«Soy un intelectual. Me revienta que hagan de esa palabra un insulto: muchos tipos parecen creer que el vacío del cerebro los vuelve más viriles.» Simone de Beauvoir, «Los mandarines», 1954.
«Lo que sabemos es que la palabra es un poder y que, entre la corporación y la clase social, un grupo de personas se define bastante bien por lo siguiente: son las que detentan, en diverso grado, el lenguaje de la nación.» Roland Barthes, «Escritores y escribientes», 1960.
Durante los últimos cuarenta años, París ha sido el centro de publicación de muchas decenas de libros y artículos sobre la presencia y el lugar que les corresponde a los intelectuales. No voy a ser muy original al afirmar que en ninguna otra parte se han dedicado tantos libros a los intelectuales y a la intelligentsia. Ciertamente, el debate sobre los «intelectuales» no es una exclusividad francesa; uno puede hallar una plétora de investigaciones sobre el tema en otros países pero, en cantidad, la producción de cualquier otro lugar dista mucho de igualar la cosecha parisiense.
La tentación de encontrar la causa de este fenómeno en una especificidad francesa no es tarea sencilla. Muchos lo intentaron convocando circunstancias y factores surgidos de la filosofía política, de la ética, de la historia y de la sociología, pero sólo una pequeña minoría de esos trabajos llega a ser convincente. Una gran mayoría de investigadores y de comentadores han defendido la idea de que la era de los grandes intelectuales ha terminado y ha sido suplantada por la era de los currículos. Es posible que esta hipótesis esté bien fundada y me propongo reexaminarla.
Pero desde este mismo momento hay que admitir el halo de nostalgia que envuelve los largos funerales de los intelectuales clásicos. ¡Es que todos crecimos bajo la sombra inmensa de esos famosos «grandes»! Los más sensatos de nosotros tienen plena conciencia de que nuestra sombra será mucho más pequeña y transitoria. Hasta podría decirse, tal vez erradamente, que nosotros, los manieristas, hemos llegado al fin del Renacimiento, que tratamos vanamente de preservarlo, de imitarlo y hasta de volver a sumergirnos en él.
No estoy seguro de que, con este librito, esté contribuyendo verdaderamente a descifrar el doble enigma intelectual: especificidad de Francia y desaparición (supuesta) de los «grandes» intelectuales; pero, después de verme perseguido durante mucho tiempo por estas preguntas, he sentido la necesidad de organizar, para los lectores franceses, mis reflexiones fragmentadas, publicadas hasta ahora sobre todo en inglés y en hebreo. No ha sido mi intención redactar, en las páginas que siguen, una enésima historia de los intelectuales de Francia. ¡Ya contamos con suficientes, y realizadas por gente muy talentosa! Simplemente he querido proyectar algunos rayos de luz sobre ciertos periodos y algunas formas de discurso escogidas de esta breve historia particular.
Shlomo Sand
Shlomo Sand estudió Historia en la Universidad de Tel Aviv y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS, París). Actualmente es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Tel Aviv. Entre sus libros destacan Le XXe siècle à l’écran (2004), Les Mots et la terre: les intellectuels en Israël (2006), La invención del pueblo judío (Akal, 2011), así como la edición y presentación de una antología de textos de Ernest Renan titulada On the Nation and the Jewish People.
¿El fin del intelectual francés?. De Zola a Houellebecq
Ensayista e historiador incómodo y brillante, Shlomo Sand estudia, en esta nueva y controvertida obra, la historia y actualidad de la figura del intelectual francés, trazando un análisis cultural que ilumina la Francia del siglo XX.
Durante sus estudios en París y a lo largo de toda su vida, Shlomo Sand ha frecuentado a los «grandes pensadores franceses», cuyo milieu –el mundo intelectual de París y sus secretos– conoce íntimamente. Con todo este bagaje, el autor examina y desbroza parte de los mitos relacionados con la figura del «intelectual» que Francia se enorgullece de haber dado al mundo. Mezclando los recuerdos personales con el rigor analítico, revisita una historia que, desde el caso Dreyfus hasta después del dramático asalto a la redacción de Charlie Hebdo, se presenta como una decadencia de largo recorrido. De esta suerte, Sand, que en su juventud fue un gran admirador de figuras de talla universal como Sartre o Camus, se sorprende hoy día al ver cómo el intelectual parisino se encarna en las personalidades mediáticas de un Michel Houellebecq, un Eric Zemmour, un Alain Finkielkraut… Al final de una obra dura y sin concesiones, el autor se interroga en particular por la judeofobia e islamofobia de las «elites» que dominan la escena francesa, que contempla con mirada irónica y desengañada.