando de nuestro propio destino. Tras la muerte de Dios, se apresuró a ocupar su lugar para no dejar huérfanas a sus criaturas. Tal vez vaya siendo hora de que empecemos a levantar su acta de defunción.