“La sangre de la virgen vertida para la salvación de la comunidad conlleva la negación de los sentimientos personales, sacrificados estos por una causa justa. Ifigenia está tratada como figura emblemática del sacrificio por la polis, ejemplo de la violencia ejercida sobre víctimas inocentes o del abuso del poder y su muerte […], tendrá en los textos clásicos una finalidad precisa: salvaguardar una ciudad, favorecer una guerra o ponerle fin a la misma. Pero, no obstante, también sirven Ifigenia y su trágico destino para subrayar la heroicidad del Atrida, que fue capaz de sacrificar a su hija por su patria, en pro de Grecia”
Si bien las cifras y estadísticas elaboradas por Institutos de Igualdad, organizaciones y asociaciones feministas revelan la magnitud del crimen contra las mujeres por violencia machista –feminicidio, según ha sido denominado por antropólogas como Marcela Lagarde–, el inventario de mujeres asesinadas y violadas proclamado incesantemente por las redes sociales y los medios de comunicación supone, inversamente, una manera de inscribir, normalizar y homologar lo extraordinario en una operación de cálculo. La violación y el asesinato se insertan en un «ritual» socio-mediático que transmite las noticias con el tono de voz y el mismo rango con que se recuentan las víctimas de un accidente de tráfico, de covid-19 o de un huracán, obviando las causas y razones estructurales de catástrofes que no son naturales, sino sociales, judiciales, ecológicas, políticas. Se propaga la imagen de las mujeres como «víctimas» indefensas frente al ejecutor (y sin duda lo son cuando lo propio de la víctima es la indefensión), y a quienes ni siquiera el Estado, la sociedad, el vecindario, la familia y la policía son capaces de proteger frente a la claustrofóbica estructura del ámbito doméstico, la incapacidad de las leyes, la impunidad de los agresores o la soledad de lugares no frecuentados. Se emite así un mensaje de límites –hasta aquí, por aquí, aquí no que, al ser cruzados por las mujeres, desencadenan la violencia. Y si bien ésta no es aceptada socialmente, es enunciada por los medios de comunicación como un fenómeno repetido y acumulativo que la «normaliza» en el engranaje de los números y del relato periodístico: «la víctima número treinta y seis en lo que va de año», «la mujer asesinada número quince en seis meses», «veintinueve mujeres violadas por manadas en un año», desgranando números y nombres en un monótono relato: trece, quince, veinte, treinta y seis. Tres minutos de silencio y la cuenta, implacable, prosigue hacia la asesinada número treinta y siete, muerta antes de pedir ayuda en el número telefónico recomendado para casos de agresión machista. El crimen se repite enhebrado velozmente en un patchwork de noticias, cada semana, cada mes, cada año. Estadísticas y medios de comunicación organizan el recuento aritmético de las víctimas, como si la cantidad informara de la debilidad femenina ante la potencia peligrosa y destructiva de la violencia física (y emocional) del varón, a quien se le han atribuido, por «naturaleza», unas características socialmente aceptadas (impetuosidad, fogosidad, ardor, cólera, vigor) que fundamentan su «hombría». El discurso de la potencia sexual y pasional masculina que ha legitimado la violación durante siglos, y justifica incluso jurídicamente al violador por lo que se considera pasividad y sumisión de la víctima, interpretada como consentimiento, es, afortunadamente, cada vez más impopular en la sociedad. Sin embargo, oculta aún el ancestral derecho sexual sobre la mujer que se arrogan las manadas, para quienes la violación implica la celebración de un juego de hombres, según enuncian los titulares en los medios de comunicación:
- Violación de 30 hombres a una niña de 16 años en Eilat, Israel.
- La brutal violación en grupo de la manada de Azuqueca: «Una manada de jóvenes violó a una niña de 12 años».
- La manada de Manresa: «Seis jóvenes extranjeros están acusados de abusar y agredir sexualmente a una menor de 14 años en la localidad catalana de Manresa, mientras que un séptimo era espectador del suceso».
- Presunta agresión sexual con seis investigados en Molins de Reis.
- Violación múltiple en el Carnaval de Vilanova.
- Manada de Oviedo: «Cuatro detenidos por una presunta violación en grupo con violencia en El Antiguo de Oviedo.”
- “Brutal violación de un grupo de rumanos a una niña española de 14 años en una fiesta ilegal en una nave industrial abandonada en San Fernando de Henares, en Madrid.”
Frente al escándalo y la indignación, las manifestaciones, manifiestos y protestas multitudinarias de una mayoría de mujeres y organizaciones feministas, y el rechazo de una gran parte de la sociedad, el crimen continúa y el mausoleo de la Historia acumula nuevas víctimas mientras redes sociales y televisiones anuncian la última de ellas antes de volver a desaparecer en el olvido de las pantallas. ¿La violencia se neutraliza en la repetición de lo mismo? El sociólogo Zygmunt Bauman lo describió así: «una catástrofe prolongada marca el sendero de su propia continuación relegando al olvido la conmoción y el horror que causó en sus inicios, con lo cual consume y debilita la solidaridad humana para con sus víctimas y socava la posibilidad de que se sumen fuerzas para evitar victimizaciones futuras». La obsesión por el cómputo y el recuento de cifras de personas asesinadas es una aberración administrativa de la modernidad técnica, cuya burocracia enmascara con números la magnitud brutal de una muerte ominosa sometida por el recuento: ciento veintitrés víctimas mortales en accidente de tráfico, doscientas setenta personas ahogadas, trece muertos y dieciocho heridos en un ataque terrorista en un mercado de Kabul, en una escuela de Minnesota, en el metro de Londres, Tokio, Madrid o Barcelona. Y digo aberración porque la Gestapo numeraba, documentaba y archivaba las personas –judías, gitanas, polacas, comunistas, socialistas– fusiladas en los pueblos de Polonia, Bulgaria, Rusia, Grecia o Rumanía, hombres y mujeres a quienes se desproveía de rostro y nombre: «treinta y un ucranianos comunistas fusilados, de los cuales veintiuno son hombres y diez mujeres», se lee en las interminables listas elaboradas por los funcionarios, inaugurando el memorándum criminal más siniestro de la historia. Y si bien es cierto que las cifras se erigen como monumentos sobrecogedores, también anonadan en su abstracción casi inhumana. Concebidas en su marca y cosificación, las personas son consideradas como incorpóreas, extrañas, antagónicas e incluso nimias.
- Este extracto pertenece a La mordaza de Ifigenia de Piedad Solans