Fragmento de El enigma del capital
Durante más de tres siglos el sistema capitalista ha dominado y configurado la sociedad occidental, sufriendo implosiones periódicas en las que pueblos y personas quedaban expuestos a perderlo todo. En este lúcido ensayo el profesor David Harvey recurre a su conocimiento sin rival del capitalismo para preguntarse cómo y por qué puede ser así, y si debe seguir siendo así para siempre.
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En tiempos de crisis queda más clara para todos la irracionalidad del capitalismo. Existen excedentes de capital y de mano de obra que aparentemente no hay forma de conjuntar, en medio de un inmenso sufrimiento humano y de infinitas necesidades no satisfechas. A mediados del verano de 2009, una tercera parte de los bienes de equipo (instalaciones, maquinaria, etc.) en Estados Unidos estaban ociosos, mientras que el 17 por 100 de la fuerza de trabajo estaba formada por desempleados, trabajadores a tiempo parcial o “desanimados” que habían renunciado a buscar empleo. ¿Podría haber algo más irracional? Para que la acumulación de capital vuelva al 3 por 100 de crecimiento compuesto, se requiere una nueva base que permita mayor obtención de beneficios y la absorción del excedente.
En el pasado esto se hacía, irracionalmente, destruyendo los logros de eras precedentes mediante la guerra, la devaluación de los activos, la degradación de la capacidad productiva, el abandono y otras formas de “destrucción creativa”, cuyos efectos no sólo se dejan sentir en el mundo de la producción e intercambio de mercancías, sino que las vidas humanas se ven perturbadas e incluso físicamente destruidas, los logros profesionales de toda una vida puesto en peligro, las creencias más profundas impugnadas, las psiques heridas y el respeto por la dignidad humana olvidado. La destrucción creativa afecta igualmente a lo bueno y lo malo, lo excelso y lo repugnante. Las crisis, podemos concluir, son los racionalizadores irracionales de un sistema irracional.
¿Puede sobrevivir el capitalismo al presente trauma? Sí, por supuesto, pero ¿a costa de qué? Esta pregunta encubre otra: ¿puede reproducir la clase capitalista su poder frente a tantas dificultades económicas, sociales, políticas, geopolíticas y ambientales? Una vez más, la respuesta es un tajante “Sí, puede”; pero eso requerirá que la mayoría de la gente ceda generosamente los frutos de su trabajo a los poderosos, que renuncia a muchos de sus derechos y valores duramente ganados, desde una vivienda más o menos digna hasta la pensión de jubilación, y acepte la desbordada degradación ambiental, por no hablar de la serie de “recortes” en su nivel de vida que significarán hambre para muchos de los que ya se debaten por sobrevivir en el último peldaño de la escalera. Para sofocar los inevitables disturbios, se requerirá algo más que un poco de represión política, violencia policial y control militarizado del Estado; también habrá desgarros y dislocamientos dolorosos, geográficos y sectoriales, entre quienes disfrutan del poder capitalista de clase. Si nos atenemos a la historia, la clase capitalista no puede mantener su poder sin cambiar su carácter y composición y sin modificar la trayectoria de la acumulación y desplazarla a nuevos espacios (como Asia oriental actualmente).