mujeres gitanas

Las mujeres gitanas y el patriarcado

Los gitanos, en gran parte de Europa, han sido históricamente el arquetipo del “otro”, frente al que se construye el imaginario de “lo propio” representado por la comunidad no gitana o paya. Lo gitano ha sido el espejo donde puede mirarse la realidad paya para sentir la tranquilidad de ser normal (Filgrana García, 2015). La mujer gitana ha sido el elemento principal sobre el que se ha construido este arquetipo de lo gitano que se naturaliza como lo otro. El investigador David Berná Serna bucea en los soportes discursivos desde finales del siglo xv hasta mediados del xx —literatura de ficción, textos legislativos, obras pictóricas— para presentar los relatos que han construido este imaginario de la mujer gitana como representativa de la gitaneidad y, a la vez, como lo antagónico al ideal payo de la mujer que se concibe como la normalidad aceptada (Berná, 2019). Si, durante los siglos xv a xix, el ideal era el de la mujer que cumplía el mandato de castidad, recato, moral cristiana y dedicación a la vida doméstica, a la gitana se la representaba como liberal, de vida pública, promiscua, tramposa y bruja. Cuando, a partir del siglo xx, el modelo económico exige la incorporación de la mujer al mercado laboral, las cualidades del ideal femenino cambian. La mujer actual se representa como independiente y liberada, por lo que su antagónica natural, la mujer gitana, aparecerá en los discursos hegemónicos como una mujer dependiente y confinada por su propia comunidad al ámbito doméstico.

Dependiendo de cuál ha sido la definición del ideal de mujer para el pensamiento dominante así se ha construido esa otredad de la mujer gitana, atribuyéndole las cualidades antagónicas de dicho ideal.

La mujer gitana ha sido representada como hechicera, vinculando su imagen con lo esotérico, leyendo las manos para predecir la buenaventura o realizando sortilegios y engaños. La Historia nos cuenta que las gitanas también fueron víctimas de la Inquisición y la caza de brujas. En el archivo de la sección inquisitorial del tribunal de Toledo se conserva el proceso de la gitana Isabel María de Montoya, acusada de delitos de herejía, superstición y sortilegios por “ejercer la profesión de gitana”. El tribunal fue benevolente en esta ocasión y no fue condenada por brujería, sólo por embustera y embaucadora, liberándola así del tormento. Sin embargo, los archivos conservados demuestran que Isabel cumplía gran parte de las características por las que muchas mujeres fueron acusadas de brujería. Isabel era huérfana, nómada e independiente de cualquier hombre, pues se había separado de su marido diez años antes por miedo a que le quitara la vida, tal como consta en la declaración de su expediente. Una vez más aparece el mito de la bruja como mujer independiente no subyugada al matrimonio y autogestionando su vida fuera del modelo imperante de producción y consumo tan común en todos estos procesos inquisitoriales.

mujeres gitanas

A lo largo de los años que trascurren entre el siglo xv y principios del xx, la gitana es descrita como una mujer emancipada del hombre que busca por sí misma sus recursos económicos: desde las que echan la buenaventura, las pícaras y ladronas hasta las bailarinas y cantantes descritas en los relatos de viajeros románticos, la mujer gitana aparece de forma recurrente en la escena pública en contraposición al ideal de recogimiento doméstico.

A partir de los años 70 del pasado siglo, la gitana independiente irá desapareciendo y aparecerá en escena la gitana esposa y madre al servicio de los deseos y la honra de su familia. Serán las turistas suecas las que cubrirán en el imaginario español el papel de mujer independiente y liberada sexualmente (Berná, 2019: 47).

Cuando, como resultado de las reivindicaciones del movimiento feminista occidental, la mujer comienza a enunciarse como sujeto de derechos civiles y políticos y se inserta en el mercado laboral con aspiración de igualdad frente al hombre, el ideal de mujer del imaginario hegemónico cambia. Aparece el arquetipo de la mujer liberal, emancipada de la familia, con autonomía sexual y con presencia en el espacio público, cualidades necesarias para una mujer que ahora sí se requiere en el mercado laboral. La mujer moderna está en las antípodas del ideal de recato y sumisión doméstica, y esto exige un cambio en la definición de la otra que representa la mujer gitana. La mujer-otra ya no puede ser pública y de moral sexual relajada, hay que volverla a inventar. Aparece entonces el arquetipo de la gitana sumisa, dependiente de la familia, casta y confinada al mundo doméstico para el sostenimiento del trabajo reproductivo. La gitana ya no es una seductora y pasional cigarrera sino más bien una mujer de luto y recluida.

La mujer representada en el programa de televisión Los Gipsy Kings, de Competencia Producciones, o en la película Carmen y Lola, de Arantxa Echeverría, es un ejemplo actual de la representación de esa imagen antagónica que constituye la gitana frente a la mujer actual. La polémica surgida a raíz del estreno de la pe- lícula y su crítica desde el movimiento de mujeres gitanas evidencian este nuevo relato cultural que construye esta imagen de sumisión y reclusión.

El objetivo de poner de manifiesto estos juegos discursivos del pensamiento dominante es invitar a una mirada crítica. Mostrar cuánto de artificio hay en el arquetipo de lo gitano y cuáles son los intereses económicos y sociales que subyacen tras estas construcciones.

Una mirada subversiva de la mujer gitana será aquella que cuestione el relato imperante y mire más allá de lo aprendido.

Este fragmento pertenece al libro El pueblo gitano contra el sistema-mundo de Pastora Filigrana.

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