La Revolución rusa descolló por una influencia transnacional que se diseminó en las diversas partes del globo y que se debió a factores que difirieron según el contexto geográfico. En muchos países colonizados intervino como un factor importante la defensa de Lenin del derecho de autodeterminación de los pueblos.
Desde esta perspectiva, la Unión Soviética se convirtió en un bastión y adalid internacional del antiimperialismo e influyó, en un rastro luego borrado, incluso en Jawaharlal Nehru, quien en su libro Soviet Russia (1928) celebró la Revolución de 1917 y reconoció seguir el ejemplo de Lenin. Algo semejante sucedió con Sun YatSen, quien desde China apeló a la Revolución bolchevique como modelo y se llegó a referir a Lenin en su discurso de despedida de 1924 como un santo (sheng-jen). Desde Cataluña, también Andreu Nin, en especial en su Els moviments d’emancipació nacional (1935), reivindicó el pensamiento de Marx y de Lenin, así como el ejemplo de la Unión Soviética, para justificar la causa de la autodeterminación. Lo mismo había hecho años antes Gueorgui Dimitrov, quien en Lenin y el movimiento obrero revolucionario de los Balcanes (1924) defendió que el modelo soviético, una unión federal sostenida en el principio de autodeterminación, debía ser aplicado a los Balcanes.
No debe extrañar que el revolucionario anticolonialista Ho Chi Minh loase el legado de Lenin en múltiples ocasiones a lo largo de su vida. Poco después del fallecimiento del revolucionario ruso, por ejemplo, escribió:
Hasta la Revolución de Octubre, las teorías socialistas eran observadas como teorías reservadas particularmente para los blancos, una nueva herramienta de engaño y explotación. Lenin abrió una nueva era, una verdaderamente revolucionaria, en varias colonias. Lenin fue el primer hombre que denunció con determinación todos los prejuicios contra los pueblos coloniales y que habían sido profundamente implantados en la mente de muchos trabajadores europeos y americanos. Las tesis de Lenin sobre la cuestión de las nacionalidades, aprobadas por el Comunismo Internacional, han provocado una revolución de suma importancia en todos los países oprimidos del mundo. Lenin fue el primero en darse cuenta y en enfatizar la importancia plena de una solución correcta a la cuestión colonial como contribución a la revolución mundial.
Como se ve, toda herencia siempre ha implicado una continuidad que no dejaba de estar atravesada por la diferencia. Recoger el legado de la revolución, pues, era continuarlo, pero no de manera literal. Hubo casos, como el de José Carlos Mariátegui, en que se fue enteramente consciente de que la recepción del mensaje revolucionario debía ser creativa. De ahí que el revolucionario peruano escribiera que «no queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva»
Ejemplos como los mencionados y los que vienen a continuación muestran cómo cada generación se sitúa ante el problema y el desafío de su herencia: cómo podemos dejarnos iluminar por esos referentes o acontecimientos del pasado a los que apela de un modo tal que no se entorpezca la relación con los retos del presente; de una manera tal que el presente no se aherroje al pa sado, quedando anulado como tiempo auténtico, y para que de este modo sea capaz de desplegar un poder inaugural visible en la eclosión de un verdadero acontecimiento. La memoria de la revolución puede aparecer así como un proceso de augere y no como una prisión en la que rendir pleitesía a lo pretérito. Heredar sí, pero sin que por ello se sacrifique la dimensión productiva, creadora, apropiadora y reinventiva. Ni tampoco, por cierto, la interrogativa.
- Un extracto de Los pasados de la revolución de Edgar Straehle