Ilan Pappe: Si se reconociera que Israel es un Estado opresivo, los palestinos podrían empezar a ver la luz al final del túnel

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El tipo de opresión que se da en Israel y la situación política general de comienzos del siglo XXI indican la existencia de un ciclo creciente que podría acabar con el disimulo y la falsa inclusión de Israel en el marco de análisis de la democracia occidental. Este ciclo creciente está compuesto por una sucesión de medidas legislativas, todas ellas destinadas a proseguir con la opresión de la población palestina bajo el régimen estatal israelí.

La primera oleada fue la de 1948, que condujo a la negación por ley del derecho de los palestinos a poseer tierras, agua y a ejercer la compraventa, así como a la privación del derecho a la plena ciudadanía. A continuación, se practicó la discriminación en todos los aspectos de la vida, incluidas las prestaciones sociales, la educación y la protección ante los abusos de la ley, una discriminación que se practicaba de manera sistemática y eficaz pero que no contaba con el respaldo de la ley.

La segunda oleada consistió en la imposición de la Legislación de Emergencia en los territorios ocupados de Cisjordania y la Franja de Gaza en 1967, una serie de regulaciones que privaron de los derechos humanos y civiles fundamentales a los millones de personas que vivían en estas regiones. Comenzó con una operación de limpieza étnica que afectó a 300.000 palestinos y se completó con la creación del régimen opresivo que se ha mantenido hasta nuestros días. Todo esto se consiguió sin que se cuestionara la pertenencia de Israel al exclusivo club de las democracias.

La tercera oleada es la que revela los primeros síntomas de fatiga. Es la que ha afectado al Gran Jerusalén, un territorio que representa una tercera parte de Cisjordania, la región donde han vivido los palestinos que pueden convertirse en ciudadanos de Israel desde que se anexionó oficialmente en 1967. Una serie de regulaciones municipales y ordenanzas de desarrollo urbano han permitido la limpieza étnica de 200.000 palestinos que vivían allí, una operación que requería tiempo y que, en el momento en que escribo estas líneas, todavía sigue en marcha (se ha conseguido trasladar al 40 por 100 de esta población).

En 2001 se puso en marcha una cuarta oleada de legislación. Una serie de iniciativas parlamentarias propiciaron la elaboración de nuevas leyes discriminatorias, como la ley de «nación y de entrada en el país», que prohíbe cualquier reencuentro, sea cual sea el motivo, entre parejas o familias palestinas que vivan en lados diferentes de la Línea Verde. En la práctica, es una manera de evitar que cualquier palestino que haya permanecido «demasiado tiempo» en el extranjero regrese a su patria. Se han aprobado otras leyes que han institucionalizado la discriminación en el ámbito de los servicios sociales y la educación (por ejemplo, el derecho de los servicios secretos a decidir quién puede trabajar como director o como profesor en una escuela). Y, por último, hay otras leyes que equiparan la oposición a la judeidad del Estado con un acto de traición. Estas leyes no alteran la realidad, pero demuestran que el Estado puede dejar de representar la farsa de la democracia y lanzarse contra los palestinos con mayor libertad, estén donde estén.

Las repercusiones a corto plazo pueden ser catastróficas; no sería de extrañar que se produjera una escalada de la violencia contra los palestinos, estén donde estén, o que se apruebe una legislación aún más opresiva. Sin embargo, a la larga, es posible que, si el Estado de Israel sigue actuando de esta manera, Occidente le retire el escudo moral y político que le ha proporcionado hasta ahora. Si se mantiene este régimen opresivo, cabe la posibilidad de que Israel se «sudafricanice» o se «arabice» y, de esta manera, se le juzgará según unos criterios más estrictos. La elite tendría que tomarse mucho más en serio estas críticas culturales y económicas que las suaves reprimendas que recibe en la actualidad por pertenecer al club de las democracias. Israel podría convertirse de esta manera en un Estado paria y se podría poner fin al desahucio y a la ocupación. Es más, si Israel perdiera su condición de nación democrática, la resistencia palestina podría abrigar una esperanza de cambio y abandonar sus tácticas, que son el fruto de la ira y la desesperación, y que no han surgido únicamente en respuesta a la opresión real, sino a la hipocresía y a la falta de honestidad que ha mostrado desde el primer momento Occidente como intermediario en el conflicto. Si, por fin, se reconociera que Israel es un Estado opresivo, los palestinos podrían empezar a ver la luz al final del túnel del sufrimiento y el maltrato.

El texto de esta entrada es un fragmento del epílogo del libro “Los palestinos olvidados. Historia de los palestinos de Israel” de Ilan Pappe

 Los palestinos olvidados. Historia de los palestinos de Israel –  Ilan Pappe – Akal 

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