No es noticia el elevado número de desempleados en nuestro país (y en Europa). Tampoco es una novedad que las últimas reformas laborales y el sistema capitalista han generado una situación laboral precaria en la que los jóvenes entran cada vez menos jóvenes cuando consiguen un trabajo (aceptando cualquier tipo de condiciones leonina con tal de poder iniciar su vida laboral) y los más mayores temen engrosar la cifra del paro (y por ello están dispuestos a asumir cualquier sacrificio, reducción de salario, ampliación de jornada).
Los más cínicos nos invitaran a acudir a los sindicatos, pero la capacidad de negociación colectiva se ha visto claramente amenazada: el movimiento sindical no es lo que era y las reformas laborales han barrido hacia el lado de la patronal. Tanto es así que el discurso hegemónico nos muestra que el individuo tiene más fuerza que la colectividad para defender sus propios intereses.
Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí?, ¿cómo se hatransformado el trabajo y nuestra relación con él?
Gran parte de la configuración actual del trabajo tiene origen en el taylorismo y la medición de tiempos de producción, el fordismo y la cadena de montaje y el keynesianismo y la intervención del Estado para equilibrar las nuevas relaciones sociales generadas por la racionalización del entorno laboral y sus consecuencias. Estos tres procesos son analizados y explicados detalladamente por Benjamin Coriat en El taller y el cronómetro. Pero si queremos profundizar y alejarnos del pasado más reciente, resulta necesario acudir al último cuarto del siglo xvii de la mano de Fernando Díez Rodríguez y su Homo faber. Esta historia intelectual del trabajo que llega hasta el final de la Segunda Guerra Mundial muestra las polémicas y los conflictos que han surgido en torno al trabajo.
Solo contextualizando la situación actual, comprendiendo el problema en su historicidad y sus contradicciones esenciales, podremos encontrar respuesta a la pregunta sobre qué hacemos con el trabajo.