Un museo holandés halló este 16 de febrero la primera traducción al castellano hasta ahora conocida de Elogio de la estupidez que, según las primeras conclusiones, data del siglo XVII. Un descubrimiento que confirma las especulaciones de tempranas traducciones al español de la obra, por ejemplo a través de alusiones en el Quijote o en Lazarillo de Tormes, y nunca antes se habían encontrado pruebas de su existencia.
“El descubrimiento es espectacular porque Elogio de la estupidez y otras obras de Erasmo de Rotterdam fueron colocadas en la lista de títulos prohibidos de la Inquisición española en 1559”, comentaron fuentes del Museo Histórico Judío de Amsterdam donde los hispanistas Harm den Boer y Jorge Ledo (ambos investigadores de la Universidad de Basilea) encontraron este ejemplar. Curiosamente el manuscrito estaba nombrado en el catálogo de la biblioteca, pero hasta ahora no se había descubierto que se trataba de una de las primeras traducciones al español.
Este hallazgo vuelve a dar vida a una obra que en 2011 cumplió 500 años. En Stultitae Laus el lector encontrará una crítica mordaz de los defectos y vicios que marcaron la sociedad del Renacimiento. Haciendo uso y alarde de una inmensa erudición y un finísimo sentido del humor, Erasmo de Rotterdam consigue destapar la caja de los truenos e involucrar a todos los estamentos y gremios de la corrupta y envilecida Europa del momento.
A pesar de esta crítica social, en esencia se trata de un ensayo que ensalza los verdaderos ideales cristianos. De hecho, el propio Papa León X declaró que la obra era muy. Erasmo de Rotterdam siempre hizo una defensa de su fe cristiana como bien se manifiesta en su biografía, por ejemplo con el proyecto del Colegio Trilingüe o sus enfrentamientos con los luteranos.
Aprovechando este descubrimiento queremos devolver a la memoria el merecido homenaje que se merece Erasmo de Rotterdam. Por ello, citamos las últimas líneas del breve autorretrato biográfico que se puede leer en el estudio preliminar de Elogio de la estupidez (Ediciones Akal, 2011):
Su salud fue siempre delicada, por lo que con frecuencia padecía de fiebres, sobre todo en tiempo de Cuaresma por tener que comer pescado, cuyo solo olor solía disgustarle. Su temperamento era cándido y detestaba tanto la mentira que de pequeño odiaba a los niños mentirosos y, ya de viejo, con sólo verlos se le ponía mal cuerpo. Entre sus amigos hablaba con total franqueza, a veces más de lo justo. Y aunque a menudo se vio engañado, no era capaz, sin embargo, de desconfiar de sus amigos. Era algo redicho y jamás escribió nada que le complaciese; ni siquiera estaba contento con su propia cara y a duras penas las súplicas de sus amigos lo forzaron a dejarse pintar. Despreció con pertinacia los honores y riquezas, y nada había para él más importante que tener tiempo para sus cosas y libertad. Juez benévolo con los conocimientos de otros, habría sido un mecenas sin igual con gente de talento, de habérselo permitido su fortuna. Nadie apoyó más el desarrollo de los estudios clásicos y por ese motivo tuvo que soportar un terrible encono de parte de los bárbaros y de los monjes. Había llegado a los cincuenta años sin atacar a nadie y sin que ninguna pluma lo atacase a él, y se había propuesto mantener su pluma absolutamente intacta de sangre. El primero en atacarle fue Jacques Lefèvre, porque los intentos de Dorp quedaron sofocados. En sus réplicas siempre era especialmente correcto. El escándalo que montó Lutero le había acarreado unas antipatías insufribles. En su afán de hacer lo mejor por ambos bandos, consiguió ser maltratado por unos y por otros.