Geoffrey Parker | Europa en crisis, 1598-1648
Los archivos meteorológicos terrestres indican que el clima del mundo empezó a deteriorarse poco después de que, en la década de los cuarenta, se produjera una notable disminución en el número de manchas solares y auroras y en la intensidad de las coronas. Sin embargo, probablemente también se debió a una dramática serie de intensas erupciones volcánicas. Entre 1638 y 1643 se produjeron al menos doce importantes erupciones en el mundo, y todas ellas lanzaban a la atmósfera un velo de polvo que reducía la energía solar que llegaba a la tierra. (…)
Algunos académicos hablan de un «pequeño periodo glaciar» y, desde luego, los registros históricos y climatológicos denotan que hubo un clima más duro en el siglo XVII. También muestran un periodo especialmente severo durante la década de los cuarenta –momento en que hubo mayor incidencia de rebeliones y hambrunas–. Es cierto que los cambios registrados son pequeños, una disminución de entre uno y dos grados centígrados en las temperaturas estivales medias, pero una disminución de un grado reduce el periodo de crecimiento de las plantas tres o cuatro semanas, rebaja la altitud máxima a la que maduran las cosechas en unos 150 metros y disminuye la producción de los cultivos en las latitudes septentrionales hasta en un 15 por 100. Además, mientras que la mayoría de los granjeros de Europa occidental solían disponer de ocho o hasta nueve meses para el crecimiento de sus cultivos, sus homólogos rusos solo tenían cuatro (en la zona de Nóvgorod), cinco (en la zona de Moscú) o seis meses (en la zona de Kiev). En consecuencia, el impacto de un clima más frío, combinado con unos métodos agrícolas menos avanzados, fue mayor en la Europa más oriental y septentrional.
El pequeño periodo glaciar afectó a Europa con especial intensidad en el segundo cuarto del siglo XVII porque en ese momento había allí mucha más gente de la que había habido nunca. Entre 1450 y 1600, tal vez como consecuencia de un clima más benigno, la población de Europa podría haberse duplicado; desde luego, su economía tuvo una rápida expansión y para muchos mejoró la calidad de vida. Hubo más gente que contrajo matrimonio y la mayoría lo hizo antes. Muchas novias se casaban por primera vez en la adolescencia y tenían entre seis y siete hijos de media. Sin embargo, la mortalidad infantil seguía siendo elevada a principios de la Edad Moderna, por lo menos una cuarta parte de los niños morían en su primer año de vida y casi la mitad moría antes de los veinte años. Por lo tanto la población de Europa era sensiblemente «más joven» que la de hoy. En palabras de un estadista de la época: «hay casi tanta gente de menos de veinte años como de más de veinte».
A mediados del siglo XVII, el crecimiento demográfico se detuvo y en algunas zonas disminuyó. En parte, esto era consecuencia de la reducida producción de las cosechas causada por el endurecimiento del clima. Entre dos tercios y tres cuartos de los ingresos de las familias pobres en la Europa de principios de la Edad Moderna se dedicaban normalmente a la compra de pan, la fuente de calorías más barata (por lo general se podían comprar casi cinco kilogramos de pan por el precio de medio kilo de carne). Cuando fallaba la cosecha de grano, el precio del pan se disparaba. Los contemporáneos calculaban que si la cosecha se reducía en un 30 por 100, el pan costaba más del doble; mientras que una reducción del 50 por 100 quintuplicaba su precio. A esto hay que añadir que el poder adquisitivo de mucha gente disminuía cuando subían los precios de la comida, porque ahora la mayor parte de los ingresos de la familia se usaban para comprar pan. Esto, por su parte, hizo que la demanda de bienes manufacturados cayera en picado y produjo el desempleo entre los artesanos que los fabricaban. El empleo rural también disminuyó, porque se necesitaban menos trabajadores para recolectar una cosecha pobre.
Esta combinación de aumento de precios y reducción de ingresos hizo que muchas parejas de Europa occidental aplazaran el matrimonio o renunciaran a casarse. Por una parte, las tasas de celibato se incrementaron en algunas zonas hasta alcanzar el 25 por 100 del total de la población; por otra parte, la media de edad de las novias aumentó sensiblemente –de las adolescentes de finales del siglo XVI a mujeres de veintisiete o veintiocho años en la primera mitad del siglo XVII–. Ambos fenómenos redujeron de forma significativa la tasa de natalidad, ya que todas las iglesias cristianas desaconsejaban rotundamente el sexo fuera del matrimonio, y la menopausia (tras la cual las mujeres raras veces pueden concebir) al parecer, en la Europa de principios de la Edad Moderna, solía llegar alrededor de los treinta y seis años. Las mujeres que se casaban a los veintiocho difícilmente podían dar a luz a seis o siete hijos antes de la menopausia, como habían hecho sus madres.
El hambre prolongada también debilitaba a la población, haciéndola vulnerable a enfermedades epidémicas como el tifus, la fiebre tifoidea, la disentería y especialmente la peste bubónica. Solo en Francia murieron casi un millón de personas por la peste en la epidemia de 1628-1631. Muchos murieron en 24 horas y la mitad murieron en 48 horas. Por lo tanto no resulta sorprendente que los rumores de la llegada de la peste causaran migraciones masivas, lo cual, a su vez, reducía la mano de obra disponible para recoger las cosechas. Por lo tanto, una epidemia podía interrumpir el suministro de comida y subir los precios de forma tan radical como una mala cosecha. En Ginebra, una ciudad de alrededor de 15.000 personas, la combinación de peste y hambruna que se produjo entre 1627 y 1630 hizo que tanto el precio del grano como el número de muertes se duplicaran.
El texto de esta entrada es un fragmento del libro “Europa en crisis, 1598-1648” de Geoffrey Parker
Europa en crisis, 1598-1648
En esta nueva edición revisada y actualizada de un libro clásico, Geoffrey Parker recurre a fuentes de toda Europa para proporcionar una exposición vibrante y fidedigna de la agitada primera mitad del siglo XVII. A lo largo de esos convulsos cincuenta años el continente disfrutó de apenas un año de paz; por el contrario, la revolución, la guerra civil y complejos conflictos internacionales llevaron a muchos estados al borde del colapso en la década de 1640.
El profesor Parker examina tres conflictos fundamentales: la desaforada pugna de la España de los Habsburgo con Francia y los Países Bajos; la rivalidad de Suecia, Dinamarca, Rusia y Polonia por el control del Báltico, y la confrontación entre los Habsburgo austriacos y sus súbditos que culminó en la gran contienda bélica de la época, la Guerra de los Treinta Años.