Antes de hacer la maleta para viajar al pasado tienes que tener claras algunas cosas. Ya sabemos que la emoción de caminar por las calles de la Roma imperial puede hacer a uno perder la cabeza, pero no os recomendamos que acabéis luchando por vuestra vida en el Coliseo sólo por una palabra dicha a destiempo. Para que disfrutéis al máximo se hace inevitable la lectura de La antigua Roma por cinco denarios al día, la guía que os mostrará las maravillas para una breve estancia en el 200 d.C. Una de las primeras advertencias de Philip Matyzsak es que los romanos tienen por costumbre indagar todo lo posible sobre los forasteros. Por ello, os aconsejamos que elijáis bien un nombre y una “identidad”, no vaya a ser que os tachen de locos cuando aseguréis que procedéis de un futuro lejano.
Por lo general los varones romanos tienen tres o cuatro nombres y las mujeres sólo uno. El primer nombre de un romano (praenomen) es, como norma, para uso exclusivo de sus amigos íntimos y de su familia. Por ejemplo, Julio César, Augusto y Calígula compartían el nombre, Cayo (para complicar las cosas, la versión latina del nombre Cayo es Gaius, pero suele abreviarse como “C”, por lo que el nombre Gaius Julius Caesar se abrevia como C. Julius Caesar).
El nombre intermedio es el de la gens o clan. Estos clanes pueden ser muy extensos, y dos personas llamadas Julio pueden tener tanto que ver como dos que se llamen McDonalds en el siglo XXI. Dado que el primer niño varón suele recibir el nombre de su padre (por ejemplo, el hijo de Tito Labieno será bautizado Tito Labieno), los romanos tienden a añadir un apodo al final del nombre para evitar confusiones. A menudo estos apodos se basan en una característica personal de la persona. Por ejemplo, Estrabón (ojos entrecerrados), Félix (afortunado), Póstumo (nacido tras la muerte de su padre) y César (de pelo rizado). Desafortunamente, estos apodos también se heredan, por lo que tratar de identificar a un Apio Claudio Pulcro (guapo) puede ser difícil porque habrá varias generaciones entre las que escoger.
Los hijos adoptivos colocan el sufijo “-anus” tras su nombre (en latín, anus significa ‘viejo’, especialmente para referirse a las mujeres). Por ejemplo, Augusto era llamado Octaviano (Octavianus) antes de convertirse en emperador. Provenía de la familia Octavia y, al ser adoptado por Julio César, su nombre debía haber sido César Octaviano (aunque él insistía en que se le llamase sólo César).
Las mujeres sólo tienen un nombre, tomado de la gens de su padre. El nombre de la hija de Julio César sería Julia, la hija de Claudio sería Claudia y la hija de Cornelio Escipión sería Cornelia. No parece que los romanos, por lo general tan lógicos, llegaran nunca a darse cuenta de que este sistema tenía un ligero fallo. No sólo le daba a algunas señoras un nombre poco atractivo (la hija de Catón se llamaba Porcia), sino que todas las hijas de un matrimonio tenían el mismo nombre, obligando a utilizar apodos como Calpurnia la Mayor, Calpurnia la Menor, Bebé Calpurnia, Calpurnia Primera, Calpurnia Segunda, etcétera.
En el caso de que una lectora se aventure y viaje en el tiempo como le proponemos, no la tendrá muy complicado para escoger su nombre. Pero en el caso de los hombres, no estará de más ofrecerles una pequeña ayuda. Les dejamos una lista de praenomina:
A. | Aulo | M. | Marco |
Ap. | Apio | P. | Publio |
C. | Cayo | Pro. | Próculo |
Cn. | Cneo | Q. | Quinto |
D. | Décimo | Ser. | Servio |
K. | Caeso | Sex. | Sexto |
L. | Lucio | Sp. | Spurio |
Mam. | Mamercio | T. | Tito |
M’. | Manio | Ti. | Tiberio |
De gustibus non est disputandum.