Europa se encuentra inmersa en una guerra profundamente contraria a sus intereses y autodestructiva, a pesar de que sus promotores llevan al menos treinta años vendiéndonos una Unión cada vez más profunda que, gracias al euro, iba a convertirse en una potencia autónoma, un contrapeso a los gigantes que son China y Estados Unidos. La Unión Europea ha desaparecido detrás de la OTAN, ahora más sumisa que nunca a Estados Unidos. Como he dicho, el eje Berlín-París ha sido suplantado por un eje Londres-Varsovia-Kiev dirigido desde Washington, reforzado por los países escandinavos y bálticos, que se han convertido en satélites directos de la Casa Blanca o del Pentágono.
La inicial reacción de temor de los europeos ante la invasión de Ucrania fue totalmente comprensible. Para todos los implicados, la vuelta a la guerra supuso una gran conmoción; y para los dirigentes rusos, la decisión de recurrir a las armas tuvo un carácter dramático que debemos comprender, no para absolverlos, sino para evaluar mejor sus decisiones posteriores y anticipar sus acciones futuras. En Europa occidental, miles de políticos, periodistas y académicos, acostumbrados a vivir en un entorno endogámico, profesaban en aquel momento una paz perpetua neokantiana; se habían convertido en espectadores más que en actores de la Historia real, de la que forma parte la guerra; peor aún, recorrían la Historia como turistas, empeñados en construir Europa con palabras, llenando a sus pueblos de humo, como si estuviesen jugando al Monopoly una tarde de vacaciones. La irrupción de la realidad les provocó de inmediato una reacción absurda, que pensaron que les evitaría la guerra, cuando lo que hizo fue lo contrario, hundirles en ella, ampliándola. No tenían duda alguna de que las sanciones occidentales pondrían a Rusia de rodillas. La complacencia de nuestras elites, que se extiende al sistema social que encarnan, era sincera […]
La naturaleza autodestructiva de las sanciones se tradujo rápidamente en un aumento generalizado de las tasas de inflación, que no tuvo contrapartida en Rusia y que también fue menor en Estados Unidos. Que estos dirigentes se negaran a tener en cuenta la dependencia energética de nuestro continente revela en ellos una nada desdeñable tranquilidad de espíritu oligárquica y liberal. Son los más débiles los que sufren la inflación, en este caso una subida de precios de una magnitud sin precedentes desde finales de los años cuarenta del pasado siglo. Una inflación de guerra. Pero si consideramos que la naturaleza de nuestro sistema social es intrínsicamente no igualitaria, y cada vez más, no debería sorprendernos. […]
Desde la invasión rusa de Ucrania, Estados Unidos reina por defecto, y también gracias a un ardid tecnológico de la historia. Es preciso examinar en detalle dos aspectos del suicidio europeo. En primer lugar, la renuncia al poder por parte del gigante alemán y, en segundo lugar, la renuncia a la libertad por las elites europeas en su conjunto. El caso alemán nos remitirá a la antropología, mientras que el de las elites europeas nos llevará a explorar el mecanismo de control de los individuos que ha engendrado la globalización financiera.
Este extracto pertenece al capitulo 5 del libro ‘La derrota de Occidente’ de Emmanuel Todd