Estados Unidos 2024

Elecciones en Estados Unidos: el baile de máscaras imperial

Helena Villar

El pasado jueves 3 de octubre, a prácticamente un mes de la celebración de las elecciones presidenciales estadounidenses, la vicepresidenta demócrata Kamala Harris hizo una parada de campaña en Ripon, Wisconsin. El acto, a simple vista, podría haber sido uno más de la apretada agenda electoral de la candidata. Sin embargo, los carteles que la rodeaban llevaban un lema singular, “el país por encima del partido”; y, a su discurso, se le unió la ex representante republicana Liz Cheney. 

“Les digo que nunca he votado por un demócrata, pero este año, con orgullo, estoy emitiendo mi voto por la vicepresidenta Kamala Harris”, dijo Cheney a la multitud. Es difícil concluir si dicha decisión se debe a un sentimiento auténtico o simplemente a una ‘vendetta’ personal por haber perdido catastróficamente unas primarias republicanas en 2022 frente a un rival respaldado por Donald Trump. No obstante, la aparición de Cheney junto a Harris es reveladora sobre el estado actual que atraviesa el país norteamericano.

En ese mismo mitin, la vicepresidenta demócrata dijo lo siguiente: “Quiero agradecerle a tu padre, el vicepresidente Dick Cheney, su apoyo y también por todo lo que hizo para servir a nuestro país. Cada apoyo cuenta y este es muy importante”. Harris elogiaba de este modo a quien históricamente se conoce como el vicepresidente más “poderoso” de Estados Unidos, en un momento en el que dicho país cometió algunos de los crímenes imperialistas más infames. Consejero de primer orden en política energética, exterior y de seguridad nacional, gozó de la plena confianza del ex presidente George W. Bush, convirtiéndose así en uno de los  principales proponentes de la guerra contra Irak, incluso sin el respaldo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, utilizando el bulo de las armas de destrucción masiva. 

Cheney fue uno de los artífices de la llamada “guerra contra el terror” que, según la Universidad de Brown, en dos décadas dejó alrededor de 900.000 muertos. Su paso por el poder fue tan nefasto que, pese a que buena parte de las consecuencias mundiales que provocó su desempeño no se conocerían hasta años o décadas después, Cheney abandonó su cargo de vicepresidente con una tasa favorable de tan sólo el 13%.

Comparado popularmente con ‘Darth Vader’ y perfilado magistralmente en la película ‘Vice’ (un film que recomiendo encarecidamente), Cheney no sólo es un criminal de guerra para medio mundo y para buena parte de los ciudadanos de su país, sino que, además, es un conocido corrupto. Antes de acceder a la vicepresidencia, Cheney dirigió la compañía petrolera Halliburton. Tras la invasión de Irak, dicha empresa fue acusada de vender combustible con sobreprecio a las propias tropas estadounidenses y dos de sus empleados de aceptar sobornos millonarios de compañías kuwaitíes para favorecerlas en los contratos de reconstrucción del país, entre otros escándalos. La propia agencia anticorrupción de Nigeria llegó a presentar cargos contra Dick Cheney por formar parte de un supuesto plan para sobornar a funcionarios durante la década de los 90 para obtener ciertos contratos.

Las tropelías de uno de los personajes más siniestros del partido republicano estadounidense son prácticamente incontables. Sin embargo, la candidata demócrata a la presidencia ha decidido utilizar su apoyo manifiesto para pedirle a la ciudadanía que la convierta en la nueva inquilina de la Casa Blanca. No es el único. Otros históricos ‘neocons’ del pretendido bando contrario, como el fiscal general también durante la era George W. Bush, han anunciado su voto por Kamala Harris. Lejos de marcar distancias, ella les da la bienvenida. Ya sea torpeza, ansia por rascar votos tradicionalmente republicanos o directamente revisionismo histórico, el intercambio de partidos y agasajos a los elementos más criminales y beligerantes de la historia reciente estadounidense es un claro síntoma de la rendición prácticamente total del panorama político del país al imperialismo sin fin. 

“Siempre vamos a tener que involucrarnos [en Oriente Medio]. Tal vez sea parte de nuestro carácter nacional, ya sabes que nos gusta tener estos problemas bien envueltos, ponerles un lazo. Despliegas una fuerza, ganas la guerra y el problema desaparece. Pero no funciona así en Oriente Medio. Nunca ha funcionado así, y no es probable que lo haga mientras yo viva”. Estas afirmaciones fueron pronunciadas por el propio Cheney ya en el año 2007. 

Sólo dos días antes del acto celebrado por Harris junto a la hija del ex vice presidente, Irán lanzaba unos 200 misiles balísticos contra Israel como respuesta, entre otros, a la masacre de Tel Aviv en Gaza, la invasión de El Líbano o los asesinatos del líder del movimiento palestino Hamás y el del grupo chiita libanés Hezbolá. Horas más tarde, los compañeros de fórmula de los candidatos a la presidencia se batían cara a cara en un debate televisado. Ya en la primera pregunta, ambos expresaban su compromiso inquebrantable a apoyar a su aliado en la región, sin importar las acusaciones de genocidio o el peligroso arrastre mundial a una nueva gran guerra. A un segundo plano pasaban los miles de trabajadores estadounidenses en huelga o los más de 200 muertos y centenares de desaparecidos tras la enorme devastación causada por el huracán Helene. Mientras, en sus casas, millones de ‘esclavos unidos’ escuchaban a uno y a otro sin otra elección, más allá de terceros partidos permanentemente boicoteados por un sistema electoral que, tal y como detallo en mi libro “Esclavos Unidos. La otra cara del American Dream”, está diseñado para blindar a rojos y azules. 

El baile de burros y elefantes es tan sólo un carnaval de máscaras. Debajo, sólo hay fieles servidores del hegemón.

Helena Villar es periodista. Autora del libro “Esclavos Unidos. La otra cara del American Dream”

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