Se podrá pensar que, a estas alturas, escribir sobre el dinero y el poder de la Iglesia en España es abordar temas trillados. Quizá por eso, el proyecto inicial de este nuevo libro de la colección A Fondo, Iglesia S. A. Dinero y poder de la multinacional vaticana en España, era recoger la información existente, ordenarla, actualizarla y darle sentido; sin embargo, el resultado obtenido ha superado todas nuestras previsiones. Su autor, el periodista Ángel Munárriz, ha realizado una exhaustiva profundización en los negocios de la Iglesia y su sistema de extorsión al Estado que no tiene precedentes en ningún trabajo periodístico y bibliográfico sobre este asunto.
Muchos lectores quizá conozcan a Ángel Munárriz por sus trabajos en Infolibre, donde, entre otros temas, escribe sobre la Iglesia y sus negocios (casi siempre realizados con el dinero de todos). Allí hemos leído magníficos reportajes que han sido un aperitivo del festín pantagruélico de detalles sobre los chanchullos eclesiales que supone este libro.
A lo largo de estas páginas descubrimos el negocio de las visitas a la catedral de Toledo de selectos grupos de 10 personas que incluyen un recorrido por estancias exclusivas, un concierto de órgano, los aperitivos de jamón ibérico, el menú de cochinillo deshuesado con crema de patata y carabinero con mollejas de cordero, tarta y vino por 9.000 euros. Conocemos las decenas de miles de inmatriculaciones que, de la noche a la mañana, pasaban a engordar el extenso catálogo patrimonial de la Iglesia –algunas de ellas, después, tuvieron que ser compradas por los mismos ayuntamientos a los que se las habían arrebatado–. Nos sorprendemos con el alquiler de sillas, ¡en la vía pública!, durante la Semana Santa de Sevilla, con el que las cofradías se embolsan más de tres millones y medio de euros. No damos crédito al enterarnos de que una caja de ahorros controlada por religiosos llegó a pagar dietas por asistir a misa. Visitamos la casa madrileña en la céntrica calle Bailén a la que se trasladó Rouco cuando dejó de ser arzobispo de Madrid, con sus 370 metros, dos religiosas para la asistencia doméstica y un sacerdote de secretario. Y examinamos los vínculos de un tercio de los consejeros de las empresas del IBEX con universidades católicas. Como decíamos, todo un banquete de informaciones que nos asombrarán.
Una particularidad española es la ligazón histórica de la Iglesia con el franquismo, el régimen del que ha obtenido los privilegios que hoy continúa defendiendo a capa y espada. La misma institución que recibía bajo palio al dictador es la que se hablaba que se podría prestar a acoger sus restos en una catedral de la capital del país. La misma que propone beatificar a las víctimas del bando golpista dificulta a los familiares el acceso a la verdad sobre los republicanos que yacen en las cunetas. Como señala Ángel Munárriz, «el olor a franquismo que queda en la España de hoy es olor a incienso».
Es curioso, la Iglesia ha conquistado para sus privilegios lo que los ciudadanos no hemos logrado para nuestros derechos sociales: pasar de la cita formal de su reconocimiento a la garantía de su cumplimiento en los presupuestos del Estado. Me explico. Nuestro derecho a la vivienda, nuestro derecho a la alimentación o nuestro derecho a salir del país no van asociados a que el Estado nos pague una casa, la cuenta del supermercado o un billete de avión; sin embargo, el derecho a recibir clases de Religión sí que va asociado a que el Estado pague todos esos profesores. De la misma manera, el derecho a la asistencia religiosa implica que el erario público se haga cargo de la nómina de un cura en la cárcel o en el hospital. No hemos logrado que el Estado garantice asistencia odontológica, pero sí religiosa.
Los privilegios de la delegación del Vaticano en España presentan la peculiaridad de ser apoyados por esa derecha que se dice tan patriota y defensora del libre mercado. A los guardianes del neoliberalismo no les molesta que la Iglesia intervenga en el mercado privado (inmobiliario, turístico o sanitario) desde la ventaja sobre la competencia que supone estar libre de casi todos los impuestos y controles fiscales. Tampoco a los patriotas les preocupa que el Estado vaticano logre un nivel de influencia sobre el Gobierno y las instituciones españolas que sería intolerable con cualquier otro país.
Otra de las características de la Iglesia que destaca Munárriz es su insistencia en presentarse siempre como víctima de las embestidas y persecuciones de los no creyentes. Es curioso, cuando algunos no nos queremos casar por la Iglesia, pretendemos divorciarnos de nuestra pareja si no funciona nuestra relación, interrumpir un embarazo no deseado o simplemente mantener a nuestros hijos al margen de un modelo educativo que enseña que venimos de Adán y de una costilla suya que se llamaba Eva, se nos acusa de ir en contra de la Iglesia y de la religión. Y eso sin que se nos haya ocurrido pedir a los demás que nos imiten o compartan nuestras acciones, y menos aún que sean obligados a ello. Son los jerarcas de la Iglesia que se dice perseguida quienes criminalizan a las mujeres que abortan y obligan al Estado a pagar la clase de Religión con dinero que sale de los bolsillos tanto de creyentes como de no creyentes. Es la misma jerarquía que ayer intentó evitar la legalización del divorcio y hoy se afana en evitar la legalización de la eutanasia, valiéndose para ello de la fuerza de una estructura sostenida con dinero público. Y, a pesar de todo, se presentan como víctimas de radicales laicistas, en un mensaje radiado sin descanso por medios de comunicación propios y afines.
Por eso es importante aclarar que no hay nada en este libro en contra de la religión, ni del catolicismo, ni de la Iglesia, ni, por supuesto, de los creyentes. El laicismo deja tan tranquila a la Iglesia como tranquilo quiere que la Iglesia deje al Estado y a los ciudadanos que no tienen intención de acercarse a la apostólica y romana. Ojalá la Iglesia respetase el dinero de los laicos igual y no se apropiase de los 11.000 millones anuales que, según Europa Laica, termina llevándose del Estado a través de las fórmulas más variadas. La Iglesia y sus múltiples entidades ingresan cada seis años la misma cantidad que suma el histórico rescate bancario que tanto nos escandalizó.
Este libro, además de la valiosa información que nos proporciona, alcanza conclusiones escalofriantes:
- 1) Que el objetivo de la Iglesia es la propia Iglesia. Es decir, seguir, permanecer, continuar, sobrevivir. Existir. Y para ello necesita, obligatoriamente, dinero y poder.
- 2) Que la Iglesia requiere un Estado social frágil para poder seguir siendo fuerte. Necesita un sistema educativo público incapaz de atender a todos los niños en condiciones aceptables para así ofrecer su red privada; necesita que haya desempleados o trabajadores sin ingresos mínimos para poder recoger dinero en su nombre y lograr que se le acerquen en busca de caridad; necesita que escaseen los albergues públicos para indigentes para poder así presentarse como hogar de los necesitados. En su modelo ideal no habría asistencia sanitaria universal y volverían a ser imprescindibles las monjas de la beneficencia.
- 3) Que, al igual que sucede con la Monarquía y otras instituciones ancestrales, para que pasen a la historia no es necesario combatirlas, basta con cerrarles el grifo del dinero público y que dejen de vivir de nuestro bolsillo.
- 4) Que sólo desactivando el Concordato heredado del franquismo podemos liberarnos de esa tenia parasitaria que es la Iglesia.
Es mucho lo que descubriremos en este libro. Quizá tras leerlo veremos con otros ojos a esos que dicen velar por nuestras almas en la muerte mientras manejan el poder y nuestro dinero en la vida. «(…) Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres», dice la Biblia (Juan 8, 30-36). Quizás, entonces, paradójicamente, las revelaciones de estas páginas sitúen a Iglesia S. A. más cerca de las enseñanzas de Jesús que los actos de muchos de sus representantes en la Tierra.
Pascual Serrano