Querido Julio:
Nos cuesta asimilar que ya no estés entre nosotros. La noticia de tu fallecimiento ha caído como una bomba en Akal, tu editorial desde hace tantos años, desde que publicaste la Historia de la literatura fascista (que sigue levantando ampollas). Luego vendrían, junto a Bosque e Ynduráin, ese espléndido manual de Lengua y Literatura de Bachillerato, un elogio a la inteligencia en medio del páramo en que se empezaba a convertir el mundo de los libros de texto y que sigue siendo el referente en su campo; o tus ediciones de clásicos como La Celestina o, sobre todo, tu venerado Galdós (inolvidable el entusiasmo que pusiste en Fortunata); o tus traducciones, especialmente la de ese Drácula, tu pequeña pasión privada, que disfrutaste como un niño. Y en todo, siempre, ese espíritu crítico que supiste transmitir a tantas generaciones de alumnos y lectores.
Y, en lo personal (y sé que Ramón suscribe lo que voy a escribir), no puedo olvidar la generosa amistad con la que me obsequiaste desde el primer momento en que nos conocimos. Aunque, sin tú saberlo, yo ya te conocía de antes, de mucho antes, cuando un joven universitario descubrió, en tu maravillosa antología de la poesía crítica y satírica bajomedieval, que eran posibles otras maneras de contar las cosas.
Me tiemblan las manos en el teclado. Conocerte ha sido uno de esos escasos privilegios que de vez en cuando nos concede la vida. Tu ausencia duele, me pone un nudo en la garganta que me cuesta controlar, pero no hay vacío, porque nada ni nadie podrá borrar una huella, la tuya, que, en mi vida y en mi trabajo, me acompañará siempre.
Descansa en paz, maestro y amigo.
Jesús Espino Nuño
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