Quisiera comenzar con una pequeña historia publicada en un rincón perdido de un periódico español hace algunos años. Un día llegaron a España Sony Benedu, de veintiocho años, y su esposa Esther, de veinticuatro, acompañados de su hija Gift, de cuatro años. Eran de Sierra Leona e intentaron entrar en Europa en una patera que fue interceptada por las fuerzas de seguridad españolas. El juez les envió a un centro de internamiento de extranjeros en Málaga, donde estuvieron 20 días privados de libertad, para posteriormente decretar su expulsión. Al no tener España acuerdo de repatriación con Sierra Leona, al mes siguiente repatriaron en un vuelo regular a Nigeria a la mujer y a la niña, pero no al padre. A él lo deportan al día siguiente, también a Nigeria, ahora en un vuelo fletado con más inmigrantes. Al llegar al aeropuerto nigeriano de Lagos, Sony no encuentra ni a su esposa ni a su hija, ni siquiera sabe si están en esa ciudad. Cinco días después, el hombre seguía en el aeropuerto sin dinero, sin documentos y con su familia desaparecida. Probablemente, la madre y la niña tampoco tuvieran dinero ni documentación.
Sony y Esther eran solo una pareja en plena juventud que huía de la pobreza y buscaba lo mejor para su hija; ellas acabaron desaparecidas y la familia separada en un país desconocido e igual de pobre que el suyo. Como era de suponer, nunca nos llegaron más noticias de Sony, Esther y su hija Gift. No sabremos si ellas aparecieron o no, si se reencontró toda la familia o si no volvieron a verse nunca. No lo tenían fácil sin teléfono para contactarse, en un país pobre y extranjero, y todos ellos sin dinero. Solo serán tres inmigrantes «rescatados» por nuestras patrulleras de fronteras y a los que les aplicaron nuestras democráticas leyes. Yo me pregunto qué pensarán de esta historia el legislador que aprobó las normas de la repatriación, el policía que los capturó en su patera y el juez que decretó el internamiento y la expulsión.
Las acciones de los gobiernos europeos y sus funcionarios sobre los emigrantes conforman todo un rosario de historias de terror. En Bélgica se gestionó la deportación de la ecuatoriana Ana Cajamarca y su hija Angélica, que llevaban ya un mes en un centro de detención por no tener sus papeles en regla, a pesar de que vivían desde hacía cuatro años en el país. De modo que la niña, de once años, que habitaba desde hacía dos años en el mismo barrio e iba al mismo colegio, terminó encarcelada.
En Francia, por las mismas fechas, un niño ruso de doce años terminó en estado grave con daños cerebrales tras caerse desde un cuarto piso al intentar eludir a la policía. Su delito: encontrarse en situación irregular en Francia. Su familia llevaba cuatro años en el país, pero su petición de asilo fue rechazada. En otra ocasión, las organizaciones humanitarias localizaron a más de 500 inmigrantes abandonados a su suerte en el desierto del sur de Marruecos, en medio de la nada, donde no hay acceso a agua ni a alimentos. La policía marroquí les condujo en autobuses y camiones hasta esta zona tras ser expulsados por la Guardia Civil desde Ceuta y Melilla. Los inmigrantes presentaban contusiones por impacto de balas de goma y golpes recibidos por la policía marroquí y española y entre ellos había embarazadas y niños.
Pero, probablemente, las cifras más espeluznantes que nos permiten hablar de un nuevo holocausto ante nuestros ojos son las de muertos en su intento de alcanzar Europa. Como es de imaginar, no existen cifras precisas pero, según la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA), uno de cada tres cayucos que sale de África no llega a Europa. La red Migreurop estima que 16.000 personas murieron entre 1993 y 2012 intentando alcanzar las fronteras de la UE. Por su parte, la Organización Internacional de Migraciones (OIM) afirma que, solo tratando de llegar a las costas italianas, han muerto 20.000 personas. A todos ellos hay que sumar los que pierden la vida atravesando desiertos u otras tierras inhóspitas en condiciones miserables para llegar a la costa desde la que intentarán partir hacia Europa. Sin embargo, nuestros medios no dejan de citar asaltos e invasiones de inmigrantes. La realidad es que, desde el 1 de enero de 2013 al 1 de enero de 2014, según el Instituto Nacional de Estadística había 190.020 extranjeros menos empadronados en España. La principal invasión inmigrante es la de cadáveres sin identificar en nichos de cementerios andaluces y canarios. La Fiscalía de Berlín consideró que, durante los 28 años que existió el muro que separó las dos Alemanias, el saldo total de personas que murieron intentando atravesarlo fue de 270. Por su parte, el Centro de Estudios Históricos de Potsdam estima en 125 la cifra total de muertos en la zona del muro. Los presidentes de la República Democrática Alemana fueron procesados y encarcelados por las muertes de esas personas que intentaban entrar en la Alemania occidental. ¿Qué habría que hacer con los actuales gobernantes europeos tras decenas de miles de muertos intentando llegar a Europa?
El desprecio a la vida del emigrante continúa incluso cuando logran llegar a su destino. Persecución, encarcelamientos, racismo… Y esclavitud. Según la comisaria de Asuntos Interiores de la UE, en todo el territorio europeo podría haber más de 880.000 personas víctimas de diferentes formas de esclavitud.
Este libro de la colección A Fondo quiere combatir la insensibilidad que este drama –este holocausto, podríamos denominar atendiendo a los miles de muertos– despierta en las autoridades y en muchos ciudadanos europeos. Igualmente, desmontar algunos estereotipos de invasiones o amenazas que se están promoviendo entre la población respecto a la inmigración. Por último, denunciar que existen empresas europeas que, con la connivencia de gobiernos, están convirtiendo el drama y la muerte de la emigración en un negocio.
Nuestra autora, Susana Hidalgo, ha trabajado en el diario El País y en Público, donde fue redactora jefa de Sociedad. La temática social y humana ha sido una constante en todo su trabajo. En 2013 recibió el premio de Periodismo de Manos Unidas por un reportaje sobre los inmigrantes que sobreviven en el monte Gurugú (Marruecos) y en 2014 el premio Feafes de Periodismo por un reportaje sobre salud mental.
Pascual Serrano
El último holocausto europeo
Este libro es una crónica del funesto capítulo que está escribiendo Europa sobre la inmigración y de cómo el intento de conseguir una vida mejor por parte de los subsaharianos se ha convertido en el último holocausto europeo. En los últimos años más de 16.000 personas han muerto en el Mediterráneo cuando intentaban alcanzar Europa. El libro analiza los motivos que hacen que los inmigrantes se embarquen en un viaje de futuro incierto y por qué los gobiernos les niegan auxilio y enfocan la inmigración como si fuese la mayor amenaza para nuestro supuesto bienestar. De cómo el inmigrante ha quedado despojado de cualquier resquicio de derechos humanos. De cómo hacen negocio algunas empresas con el pretexto de la seguridad.
La autora recoge el testimonio de expertos en flujos migratorios, de activistas y trabajadores de ONG, pero, sobre todo, en el libro resuenan las voces de Ousmane, Amina, Mohammed o Conrado, quienes nos acercan a la dureza de la vida en el monte Gurugú o a las condiciones extremas de los Centros de Internamiento para Extranjeros.