Periódicamente, los países que se han endeudado excesivamente se declaran en quiebra. Al resultar insolventes, son incapaces de abonar a sus acreedores los intereses y los correspondientes tramos de amortización de la deuda. Las reservas de divisas en poder de sus bancos centrales se agotan. Dichos países se consideran entonces «en suspensión de pagos».
En las Bolsas del mundo, sus obligaciones se desploman. No pueden contraer más préstamos. Tampoco pueden importar nada más. La crisis se instala en la economía, las exportaciones decaen, las divisas dejan de entrar y la tasa de paro se dispara. Las monedas nacionales se desploman.
En tema de deudas y de quiebras, son las respectivas legislaciones nacionales las que se encargan de establecer los procedimientos específicos a seguir. También ofrecen una multitud de soluciones, que van desde la moratoria sobre las deudas hasta la declaración de quiebra ordenada de la empresa (privilegiando a los empleados, etc.). No existe nada similar en el ámbito internacional, donde se produce un verdadero pulso entre los países deudores y los banqueros internacionales.
En los últimos decenios han surgido nuevos actores en este terreno: los fondos buitre, llamados así por su carácter rapaz y carroñero. Los fondos buitre son fondos de inversión especulativos, que se hallan registrados en paraísos fiscales y que se especializan en la compra de deuda, muy por debajo de su valor nominal, en el mercado secundario para así obtener los máximos beneficios posibles. Escapan a cualquier control público.
¿Cómo actúan los fondos buitre?
Los Estados que se encuentran sofocados por la deuda se ven obligados a negociar periódicamente una reducción de las obligaciones emitidas. En caso de producirse, esas negociaciones llevan, técnicamente, a la retirada de las obligaciones originales y a la puesta en circulación de nuevos títulos (nuevos créditos), denominados «reestructurados». El valor de los créditos puede de esta manera reducirse, por ejemplo, un 70%. En este caso, el banquero recibirá un nuevo título con un valor equivalente al 30% del crédito anterior. Sin embargo, los viejos títulos no desaparecen y siguen disponibles en el mercado secundario.
Los fondos buitre pertenecen a personas extremadamente ricas. Estos disponen de tesoros de guerra que ascienden a miles de millones de dólares. Ejercen su mando sobre batallones de abogados capaces de entablar procesos en los cinco continentes, durante diez o quince años si es necesario. ¿Cómo lo consiguen? Pues bien, compran las antiguas obligaciones en el mercado secundario a precios irrisorios. Luego atacan a los países deudores denunciándolos ante las jurisdicciones extranjeras para reclamar el reembolso de las deudas al 100% de su valor.
En 2015, 227 procesos iniciados por 26 fondos buitre seguían activos en 48 jurisdicciones diferentes contra 32 países deudores. El porcentaje de éxito conseguido por los fondos buitre en esos diez últimos años, entre 2005 y 2015, asciende al 77%. Las ganancias obtenidas durante este periodo oscilan entre el 33% y el 1.600%.
Las jurisdicciones británicas y estadounidenses son las más requeridas por los fondos buitre. Un estudio del Wall Street Journal demuestra que entre 1976 y 2010 un total de 120 procesos contra 26 países deudores han tenido lugar ante los tribunales de estos dos países. El 89% de ellos han terminado con una decisión favorable para los fondos buitre.
Los fondos buitre matan
Un ejemplo. En 2002 –como consecuencia de una terrible sequía−, decenas de miles de seres humanos murieron en Malawi a causa de una hambruna. De los 11 millones de habitantes del país, 7 se encontraban gravemente subalimentados. El Gobierno fue incapaz de asistir a las víctimas, debido a que unos meses antes se había visto obligado a vender en el mercado libre sus reservas de maíz (¡40.000 toneladas!) de la National Food Reserve Agency (NFRA). Previamente, Malawi había sido condenado por un tribunal británico al pago de decenas de millones de dólares a un fondo buitre…
El editorialista del Financial Times, Martin Wolf, no es precisamente un revolucionario. Sin embargo, escribe:
«It is unfair to the real vultures to name the holdouts such since at least the real vultures perform a valuable task!» («Denominar a estos fondos “buitres” es un insulto a los verdaderos buitres, puesto que ¡estos últimos al menos desempeñan un servicio útil!»).
Tiene razón: los buitres limpian los despojos de la carroña en las sabanas evitando de este modo que se extiendan epidemias…
Los propietarios de los fondos buitre se encuentran entre los predadores más terribles del sistema capitalista.
He aquí algunos de sus especímenes
Michael F. Sheehan, llamado Goldfinger por sus colegas de la City de Londres (en referencia al «malo», obsesionado por el oro, en las aventuras de James Bond), posee Donegal International, domiciliada en las Islas Vírgenes. En 1979, Zambia importa de Rumanía un total de 30 millones de dólares en equipos agrícolas. Sin embargo, en 1984 Zambia se declaró en suspensión de pagos. Donegal International entonces compró por 3 millones de dólares la deuda rumana y Goldfinger decidió introducir una demanda ante la justicia londinense pidiendo el pago de los 30 millones originarios. Una vez ganada la causa, hizo embargar por todo el mundo las exportaciones de cobre zambiano, los inmuebles propiedad del Gobierno zambiano, los camiones zambianos que entraban en Sudáfrica, etc. Finalmente, el Gobierno de Lusaka cedió. Tras llegar a un acuerdo extrajudicial, se comprometió a abonar 15,5 millones de dólares a Goldfinger.
Por su parte, Peter Grossman, propietario de FG Capital Management, registrado en el paraíso fiscal del estado de Delaware, puso de rodillas a la República Democrática del Congo. EnergoInvest era una empresa de la antigua Yugoslavia que proveia a la RDC (entonces conocida como Zaire) de equipos eléctricos destinados a la construcción de una presa sobre el río Congo. A finales de 1980, el Gobierno de Kinshasa suspendió sus pagos. Grossman compró entonces a EnergoInvest, en esa época propiedad del Gobierno de Bosnia, el conjunto de las deudas por un valor de 2,5 millones de dólares. Después presentó al Gobierno de Kinshasa la orden de pagar 100 millones de dólares. La Cámara de Comercio Internacional validó su crédito. Tras ello, Grossman hizo embargar por todo el mundo los cargamentos de minerales procedentes del Congo, las cuentas extranjeras de empresas congolesas, etcétera.
Cabeza redonda y calva, ojos de pez, miope, Paul Singer es el dueño de Elliot Management y de NML Capital, y posee una fortuna personal estimada en 17 mil millones de dólares. En 1996, una crisis económica sacudió Perú y los bancos quebraron. Singer compró sus distressed debts (deuda problemática o de alto riesgo) por 11 millones de dólares. Puesto que el Gobierno peruano había actuado como garante de la deuda de los bancos, Singer denunció al Gobierno de Lima en Nueva York. En 2000, obtuvo 58 millones de dólares de este Gobierno.
El texto de esta entrada es un fragmento del libro “Hay que cambiar el mundo” de Jean Ziegler
Hay que cambiar el mundo
Desde hace quince años, Jean Ziegler ha centrado sus esfuerzos en combatir la dictadura de las oligarquías del capital financiero globalizado. En el seno de las Naciones Unidas ha luchado por los parias de la Tierra, contra el hambre y la malnutrición, en favor de los derechos humanos del hombre y de la paz. Combates muy duros, que han contado con algunos éxitos importantes…, pero también con grandes decepciones.
Tales son los momentos que relata en este libro, desde un profundo conocimiento del terreno, de las maniobras entre bastidores, de las funestas y nocivas acciones de los depredadores del capital financiero globalizado, preocupados ante todo de maximizar sus beneficios.
Un implacable testimonio del sórdido juego de los poderosos de este mundo, con una pregunta crucial: ¿qué hay que hacer para que la utopía que concibieron Roosevelt y Churchill –una organización susceptible de regular los conflictos internacionales y de asegurar el mínimo vital a los pueblos del mundo– renazca del estado de parálisis en el que se encuentra?
Un libro demoledor en su crítica, amargo en la constatación de la actual postración de la ONU, aunque con un mensaje final que insufla ánimos para continuar y no bajar la guardia en la constante lucha por la libertad y la justicia.