Los principales representantes, o al menos más populares, de la ilustración escocesa, conocidísimo movimiento cultural del siglo xviii caracterizado por la destacada producción intelectual, científica que abrazó los preceptos humanistas y racionalistas de la Ilustración europea, sin duda alguna son David Hume y Adam Smith, sin olvidarnos de William Robertson, John Millar, Dugald Stewart y lord Kames, y el pensador al que hoy dedicamos esta entrada, Adam Ferguson. Todos ellos tienen un denominador común, a saber, tuvieron como principal objetivo el estudio de la sociedad de su época, que estaba inmersa en intensos cambios sociales y materiales, y alcanzaron conclusiones válidas para comprender la actualidad.
Ferguson no es, como algunos han considerado, un simple profesor que casualmente vivió en la época de Smith y de Hume, sino que es un pensador de la misma talla: alguien que discutió al mismo nivel con ellos, alguien que les apoyó en diversas ocasiones, incluso alguien que les ayudó a dar forma a algunas de las ideas o capaz de hacerlos frente con propuestas oportunas e innovadoras como las elaboradas en su Ensayo sobre la historia de la sociedad civil.
Ferguson adoptó un tipo de empirismo newtioniano y lo combinó con el método descriptivo e histórico de Montesquieu, lo que dio lugar a una propuesta sociológica original. Aplicó al campo de las ciencias sociales la metodología científica que había sido utilizada en el reino físico y procuró comprender la naturaleza o constitución de los hombres con base en leyes universales o primeros principios y la creencia en la uniformidad de la naturaleza humana. Se alejó del pensamiento contractualista característico del momento, pensamiento explotado por Rousseau o Hobbes al considerar que «el orden social nace del propio conflicto y de la oposición entre las partes» y que este es básico como elemento estructurador de la sociedad. Intentó, al igual que el resto de los ilustrados escoceses, demostrar que las instituciones sociales con elevados grados de complejidad no necesariamente eran el resultado de un designio institucional. Las estructuras sociales y políticas altamente complejas y con capacidad para integrar un cúmulo de datos concretos superior a lo que cerebro alguno puede aprehender solamente pueden ser el resultado de la combinación de fuerzas de carácter espontáneo:
«Como los vientos que provienen de donde nadie sabe y soplan donde quieren, las formas de la sociedad tienen un origen oscuro y remoto: surgieron, mucho antes del nacimiento de la filosofía, de los instintos más que de las especulaciones de los hombres. La raza humana está regida, en las instituciones y medidas que adopta, por las circunstancias en que se encuentra; y rara vez se desvía de su camino para seguir el proyecto de un solo hombre.»
Pero estas ideas no son solo los pilares básicos del pensamiento de Adam Ferguson: su innovador análisis crítico de la división del trabajo fue recuperado por Schiller, Hegel y los mismísimo Marx en El capital: el escocés veía la especialización en el comercio como uno de los rasgos más llamativos de las consecuencias no intencionadas de los actos humanos, o en sus palabras «La separación de las artes y de las profesiones abre las fuentes de la riqueza».